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Enero de 1883

—Mi querido primo, el gran duque Alexei, se casa hoy —dijo la condesa Von Loffler—Lisch, conocida más cariñosamente como la tía Ploni, diminutivo de Appolonia. Era prima en segundo grado de la madre de Harry y había venido desde Niza para asistir a la boda—. Me han dicho que el novio no es nadie, un cazafortunas.

Lo mismo dirían de él si no estuviera en línea directa de sucesión de un título ducal, se dijo Harry, irónicamente. En cambio, sería Niall quien cargaría con el peso del sarcasmo que su apresurada boda iba sin duda a generar, por sus hazañas en la escalada social.

—Seguro que la boda de su noble primo habrá sido un evento grandioso —dijo Harry.

—Muy probablemente. —La anciana condesa asintió. Tenía el pelo de un raro matiz de pura plata y llevaba un complicado peinado—. Zut! No puedo recordar el nombre del novio. ¿Luigi? ¿Tomshaw? ¿O ni siquiera se llama Luigi?

Harry sonrió. La tía Ploni era famosa por su prodigiosa memoria. Debía irritarla en extremo no poder recordar algo que tenía justo en la punta de la lengua.

Se sentó junto a ella y le sirvió más curasao en una copita.

—¿De dónde es el novio?

—De algún sitio en la frontera con Polonia, creo.

—Conocemos a algunas personas de allí —dijo él. A Louis, por ejemplo.

La condesa frunció el ceño y trató de concentrarse en medio de la animada conversación que fluía en el magnífico salón de Twelve Pillars. Treinta de los parientes de Harry habían llegado del continente para asistir a su boda, pese a haberlos avisado con tan poco tiempo. Y su madre estaba encantada de poder recibir, por fin, en una mansión propia, por abandonada que estuviera.

—¿Thompsett? —La tía Ploni se negaba a rendirse—. Detesto hacerme vieja. Cuando era joven, nunca olvidaba un nombre. Veamos. ¿Thimotyson?

—¿Thittensor? ¿Thompson? —dijo Harry, bromeando. Estaba de muy buen humor. A la mañana siguiente a esa misma hora se casaría con el joven más extraordinaria que había conocido nunca. Y por la noche...

—¡Tomlinson! —exclamó la condesa—. ¡Eso es! Todavía no he perdido del todo la chaveta.

—¿Tomlinson? —Una vez se había electrocutado accidentalmente durante un experimento en la Polytechnique. Ahora sentía exactamente la misma descarga en las puntas de los dedos—. ¿Se refiere a la viuda del conde Georg Tomlinson?

—Cielo santo, no es tan horroroso. Hablo de su hijo, Louis, ese es su nombre, no Luigi. El pobre Liam está loco por él.

Algo sonaba en su cabeza, una incipiente alarma que intentaba ahogar. Los títulos que tenían su origen en el Sacro Imperio Romano se transmitían en perpetuidad por línea masculina. Bien podría haber otro conde Georg, de una rama lateral de la familia Tomlinson, que tuviera un hijo casadero llamado Louis.

Pero ¿qué probabilidades había? No, se trataba de su Louis, de aquel cuya felicidad había esperado garantizar, en un tiempo. Pero ¿cómo? ¿Cómo se podía casar con dos hombres en un mes? Simplemente no podía. O bien la condesa se equivocaba o el propio Louis se equivocaba. Una alternativa ridicula, claro. Por supuesto, Louis sabía cómo se llamaba el hombre con quien iba a casarse. La condesa debía de estar equivocada.

Acuerdos Privados [narry] adaptadaOnde histórias criam vida. Descubra agora