Tropiezos llenos de Sangre

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Llegamos a la pastelería, un pequeño puesto colorido al igual que la vestimenta de su recepcionista, una chica de complexión robusta, simpática de mirada gentil y sonrisa singular, con vestido rosa y mandil azul un poco setentero, se nos quedó mirando un segundo sin poder evitar el morbo de vernos sujetos de las manos, sin poder quitarle la mirada aquellos ojos marrones de Martín.

Empezaba a sentirme incomodo al ver aquella sonrisa que Martín inevitablemente lanzaba aquella acechante mirada.

—¿Que les puedo ofrecer chicos? —pregunto aquella chica con una sonrisa, formándose en sus mejillas algunos hoyuelos agradables a la vista de cualquiera.

Martín miraba la nevera observando cautelosamente cada uno de los pasteles que allí se encontraban, preguntando por cada uno que captaran su atención.

—Me podrías dar una rebanada del pastel de tres quesos— respondió Martín, regresando la mirada aquella chica un poco coqueta para mis sospechas.

—Claro que si joven apuesto—respondió la chica, deslizando el cristal de aquel mostrador, sujetando aquella espátula para sustraer la rebanada más grande de aquel pastel que se encontrara.

—Aquí tienes—dijo una vez que termino de hacer aquella elección que incluiría miradas seductoras.

Martín pudo notar que no la estaba pasando bien con aquel coqueteo.

—Amor ¿de cuál vas a querer tú? —escuche que pregunta Martín, mirándome, sin poder evitar hacer aquella singular sonrisa que me hacía entenderlo todo.

—Una rebanada de pastel de zanahoria no estaría mal— respondí —sin poder evitar sonreírle.

Aquella chica no disfruto de dicha escena inclusive esa singular sonrisa se le iba difuminando del rostro conforme pasaban los segundo y terminaba de entregarme aquella
rebanada de pastel, como trofeo ante una batalla que sabía que ganaría.

Después de haber pagado, seguimos delante de aquella nevera sin buscar alguna mesa, las cuales se encontraban desocupadas, la chica al parecer no disfrutaba ver como sonreíamos y conversábamos como si ella no existiera, mientras se encontraba limpiando el mostrador haciendo lo posible por retirarnos de su vista.

—¿No se les ofrece algo más? —pregunto—después de su ardua limpieza arrítmica de objetos y técnicas de limpieza que generaban ruidos incomodos que no tomamos importancia.

—No, gracias –respondí.

—Desperdicio de Hombre—escuchamos aquel pequeño murmuro de aquella chica, al dirigirse al área de preparación de postres, sin poder evitar lanzar una sutil carcajada ante dicho comentario.

En cuestión de algunos minutos el celular de Martín empezó a vibrar, se nota desconcertado al observar la pantalla del celular, proveniente de un número desconocido.

—¿Quién será? — Me pregunta—esperando diera una de mis posibles deducciones.

yo solo puedo mirarlo igual desconcertado, sin alguna predicción.

—Contesta— dije— mientras sostenía su plato.

Cogió el teléfono.

—Habla Martín Arcos ¿con quien tengo el gusto? —respondió.

De pronto su semblante empieza a cambiar, perdiendo fuerza en sus manos, dejando caer el tenedor de metal, su mirar se nota desconcertado al borde de las lágrimas.

—Martín, ¿Está todo bien? —pregunte— mientras me acercaba a él, tratande de descifrar alguna pista en su mirar.

El me miro, !dios¡ algo malo había pasado, coloque los platos en el mostrador y de inmediato mis brazos rodearon su cuerpo mientras sus lágrimas caían sobre mi hombro.

—Mi nana, ha muerto— respondió devastado.

Era algo de imaginar, sin embargo uno siempre espera algún indicio, pero cuando todo ocurre sin saber un ¿porque? sin tener un motivo que creamos que nos ayudara a conciliar, todo se vuelve más difícil de asimilar.

—Vamos a tu casa, tranquilo yo avisare a las chicas para qué puedan ayudar mientras llegamos, yo manejare—dije— mientras tomaba sus llaves del bolso del pantalón, antes de que cometiera cualquier arranque de locura.

La chica de la pastelería estaba paralizada, cierta pena también la acogió, de inmediato lo lleve a la salida, saque mi celular y empecé a llamar, solo recuerdo haber dicho, «vayan a casa de Martín urge, hagan todo lo que se tenga que hacer», no di tiempo a que me cuestionaran.

Entramos al vehículo, procure estar tranquilo, él se recostó sobre el cristal de la puerta del copiloto, mientras su mirar se perdía en cualquier punto, mientras que sus lágrimas trazaban caminos, los cuales eran ya conocidos.

Coloque los seguro de las puertas del vehículo y di marcha, conduje lo más prudente posible, lo cual no dio comentario alguno en el trayecto.

No sabía cómo reaccionar, que decir, el silencio hablaba más a cada instante, el trayecto en carretera fue
largo, aunque la realidad fue otra, empiezo a creer la teoría de la relatividad del tiempo.

«En momentos trágicos se expande volviendo más agonizante cada segundo y en momentos de suma alegría se compacta. »
Llegamos a la ciudad, podía sentir como la respiración de Martín cambiaba, como la angustia se apoderaba de el a cada metro que nos acercábamos. Imaginar a las afueras de su casa aquellas ambulancias y personas alrededor observando lo que pasaba añadía mayor tensión,

Trate de sostener su mano pero él no buscaba consuelo en ese momento.

Busque el control del portón eléctrico de la cochera, en un descuido Martín  ya habría quitado los seguros de las puertas corriendo hacia la entrada de su casa, trate de encontrar la calma, estacione el vehículo, espere lentamente al ver como bajaba aquella cortina, «dios no podría ser más desesperante la espera.»

Corrí una vez que aquella cortina bajo, ahí se encontraban, Estrella, Rosalin y Fátima, afligidas por la pena, me dirigí hacia ellas, antes de subir las escaleras que dan hacia la
puerta principal, para esto, un grupo de paramédicos iba saliendo de la casa de Martín, llevaban en la camilla ya el cuerpo cubierto por aquel familiar black body bags.

Martín iba a un lado suyo, su llanto era descontrolado, no dejaba de mirar aquella silueta inmóvil, esperando un milagro, causando que en los últimos escalones tropezara y callera.

Corrimos ayudarlo a levantarse. Él se quedó en el piso golpeándolo por algunos minutos,  dañando las muñecas de sus manos, era tan impotente verlo de esa forma.

 Él se quedó en el piso golpeándolo por algunos minutos,  dañando las muñecas de sus manos, era tan impotente verlo de esa forma

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—¿Porqué, porque? — No dejaba de preguntar exaltadamente una y otra vez.

Me coloque aun lado suyo, quedamos a la par una vez que me hinque, le abrase, mientras él seguía mirando el piso como se trazaba por líneas de color rojo.

Soundtrack de este capítulo triste 🥹😔🎧:

Sing of the time—Harry Styles

Cicatrices en mí. (book 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora