Capitulo XII

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Durante la cena de esa noche, no pude evitar pensar la diferencia tan abismal que se sentía estar rodeado de personas en tu mesa, y la soledad que me embargaba cada día por más de una década.

Entre la cena, los temas variados de una y otra cosa, sonaba el teléfono celular de Richard, a lo cual no dudaba en responder en cada ocasión.

"Ya revisé el embarque", "deja y le llamo al coordinador del despacho", "necesito la confirmación de aduanas", etc. decía él.

– Richard por favor – lo interrumpía cada vez que sonaba su teléfono o cuando notaba que se alargaba sus charlas laborales a través de sus llamadas telefónicas.

­– Sí, sí, está bien, ya cuelgo – Repetía en cada ocasión, y contestaba al teléfono con un: "Te envío los detalles por mensaje." , "Estoy en una reunión, luego te llamo"

El respeto se perdía, y a los presentes se les hacía notorio.

Mientras Melissa intentaba contar sus experiencias lejos de la ciudad que la vio nacer, sentía que el ambiente se volvía tenso.

Mi hijo se volvió exactamente en lo que yo fui alguna vez. En su actitud, en no priorizar los momentos, me vi reflejado, lo vi reflejado a mi padre.

No había forma de terminar esto, el teléfono sonaba constantemente. 

Los silencios se hacían incómodos cada vez que el interrumpía con sus llamadas.

– ¡Ya basta! – Golpee la mesa con la palma de la mano, todos se miraban desconcertados y Richard de la sorpresa de mi reacción se puso de pie de un brinco.

– ¿Pero que te sucede? – Cuestionó todavía sorprendido.

No le quite la mirada de encima.

– ¿A caso no te das cuenta? – Recalqué poniéndome en pie – Estas perdiendo el tiempo, aquí y ahora está tu familia. – dije con voz más calmada.

Richard miraba solamente con una sonrisa incrédula. 

– ¿A caso es eso? – Respondió Richard frunciendo el ceño – ¿A esto se debe esta reacción?

La mesa estaba en completo silencio. 

Fabiola impaciente tenía las manos sobre su mandíbula aun sin creer lo que estaba sucediendo. 

– Por favor – Intercedió Kiara

– ¡No Kiara! no lo voy a permitir. – Interrumpí mirándola

– ¿No lo vas a permitir?, ¿Te das cuenta de lo que dices? ¡Papá! – Dijo Richard con ironía.

– ¡Chicos por favor cálmense! Esto no es bueno para nadie – Intercedió esta vez Melissa.

– ¿A caso tienes algo que decir? – Cuestioné sin quitarle la mirada a aquel muchacho en el que me veía retratado en mi propio pasado.

– Claro que tengo mucho que decir, ¡Papá! – Nuevamente la ironía en su voz.

– ¡Richard por favor! – Suplicó Fabiola, previniendo una catástrofe – Ya cállate.

– ¡No, ahora no! – Levantó la voz Richard.

Su mirada se torno vacía. se cristalizaron. Y aquel hombre que se enfrentaba a mí volvió a ser niño otra vez.

– ¿Me hablas de no interrumpir la mesa? – Cuestionó casi en un suspiro. – Cuando los únicos recuerdo que tengo es que a veces no llegabas para la cena, porque: "Habían asuntos de trabajo que resolver", cuando las veces que estuviste siempre estuviste al pendiente del teléfono.

–¿Tú que vas a saber? Mientras tu jugabas con buenos juguetes yo me partía el alma para que no les faltara nada.

– ¿Sabes que nos falto? – Objetó Richard – Tú nos faltaste.

Richard aflojó el nudo de su corbata y salió de la casa dando un portazo.

Fabiola salió detrás de Richard tratando de alcanzarlo sin éxito.

Hay palabras que duelen tanto o más que las acciones.

Luego del portazo, subí a la terraza y me detuve en la oscuridad.

Mi cabeza pensaba en mil cosas y a la vez en nada, no lograba detenerme en una sola idea, argumentaba en mi mente excusas para defenderme de las palabras de Richard, pero ninguna daba la talla conscientemente.

De entre las macetas saque unos cigarrillos que siempre ocultaba para cuando estaba estresado, para ocasiones como ésta, en las que mis ideas no lograban ordenarse. 

La flama del encendedor ilumino mi rostro en la oscuridad y el cigarrillo sonaba al arder con ese sonido que se me hacía tan familiar.

- No deberías hacerlo - Escuché a mis espaldas mientras miraba la ciudad. Era la voz de Melissa

- Siento que lo necesito - Confesé casi sin inmutarme, con el cigarrillo entre los dedos y un temblor en la mano.

- Solo te hará mal, no estas en condiciones de fumar - Se acercó Melissa.

- No necesito mas pleitos por favor Melissa. ¿Puedes entender? - cuestioné mirándola de lado.

- No vengo a darte la contraría, es más, pienso que tienes razón, pero el método no fue el mejor. 

- No creas que no lo sé – baje la cabeza mientras le daba una calada al cigarrillo – es mi frustración, quizás sea la herencia de nuestro apellido, hijos que esperan siempre por papá.

Deje que el viento despeje el humo que exhale y continué.

– Mira la luna, es mi testigo, de las madrugadas en que papá se despedía de mi con un beso en la frente mientras yo dormía. Él no se daba cuenta, pero yo salía detrás de aquel hombre que se iba de madrugada para evitar despedirse de su familia. Se iría por meses por trabajo. – El frío viento de la noche golpeaba mis costillas apenas cubiertas con una camisa delgada – En aquel tiempo no había tantos medios de transporte en esta ciudad, tenía que caminar kilómetros hasta la estación de buses. Yo desde el umbral de la puerta veía como mi papá se iba, con hidalguía a buscar un futuro mejor para nosotros, ahora lo entiendo, en ese momento con tan solo 4 años solo rezaba a Dios que lo cuide y le pedía a la luna que lo vigile en su recorrido. Crecimos y papá siempre recurría en el mismo acto, supongo que no tendría corazón para despedirse en cada ocasión, yo no tendría el calor y lo entiendo. ¿Pero a que costo hacemos estas cosas? – Cuestioné apenas con un suspiro que me dejaba al borde de las lágrimas. – No es justo.

– Esas épocas no las viví, nunca lo vi de esta manera, para mí siempre fue algo que pasaba de costumbre. – afirmo Melissa apenas. – A veces el valor de un padre es cuestionado, a veces puesto a prueba, pero ¿Qué sabemos nosotros de las luchas que tienen que atravesar?

– Es difícil de explicar, papá nunca supo que siempre rezaba por él, ahora que lo entiendo en su más íntimo sentir no está aquí para compartírselo. El tiempo no da revanchas.

Quizás él tendría muchas cosas que decirme y yo pedirle perdón por todas las veces en que lo cuestioné por su ausencia, sin saber que en su lejanía al igual que en mi caso, solo pensaba en volver a casa para reencontrarse con su hijo. Las cenizas del cigarrillo habían caído sin que yo me hubiese dado cuenta. – Ahora la historia se repite, y es mi culpa de que se repita. No juzgo a Richard por increparme esto, no tengo excusa para cometer el mismo error que alguna navidad prometí no cometer.

– Quizás debas darle tiempo para analizar las cosas, el tiempo al igual que tú hace que aclare los pensamientos y los rencores no duran para toda la vida. – Dijo Melissa acercándose a mi espalda y posando su mano sobre mi hombro encogido.

– "Dar tiempo al tiempo", pero cuanto tiempo perdí...

Apocalipsis 21: 4On viuen les histories. Descobreix ara