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A primera vista, el duque no parecía un erudito ni tampoco un réprobo, no llevaba adherido nada de polvo de libros ni amantes pechugonas colgadas del cuello. Pero era ciertamente imponente como aristócrata inglés del más alto nivel, sin nada de la blandura de «Vaya, ¿podéis creeros la suerte que he tenido?» que caracterizaba al actual duque de Fairford, el suegro de Niall. No, este era un hombre nacido para mandar sobre los simples mortales, algo que había hecho con autoridad durante toda su vida adulta. Un hombre que podía acobardar a la mitad de la sociedad, sumiéndolos en un respeto reverencial, con su mera naturaleza ducal.

Niall no se dejaba impresionar así como así. Pese a una crianza dirigida exclusivamente a que se convirtiera en duque consorte, parecía haber heredado una vena democrática de sus antepasados plebeyos.

—Buenas noches, excelencia.

—Sir Styles, finalmente ha decidido unirse a nosotros.—Su irónica diversión dejaba claro que no ignoraba el propósito que había detrás de la cena.

Lo que la sorprendió fue su madre, que no tenía ni una gota de sangre democrática en las venas. Niall habría esperado una cierta reverencia por su parte -sumada a su triunfo por haber conseguido, por fin, reunir a Niall y al duque en la misma estancia-, pero la actitud de la señora Horan era más bien de sombría determinación, como si estuviera en una misión en Groenlandia, un viaje extenuante sin nada más que tierras áridas al final.

Igualmente intrigante era la conducta del duque con la señora Horan. Un hombre como él no sabía cómo ser «amable». Probablemente toleraba a sus amigos y trataba a todos los demás con condescendencia. Pero cuando felicitó a la señora Horan por sus arreglos florales, exhibió una solicitud y una delicadeza que Niall no había percibido antes en él.

Harry llegó tarde, con el pelo todavía húmedo por el baño. Había vuelto de la costa hacía solo media hora.

—Permítame que le presente a mi hijo político, lord Styles.—dijo la señora Horan, con un raro toque de malicia—Lord Styles, su excelencia el duque de Perrin.

—Es un placer, excelencia—dijo Harry. Pese a su apresurada toilette, parecía más a gusto en el papel de un invitado afable y distraído que los demás—He tenido el placer de leer Once años ante Ilion, una obra muy esclarecedora.

El duque enarcó una negra ceja.

—No tenía ni idea de que mis modestas monografías se pudieran encontrar en América.

—Tampoco yo tengo idea. Recibí un ejemplar que me envió mi estimada madre política la última vez que estuvo en Londres.

El duque miró a través del monóculo a la señora Horan. Se habría parecido a una caricatura del Punch de no ser por su imponente presencia y su sardónica conciencia de sí mismo.

La señora Horan desplazó el peso de un pie a otro y luego volvió a la posición inicial. Niall abrió los ojos, sorprendido. Los hombres de la sala quizá no comprendieran la importancia de aquel movimiento, en apariencia común y corriente. Pero Niall sabía que su madre nunca se movía así. Podía mantenerse tan inmóvil como una cariátide todo el tiempo que fuera necesario.

—Mi madre es una acolita ilustrada del bardo ciego—dijo Niall—Encontrara pocas mujeres, ni hombres a decir verdad, que conozcan más a fondo todo lo concerniente a Homero.

Esta revelación sobresaltó al duque de nuevo, de una manera que parecía más significativa que la simple sorpresa de un hombre porque una mujer supiera algo que estaba dentro de su campo especializado. Inclinó la cabeza en dirección a la señora Horan.

—Felicidades, señora. Debe contarme cómo llegó a desarrollar su pasión por esos temas antiguos.

La respuesta de ella fue una enorme sonrisa. Harry miró hacia Niall. Al parecer, no era el único que había observado que estaba pasando algo muy irregular.

Acuerdos Privados [narry] adaptadaWhere stories live. Discover now