—Guau. Parece una depresión vitaminada.

—La depresión suele ser un síntoma más no la causa —le recordó el consultor con amabilidad.

Pese a que no quería estar allí.

Pese a que no quería estar hablando de aquello.

—Esto es desastroso. Empiezo a pensar que debería aumentar el precio de nuestro servicio de tanatopraxia —murmuró la directora y se hizo el silencio entre los dos después de que Zhongli se quedase mirando a la mujer con una expresión indescifrable—. Oye, tú qué sabes mucho de esta cosa, ¿sabes cuál es el radio de contagio?

—Negativo.

—¿El modo?

—Desconocido —aunque se sabía que para contagiarse de la hanahaki tu mente debía tener un estado similar había muchas otras cosas que no se sabían al respecto. Lo único que podía aseverar con seguridad era que el contacto físico directo no era necesario para contraerla.

—Eso no es de mucha ayuda —se quejó la mujer.

—Si hemos terminado te dejó para que puedas hacer tu informe —musitó el antiguo arconte después de poner los ojos en blanco. No había mucho más que pudiera hacer. Después de todo, su especialidad era preparar los ritos funerarios de aquellos inmortales que finalmente abandonaban el mundo. Que hubiera decidido prestar su mano a Hu Tao para identificar algunos problemas de los recientes mortales fallecidos no quería decir que él fuera a encargarse de sus entierros. Aunque era cierto que había tenido que realizar una lista de medidas a tener en cuenta a la hora de tratar los cuerpos antes de abandonar por completo el edificio.

Sería realmente problemático que la enfermedad empezará a circular por Liyue sin control.

Aunque probablemente ya lo estaba haciendo.

Zhongli suspiró antes de que su rostro se elevara hacia el cielo. El sol brillaba ese día con fuerza anunciando que pronto comenzarían los días calurosos. El antiguo arconte dudó, ¿debería empezar a vestir ropas más livianas? Incluso sin gnosis su cuerpo seguía sin ser afectado del todo por las temperaturas extremas, sin embargo, sería excesivamente llamativo que fuera con una gabardina mientras el resto de habitantes se paseaban por las calles en manga corta.

La actual residencia de Zhongli se encontraba prácticamente a las afueras de la ciudad. Para llegar, tenías que pasar de largo el muelle y cruzar el puente que conectaba la calle que llegaba al muelle con el Mar de Nubes. Casi siempre, Zhongli se acercaba a los puestos de comida fresca para comprar ingredientes con los que saciar algo de su gula. Aunque, al final del día, siempre acababa haciendo sus compras en La Segunda Vida. Quizá por pura costumbre o quizá por ser la tienda que más cerca se encontraba en su camino a casa.

Aquel día también hizo una parada allí, compró los suficientes ingredientes como para acabar necesitando una bolsa. Un poco de esto, un poco de aquello, una bolsa de almendras, otra de tofu. Zhongli se aprovisionó con un poco de todo a pesar que tarde o temprano saldría también de Liyue a buscar algunos de los ingredientes más raros que necesitaba para sus extravagantes gustos.

Mientras cargaba la bolsa entre sus brazos y seguía su camino, el consultor se preguntó si los días de esa aparente calma durarían. Morax nunca pudo hacer mucho contra las plagas mortales que infectaban a los humanos sin una forma física, Zhongli no era diferente.

Cuando finalmente puso un pie en su hogar mortal, Zhongli dejó que sus hombros cayeran y que la tos que había estado conteniendo en sus entrañas se manifestara débilmente. Cerró los ojos, aspiró con fuerza y se dedicó a los quehaceres más triviales. Guardó la compra, limpió la casa (especialmente la entrada) y, una vez hubo terminado, salió al jardín de su casa para sentarse en la fría roca y alimentar a los pájaros que revoloteaban inquietos alrededor de las flores amarillas que lo adornaban.

Boca de dragónWhere stories live. Discover now