Cielo Rojo.

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Cuando el cielo pasa del negro absorbente a un azul oscuro mucho más benevolente Gaal y yo decidimos que es hora de irnos, de cualquier forma el alcohol se ha acabado y con él la vida de la fiesta. Nos despedimos de los que siguen conscientes y subimos a la habitación de Gaal.

Las Bombas Jagger tienen un efecto terrible en mí ahora que ha pasado el tiempo. Veo las cosas borrosas, como si mis ojos fueran un periscopio que no deja de dar vueltas en las manos pueriles de un niño curioso. Mis manos buscan a tientas el barandal que escapa a mis dedos más de una vez.

Gaal me sujeta de la cadera creando equilibrio entre los dos. Su chaqueta, que aun llevo puesta, huele a humo y, rompiendo la tediosa regla de no fumar en interiores, de sus labios cuelga un Winston humeante. El humo amargo se me antoja más que nunca. El contraste del humo con el alcohol crea una estabilidad de placer.

La puerta se abre por fin y con ella, el destello del sol nos saluda detrás de las ventanas en un cálido amanecer.

Gaal rebusca en sus cajones y me extiende una caja de aspirinas. Tomo las últimas dos que queda y me las trago en seco.

-¿Tienes más?-pregunto. Mis palabras salen acompañas con el acre olor del Tequila-, no quiero que tengas resaca.

-Debo tener otras por aquí-dice buscando en otro cajón-, o por allá, o quizás nunca tuve.

Me tiro en la cama pero el mundo gira violentamente que amenaza con regresar el alcohol que me costó toda la noche ingerir. Me siento en el borde y espero a que los hechos sucedan sin prisas.

Gaal se quita la ropa y queda en una simple camiseta entallada gris sin mangas que dibuja la curva de su espalda esculturalmente, fina y delicada se funde con su cuello. Sus bóxers dan paso a unas piernas torneadas por máquinas de gimnasio, musculosas y fuertes, tan definidas como la línea de un Picasso. Sus ojos morenos me contemplan con soberbia y altivez.

Se acerca a mi lentamente, contando sus pasos hasta estar lo demasiado cerca para abalanzarse sobre mí. Rodamos sobre su colchón y fingimos la pelea de dos leones. Aprovecho la lucha para acariciar sus facciones y saborear su cuerpo.

Sus labios saben a tabaco y nuestros besos saben a nicotina. Un aura de luz brillante blanquecina nos inunda y la suave brisa matinal que se cuela por las cortinas de seda nos cosquillea el cuerpo agregando un toque sutil que hace todo más excitante.

Ambos tenemos sueño, olemos a fiesta, estamos ebrios y necesitamos descansar, pero nuestra pasión es mayor, queremos sentir la presión del otro, comunicarnos nuestro amor, sentir como nuestro calor se funde en uno; pero no podemos seguir, estamos luchando contra la corriente, y, lentamente, nos sumimos en un sueño compartido.

Nuestras piernas se entrelazan y la última imagen que veo de este mundo son los ojos cerrados de Gaal y su respiración acompasada.

¿Alfa?, ¿Omega? Where stories live. Discover now