Deseó violarlo entonces, afirmar su poder sobre su cuerpo de la manera más cruda y repugnante, aplastarlo y apagar aquella luz seductora. Habría sido malvado, pero honrado, hasta cierto punto.

Se contuvo debido a su propia y recíproca corrupción. Habría sido demasiado fácil para Niall. Demoledor, pero demoledor de una sola vez. No era eso lo que él quería. No quería que reconociera la bestia que había en él. Quería que sintiera pánico y desesperación, pero que siguiera deseándolo, que siguiera pensando que él era el hombre más perfecto de todos los tiempos.

Así continuaría atormentándole, después de apartarse físicamente de su vida. Un plan barroco, incluso bizantino, un plan que lo complacía y lo avergonzaba a la vez.

Esperaba solo a que llegara la noche, esa única noche grotesca y terrible.

Harry estaba bebiendo coñac directamente de la licorera cuando la puerta que comunicaba las dos habitaciones se abrió. Se volvió y tomó otro trago, sintiendo apenas el fuego que le bajaba por la garganta.

Estaba envuelto en una llamarada de blanco virginal. Pero su pelo, una gran masa reluciente, caía libre, desbordante como una cascada de la laguna Estigia sobre su rostro. Las puntas de los dedos de los pies, redondas y bonitas, asomaban por debajo del borde del salto de cama blanco. De repente, se sintió ebrio.

—No has venido —dijo en voz baja y lastimera.

Miró el reloj de la chimenea. Solo hacía unos minutos que su doncella lo había dejado.

—Aposté conmigo mismo a que tú vendrías primero.

—Has hecho que me pusiera nervios —dijo  retorciendo un extremo de la cinta de seda que le sujetaba el salto de cama—. Pensaba... —Su voz se apagó.

—¿Qué pensabas?

—Tenía miedo de que tuvieras dudas.

Un rayo de esperanza lo atravesó. Si Niall confesaba ahora, si se ahogaba en remordimientos, si estaba justificadamente asustas, pero era lo bastante valiente para reconocer lo que había hecho y asumir su responsabilidad, lo perdonaría. No de inmediato, pero lo perdonaría. Y a cambio, le revelaría su propio y diabólico plan.

—¿Por qué pensabas eso? —preguntó.

«Haz lo correcto, Niall. Haz lo correcto.»

Él vaciló. Por un instante fugaz, pareció luchar consigo mismo y estar asustado. Pero al siguiente, había recuperado el control, un joven Cleopatra atento solo a su propio provecho. Su mirada lo recorrió de arriba abajo, lentamente.

—Son los nervios de la noche de bodas, supongo. Nada más.

En lugar de ser sincero, había vuelto a caer en el viejo tópico: artimañas. Lo creía tan estúpido como para sucumbir a su deslumbramiento erótico y no darse cuenta de que exhibía orejas de asno.

La ira, desbordante y salvaje, explotó en su interior. Echó a un lado la botella. En un instante, había salvado la distancia que los separaba. Iba a colgar aquel trasero mentiroso e intrigante por fuera de la ventana hasta que chillara, suplicara y le dijera, sollozando, la verdad.

Niall se abrió el salto de cama y lo dejó caer al suelo. Debajo llevaba un camisón tan transparente como un vaso de agua, una capa ligera y vaporosa que no ocultaba nada.

Acuerdos Privados [narry] adaptadaWhere stories live. Discover now