𝘾𝘼𝙋𝙄́𝙏𝙐𝙇𝙊 6

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𝘾𝘼𝙋𝙄́𝙏𝙐𝙇𝙊 6: 𝘼𝙍𝙈𝘼𝘿𝙐𝙍𝘼

——————————————————————————  LLEGUÉ A PENSAR QUE MI VIGILIA CRÓNICA ERA UN CASTIGO, QUE mi incapacidad para conciliar el sueño y entregarme desconfiada a los brazos de Morfeo era meritoria, porque era una niña nacida del fruto del desamor y el desd...

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———————  LLEGUÉ A PENSAR QUE MI VIGILIA CRÓNICA ERA UN CASTIGO, QUE mi incapacidad para conciliar el sueño y entregarme desconfiada a los brazos de Morfeo era meritoria, porque era una niña nacida del fruto del desamor y el desdén, del dolor, porque había pecado, porque no quería a mi padre.

    Esos pensamientos me ahogaban de pequeña, cuando me hundía en las finas sábanas grises que tejían mi jaula, cuando no encontraba descanso incluso después de llorar agotada durante horas. Años más tarde, cuando comprendí el valor de la noche, incluso llegué a reconocer al insomnio como a un don, una capacidad que me permitía resguardarme bajo la inmensidad de las estrellas, de existir mientras el monstruo dormía. Si bien, la oscuridad me sigue aterrando, aprendí que esta nunca era plena, siempre se veía afectada por la luz de la Luna, el astro ganaba siempre la batalla.
Tal vez algún día yo ganaría.

Tras tantos años de desvelo, cuando lograba dormir se sentía como una derrota, me dejaba a merced del mal, me impedía vigilar la desdeñada puerta de mi habitación y escuchar los pasos en el pasillo por si se dirigían hacia la de Saint, no podía estar alerta. Ahora, he vuelto a dormirme, he errado, porque unos largos dígitos cubren mi mano y la tempestuosa y densa oscuridad, aunque sutilmente rota por el claro de luna, me impide ver de quién se trata.
Tal vez me han descubierto.

Mis dedos, escuálidos, se cierran entorno a la muñeca del extraño, en un intento de apartarlo de mí. Parpadeo, probando con ahuyentar el sueño que creo que me confunde, porque reconozco los mechones rubios de Saint y la cicatriz que recorre la longitud de su muñeca. Su mano libre me indica que guarde silencio, me suelta y mis tenues reflejos me permiten atrapar la sudadera que me lanzan, veo a un lado de la litera mis zapatillas, mi hermano me incita a seguirlo con impaciencia.

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    El aire se vuelve más liviano en cuanto salimos de la habitación, es como si los pensamientos de los iniciados compusiesen una nube de tormenta espesa que es densa en el ambiente, de la cual me libero en el camino que— creo— que lleva al Pozo. Saint no se detiene, parece saber a dónde ir pero me hace caso omiso poniendo a juego mi impaciencia, ni siquiera sé porqué he decidido seguirlo— no he tenido opción, no me lo he planteado, siempre seré la niña pequeña que sigue a su hermano.

—. ¿Se puede saber a dónde vamos?— escupo, creo que el cansancio y la molestia es clara en mi voz, porque Saint se da la vuelta con una sonrisa torcida.

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