Nadando a casa.

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Estoy en mi cuarto acostado en la cama, mirando al techo. Mis pensamientos son como la corriente de un arroyo tranquilo que fluye sin dificultad, dejándose llevar por la música de mis audífonos. La cara de Gaal aparece en mi mente, sus facciones delicadas y su cabello castaño con un mechón rebelde que le cae sobre la frente, su cuerpo esculpido por manos tan puras como las de Miguel Ángel y su David. Su sonrisa llena de brillo; es como si hubieran bajado las estrellas del manto celestial y las hubieran puesto en esa sonrisa perfecta. Sus músculos son cómo los de un corcel de guerra en tensión.

Entonces aparece una roca en arroyo de mis pensamientos.

Nunca había sentido nada como esto. Nunca. Mi estómago duele de nervios al ver a Gaal pasar o hablar o sonreír. Es como si tuviera dentro mil mariposas furiosas revoloteando, buscando una salida. Nunca pensé ser gay, ni cuando iba en la preparatoria, vaya, ni siquiera cuando me metí por accidente en la categoría "gay"  en una página porno. Ver a dos chicos en la calle me hacía sentir algo extraño, una mezcla de miedo e incomodidad. Encontraba a todas las chicas que veía, guapas, o por lo menos no feas, era muy difícil que encontrara alguna que no me atrayera, y, si lo hacía, unos cuantos tragos de Herradura Cristalino me harían verla como la más guapa del mundo. Así era mi vida, era algo que conocía y sabía a qué me atenía, pero ahora todo es difuso, es como si estuviera en el océano, luchando contra la corriente para llegar a la costa, a mi vida conocida, pero las olas me apartan más y más, adentrándome en algo desconocido y extraño, y lo extraño siempre produce miedo.

Quiero nada de vuelta a casa, pero algo dentro de mí quiere explorar este océano. Es como si dentro de mí lucharan dos personas completamente distintas.

Me quito los audífonos y me levanto. Me estiro y me prepara para la clase que tengo en veinte minutos.

Me pongo una playera y unos jeans y me voy al salón 203. Busco entre la multitud a Gaal, a sabiendas de que, si lo encuentro, mi estómago se contraerá por el choque de emociones.

Llego a mi salón sin verlo.

Me siento en una silla y espero a que comience la clase.

-Hola-me dice una voz a mi izquierda-, no sabía que teníamos esta clase juntos.

-Hola-respondo y trato de recordar el nombre de la chica que tengo enfrente sin lograrlo-, yo tampoco, ¿qué tal estás?

-Muy bien-me sonríe-. ¿Irás a la práctica de esta tarde?

-Sí, claro-no había pensando en el entrenamiento de porristas de esta tarde y ahora que me imagino corriendo y estirando no lo hago con pesadumbres, sino con entusiasmo-, no me lo perdería. ¿Irás tú?

-Claro-sus grandes ojos son una mezcla de verde oliva con destellos solares color ámbar que entretejen una red de tonos y profundidades digna de la galaxia-, aunque sigo adolorida de ayer.

-Ay, igual yo. En la mañana me sentía como gelatina y apenas pude levantarme.

-Ya lo sé. Aunque debo admitir que se siente mejor sentirse así que tener el remordimiento de estar en el sillón viendo televisión toda la noche.

-Exacto-entonces su nombre llega a mi mente violentamente-. ¿Quieres sentarte aquí, Liza?

-Oh, gracias-responde y yo me levanto para cargar su mochila de su antiguo lugar en la línea frontal del salón, a mi lado. Recojo la silla para que se siente y admiro la caída de su cabello dorado-. Eres muy caballeroso.

-No hago nada que un hombre no haría por alguien como tú.

Liza suspira y aparta la mirada.

-Si supieras como han sido los chicos con los que he tratado…

¿Alfa?, ¿Omega? Where stories live. Discover now