III

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Una semana después de que las festividades terminasen Liyue volvió a su rutina habitual, sin embargo, para Zhongli no hubo tal cosa como una vuelta a la normalidad establecida tras su jubilación (si es que podía llamarlo de esa manera). Para empezar, la presencia que ahora tenía nombre y forma continuaba siguiéndole de aquí para allá y por mucho que el antiguo arconte se esforzara por intentar entablar alguna clase de conversación con él... Bueno, digamos que cada vez que lo intentaba Xiao se escurría en el viento como una sombra.

Luego estaba el problema en el que evitaba ahondar. Los síntomas son leves, se me pasará; sentenció en su mente y no volvió a pensar en ello.

Para rematar la faena estaba la desagradable noticia que Hu Tao acababa de estamparle en la cara.

El sonido de una cremallera abriéndose cortó el silencio.

—Y así es como están las cosas —finalizó Hu Tao mientras Zhongli miraba en silencio los dos cuerpos que se encontraban expuestos en las mesas del sótano de la funeraria. El primero no tenía tan mal aspecto (dejando de lado que estaban hablando de un muerto) si se ignoraban las raíces verdes que salían de su boca y arañaban su mandíbula a cada lado. Pero la segunda víctima de la hanahaki...

Era una mujer joven.

Zhongli recordaba haberla vista en la posada Wangshu durante las festividades de la región.

Y solo la había reconocido porque su hermana, a quien también había visto en la posada, había traído el cadáver a la funeraria.

Todo el rostro de la mujer estaba cubierto de raíces y espinas que desgarraron la carne hasta convertirlo en un amasijo de sangre y pus. Pese a su reticencia, tras examinarlo un poco más de cerca pudo comprobar que el resto del cuerpo se encontraba en el mismo estado.

Siempre se había sabido que dependiendo de la mala suerte que tuvieras con las flores que tu cuerpo decidía escupir la hanahaki podría ser extremadamente peligrosa. En el pasado había visto casos similares, pero nunca en un humano. Si un humano tenía la mala suerte de contraer la dolencia con una flor espinosa de por medio ésta solía taladrarle los pulmones mucho antes de que llegase a ese estado. Lo único que Zhongli podía teorizar que había pasado era que la enfermedad había avanzado lo suficientemente rápido como para cubrir el cuerpo entero al mismo tiempo que acababa con su huésped.

—Creo que sería conveniente que reportáramos esto a las siete estrellas —aconsejó el consultor mientras procedía a cerrar de nuevo las bolsas negras que contenían aquellos cuerpos. Más para proteger a Hu Tao que a sí mismo.

—¡Hey! Informé a Ningguang cuando nos llegó el primer caso —se quejó la directora de El Camino.

—Pues reporta que tenemos dos más —ordenó el hombre sin un atisbo de paciencia—. Esto es serio, Hu Tao. Nunca había visto a la enfermedad ser tan visceral —en humanos; completó en su mente.

—De acuerdo, de acuerdo —sentenció la mujer mientras ponía una expresión de hastío y chasqueaba la lengua—. Oye —empezó a decir después de unos cuantos segundos de silencio entre ambos—. ¿Tienes alguna teoría de por qué la diferencia entre ambos? —se refería a los cuerpos.

—La hanahaki siempre ha sido así —respondió Zhongli mientras se acomodaba los guantes, pensativo—. Dependiendo de cuales sean los deseos ocultos en tu corazón puede afectarte más o menos. Si son cosas sin importancia, minucias perennes, la enfermedad tendrá síntomas dóciles y antes de que te des cuenta se irá como un simple resfriado. Si por el contrario lo que se oculta en tu corazón es un deseo que asfixia tu mente hasta ser incapaz de pensar en nada más el resultado será terrible —se quedó callado—. En este caso, sin embargo, la diferencia clara es el tipo de flores que el cuerpo decidió expulsar.

Boca de dragónWhere stories live. Discover now