Si el infierno era Riven la mayoría de las mujeres que conocía estarían más que dispuestas a arder en él.

Se encontraba recostado sobre una mesa de billar con un vaper entre los labios y de sus brazos brillaban algunos tatuajes tribales con tinta oscura, los cuales no habían estado antes ahí, tal vez no tantos. Si mi versión adolescente hubiera visto tal escena, se hubiese desmayado en el acto por una sobrecarga de hormonas calenturientas.

Iba vestido con unos jeans holgados y rasgados que le daban un aspecto totalmente desaliñado, una camiseta negra que le quedaba como un guante y su chaqueta de cuero con el parche que los hermanos del infierno MC sobre esta. Esas cosas me recordaban claramente que no estaba en el 1% de la ley.

El bar vibraba a esas horas de la tarde con una estruendosa música heavy metal, haciendo que algunas strippers se deslizaran con sus atuendos vaqueros sobre tubos de pole dance. Había imaginado una escena diferente, tal vez un poco peor debido a que sabía las cosas podían suceder en este tipo de lugares a cualquier hora del día.

Cuando me cambié de ropa esa mañana, había podido sentirme casi como si estuviese lista para mezclarme en todo este asunto. A pesar de verme fuera de lo normal y aparentar que llevaba ropa de prostituta de diseñador todo era muy irónico, porque en comparación con estas mujeres yo parecía totalmente sacada de un convento del renacimiento italiano, y no una "mala" mujer.

Estaba destacando, pero no por mi aspecto. Destacaba porqué por la forma en la que todos me miraban, recordaban mi rostro y conocían mi nombre. No tenía la peste de prostituta barata sobre mí e Incluso me había puesto Chanel en el cuello para dar una buena impresión de forma inconsciente. No sabían quiénes eran excepto porque también estaban parchados y eso me hizo preguntarme con deteniendo porque les llamaba tanto la atención.

Todos esos factores no eran una buena combinación y eran un total presagio que anunciaba desastre.

Riven era el único que me miraba diferente, no tenía esa vibra de curiosidad sobre mí, en cambio, cuando me miró me sonrió con tal suficiencia que me hizo estremecerme sobre mis botas. Me estaba poniendo nerviosa.

A medida que avancé entre las personas, me di cuenta que no había un solo individuo en el lugar que no llevase en su espalda el parche de los hermanos del infierno. Cuando vivía en mi pequeña ciudad natal, solía verlo a diario, fueron tantísimas veces que incluso si hoy cerraba los ojos podía recrearlo en mi cabeza a la perfección.

Algunas caras se me hicieron familiares y podía reconocerlas, como la de Bishop, el tatuador de Aiden que llevaba en su rostro la típica expresión de quien acababa de ver a un fantasma. Me asintió cortésmente con la cabeza en señal de saludo cuando le pasé por un lado, yo le devolví el gesto. El tipo me agradaba.

Por más que mi memoria tuviera un almacenamiento inagotable había otras personas en el bar que no podía reconocer, o tal vez solo simplemente no sabía quiénes eran. Eso no logró apaciguar la mutua curiosidad luego de unos minutos.

Algunos hombres por lo visto no olvidaban caras y yo tampoco.

Cuando estuve frente a Riven me miró de pies a cabeza, como si me estuviese analizando. Todo su atractivo se veía empañado por su mirada vacía y rostro inexpresivo, por no mencionar su actitud irritante y odiosa. A pesar de haberlo conocido por unos cuantos años seguía siendo un total y arrogante enigma para mí.

Él era la única persona que lo había logrado leer a pesar de mis esfuerzos. Por más que lo intentara no podía descifrar qué pasaba por su cabeza, o sus pensamientos. No podía predecirlo, muchos menos adivinarlo.

A pesar de que una y otra vez intenté encontrar algún presagio de emociones en él siempre se mantuvo igual: estoico, impasible, impenetrable. Como alguien a quien no iba tocar, pero igualmente si lo podías tener cerca.

Mátame Sanamente Where stories live. Discover now