VII. Rex Lapis (parte uno)

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Dos días después el grupo se separó. Hu Tao y él regresaron a Liyue mientras que Lumine volvió a Mondstadt. Xiao, por su parte, se quedó en la posada alegando que tenía algunas cosas de las que ocuparse. El ambiente antes de la partida había sido un tanto lúgubre e incluso le había parecido que Lumine estaba de bastante mal humor. La manera en la que Xiao había estado evitando mirar directamente a la rubia le hacía pensar que finalmente habían hablado y que la conversación no había sido del agrado de la viajera.

Pese a que quería saber Zhongli no intervino.

Pese a que quería ayudar tampoco lo hizo.

Para ser justos consigo mismo, no podía ayudar en el estado en el que se encontraba en ese momento. Por eso, pretendía esperar a que su propio problema se solucionase para intentar hacer algo. Aunque solo pudiera ofrecer un alivio momentáneo lo haría si Xiao lo encontraba pertinente. Cuando pensaba en los yaksha un sentimiento de amargura le sacudía por dentro. Incluso con todo su poder nunca había podido hacer nada más que ofrecerles un alivio pasajero.

Sin embargo, hasta que la enfermedad no empezase a desaparecer de sus pulmones un ofrecimiento semejante sería demasiado arriesgado. Podría exponer su condición frente a Xiao y dado que el yaksha tampoco podía hacer realmente nada por ayudarle solo estaría incomodando a su antiguo discípulo. Zhongli entendía lo frustrante que era querer ayudar y no poder hacerlo.

Al menos en ese aspecto no podía lamentar la pérdida de su gnosis. Incluso con ella poco podría haber hecho para aliviar el mal karma de nadie, mucho menos el de Xiao.

Debido a que Hu Tao todavía se encontraba recuperándose del resfriado fue Zhongli esa vez el que tuvo que hacer varias paradas para que la mujer pudiera descansar mientras regresaban a Liyue. La incesante cháchara de la vez anterior se transformó en quejidos, pequeños y ocasionales estornudos y algún que otro "gege, cárgame" cuando la directora se sentía especialmente agotada. Por supuesto, Zhongli no hizo ningún ademán de volver a llevarla en su espalda y dejó que anduviera todo el camino de vuelta con sus propias piernas.

—Tu crueldad no conoce límites —murmuró la mujer cuando por fin divisaron el gigantesco puerto a lo lejos.

—Quizá si no hubieras sido tan exagerada durante todo el camino te habría mostrado algo de misericordia —replicó Zhongli—. Además, escuche que el sudor es bueno para acelerar el proceso de recuperación de los resfriados.

—No sé quién te coló semejante mentira pero voy a convertirlo en un cliente de tercera categoría —masculló Hu Tao—. Enterraré su carne en la zanja más inmunda.

—¿Entonces no es así? —preguntó curioso.

—¡Claro que no es así! ¿Nunca te has resfriado? Hasta parpadear duele —la directora suspiró. Zhongli ladeó el rostro y no respondió. No podía decirle que, de hecho, nunca se había resfriado.

—Nunca me ha dolido parpadear —decidió decir en su lugar.

—Suertudo —masculló ella—. A todo esto, con todo el lío de la Oceánida y mi resfriado al final no hemos decidido que vamos a hacer con el cadáver que encontramos.

—¿Hay algo que decidir? —preguntó el asesor—. Envía un equipo para que busque el ataúd de piedra que cree y que lo traigan. Pese a lo tétrico de ese lugar es bastante visitado —recordó—. Aunque mi protección evitará que el cuerpo infecte a nadie durante mucho tiempo tarde o temprano las raíces saldrán de nuevo y buscarán como aferrarse a la tierra.

—Ya lo sé —la mujer se rascó la nuca, moviendo su gorro hasta prácticamente tapar su flequillo—. El problema es que la zona se ha derrumbado. No sabemos cómo ha quedado ahora. Tendremos que excavar.

Boca de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora