El afluente frente a nosotros, cursaba sus aguas fuertemente, corría y sonaba con fragor, dentro de las mismas, se podrían ver algunos peces con suerte. No era profundo, pero si metiese ahí el pie descuidadamente, quizá me tumbaría al suelo. Me gustaba bastante, mayormente era porque al atardecer, se reflejaba perfectamente su luz en el preciado ocaso.

Qué manera tan enrevesada de decir que hacía un buen día.


Esta presa, frenética y jovial corría apresuradamente dando saltos desesperados, con una velocidad hasta envidiable, haciéndome perder por completo el control de mi respiración, a diferencia de mi amigo quien le seguía la pista con ímpetu y sin cansarse para nada. Debería hacer más ejercicio, pero nunca me atrajo, y es justo por eso que al cabo de unos minutos me quedé metros atrás, casi perdiéndome en estos parajes, escuchando con detenimiento mi alrededor buscando a mi amigo.


Quizá no tenga un oído muy bueno, pero era capaz de oír cosas de lejos, ecos tales como el cantar de las aves, el correr de un afluente y... ¿El arrastrar de...?


¡Bum!


Sentí un cuel escalofrío al observar el cuerpo aun moviéndose, agonizante, y recuerdo aquel mirar deseoso, inundado de pavor, y las últimas palabras, un "Lo siento" que precedieron al fin de su vida.


No pude evitar sentir empatía, incluso hasta cierta conexión con este animal, ya también me he sentido empequeñecido, superado abismalmente, presa del pavor, y quizá en algún momento, lleguemos al mismo lugar; pero espero que no en las mismas condiciones.

Ver sus ojos, enternecidos y pavorosos antes de morir me revolvieron el estómago, quizá ver a los ojos nostálgicos de las presas eran lo que me hacía odiar esto.


—Lo he dicho antes y lo vuelvo a decir, odio venir a hacer esto —Afirmé ya en la cercanía del río, cuando mis botas pisaban firmemente las piedras húmedas de la orilla.

—Creo que es uno de los gajes de tener a un amigo como yo, sencillamente soy el paquete completo —Contestó confiado, tomando una roca, la cual lanzó varias veces hacia el aire atrapándola en la palma de su mano—. Aparte, no tienes muchas opciones no es como que tengas muchos amigos, y por algún motivo odias estar solo.


Gesticulé una mueca indiscutiblemente disgustada. En cierta forma odiaba admitirlo, pero tenía razón. Desconocía el porqué, pero pasaba mucho tiempo en lugares concurridos o en un público masivo con tal de no estar solo, y eso que padezco de una ineficiencia total para socializar; me generaba una inquietud abismal, cosa que odiaba, pero resultaba peor la bruma de la soledad.


—Ajá, de igual forma, sé que tampoco te gusta del todo —Aticé lanzando la primera piedra, hundiéndose al instante, haciendo mostrar mi disgusto—. Por eso y solo por eso te acompaño cuando cazas.

—Eso me gano por nacer en la familia Austen, la familia de tan afamados cazadores en este pueblo —Vociferó con un orgullo meramente sarcástico, dando poco después gemidos de lamento y ofuscación.

Henry Austen era una persona que recordaba con cierta melancolía. Cosa curiosa, pues este sentimiento era contrariado a lo que es, en mis años junto a él, pude hacerme una idea de quién era, como era, tanto es así, que podría describir cada detalle de su ser, desde su particular calidez y sensatez a la hora de hablar. O quizá he de mencionar su forma tan particular de encajar con otros, era extremadamente sociable, lo que contrastaba perfectamente con mi recato, mi distancia ante cualquier agrupación o incomodidad, pero por alguna razón, que a día de hoy desconozco; ha hecho que nos llevemos tan bien en una vez que entramos en confianza.


Por mi parte, no había en realidad mucho que explicar.


—Pero ¡hey! Bro, podría ser peor —Alegué un poco más animado.

—¿Cómo qué? —Dice lanzando otra piedra, la cual viaja hasta el otro lado del cauce—. Nacer siendo hijo de un policía que te tiene vigilado por hacer destrozos.

—Lo único que hice fue... —Pensé por unos momentos, retractándome al instante de lo que iba a decir—. Ok, sí hice destrozos, pero fue un accidente, y aparte, ya estoy libre.

—¡Ah! Entonces podemos ir al festival sin tener a Paul Crawford cerca —Manifestó con un toque de broma.


Cierto... Mi padre, contrario a lo que se creería, ser hijo de un policía no era tan conflictivo como se podría esperar, a veces, muchas veces, no estaba en casa, abría la puerta encontrándome con una casa vacía, pero eso es normal. Del resto, mantenemos una relación sana, comemos en silencio, convivimos de la misma manera... sí, bueno; no está mal... pero a veces desearía que fuese de otra forma.


—¿Ya es esa época del año? Mierda, y yo que dije que haría muchas cosas este año —Traté de cambiar la conversación.

—No me sorprende, siempre dices lo mismo —Indicó mientras se lavaba las manos en el río, para terminar, agregando—. Y sí, ayer y antes de irnos, vi que empezaban a decorar todo, hasta he oído que, en el Este del todo, tú sabes por donde siempre venden cosas de segunda mano, por dónde está ese edificio raro, venden buenos helados.

—Hay algo que siempre me pregunté ¿Por qué hacemos esto cada año? Yo tengo mi teoría y es que funciona como una iluminación simbólica a la conciencia del hombre, me recuerda a Prometeo.

—Genial, pero sobre eso no me preguntes, diré que sí a lo que digas y ya.


Henry nunca ha tenido un carácter deductivo, era intuitivo, claro, pero lo que era razonar y demás cosas siempre quedaban relegadas a mí, por eso mismo, siempre que tocaba temas como este, quedaban meramente en lo que yo decía. Aunque me gustaba ser escuchado cada que decía algo así.


—Ahí vamos de nuevo, en todos estos años no he podido sacar nada de tu mente, saber que hay más allá de lo trivial.

—Ni siquiera puedes saber cuándo te daré un regalo —Sacando de su bolso un cuchillo de caza que recordábamos ambos desde pequeños.

—Eso es cierto... Espera, ¿Qué es lo que tienes?

—Quizá no te guste del todo —Dice ofreciendo el cuchillo en mi mano—. Pero en realidad me pareció una forma particular de decir «gracias».

—Bro, ¿En serio quieres darme esto? —Viendo el cuchillo que él añoraba de pequeño—. Siendo sincero Henry, espero nunca usarlo.


Se notó una sonrisa discreta en su rostro, que disimuló mandándome a callar entre carcajadas mientras subíamos por una colina, me quedé absorto en mí pensar. No podía dejar de concebir pensamientos varios acerca de tal gesto, me parecía... no sé cómo describirlo, muy pocas veces he recibido un regalo, un regalo de verdad. Pues concebía los otros regalos, más que como un gesto, un presente con cierto detalle, parecían ser más bien una formalidad; algo que se les indicó que debía ser así o de lo contrario serían mal vistos, lo sentía falso, lo aborrecía abiertamente, creo que el único otro regalo que me dieron sin motivo, era...

Resbalé al momento por estar divagando, tratando de evitar mi caída me sostuve de un árbol cercano, las risas de Henry se aplacaron, viendo fijamente al árbol que me sostenía, quedó intrigado por lo que estaba en el árbol.


Me sentía inusualmente inquieto, era una intranquilidad que por mucho que lo intentara, no podría ser capaz de explicar, como un rumor sin voz u origen que me desconcertaba.


¿Qué era lo que tenía su interés de esa forma? Me preguntaba mientras que recobré el equilibrio, el aire tenía un olor particular, me era irreconocible, pero eso era lo de menos, subí un poco y me acerqué a ver lo que había captado su atención, observándose unas marcas profundas en el tronco, garras contundentes que habían rasgado la madera.

A nuestro alrededor, había más árboles marcados de esta manera, todos desgarrados, algunos de los menos robustos incluso se podían ver destrozados.

AcluofobiaWhere stories live. Discover now