Pesares

156 7 6
                                    


—Vamos, vamos, ¡vamos por dios!

Empecé a malograr la puerta, golpeándola frenéticamente, desesperándome, alarmando a Víctor quien me tomó del brazo, y me volteó molesto, pude ver su rostro, pero en este caso estaba más que molesto, asustando. Preguntó nuevamente, ¿Qué era lo que pasaba, por qué mi actitud era así, por qué estaba tan desesperado? En mi estado, a duras penas pude verle el rostro al momento de hablar.


—Esto... esto no es bueno, ¡Para nada lo es!

—Me estás preocupando, dime que ocurre —Insistió con una voz trémula a la vez que firme.


Me sentí irritado, muy preocupado ¿Todo está bien cierto?


—No puede ser cierto.

El miedo es algo universal, de carácter único que se manifiesta en todos nosotros. Es algo normal, por mi parte como una persona cuerda y sensata, habré manifestado a cualquier persona que me aterran los confines de la oscuridad, que de hallarme en una situación a oscuras buscaría la luz, despavorido de miedo.

Sin embargo, nunca había sido así.


Le veías ahí, en el inhóspito bosque, vagando sin un rumbo verdadero dando pasos cautelosos sobre hojas secas, el aire frío resoplaba fuertemente y junto a él, estaba el cielo casi ennegrecido por completo quienes avecinaban un mal augurio, precedentes de una desgracia, que no lo habría de comprender del todo. Cada paso, aunque cuidadoso, estruendoso, tan solo le acercaba al peligro ciegamente; la suerte que le acompañaba con vida se había esfumado repentinamente. En la cercanía de este bosque, es capaz de escuchar una rama romperse, algo se acercaba, le amenazaba, lo sabía y debía huir, evadiendo a su persecutor instintivamente, corrió tan rápido y grácilmente como pudo, sin embargo, le costaba mucho; despistarlo en su condición le era completamente imposible, quien, en lugar de alejarse, parecía acercarse poco a poco dejándolo sin más opción que esconderse en un tronco hueco, esperando que esto pudiera despistarlo, y así lo hizo. No lo habían visto, o al menos eso es lo que creía; trataba de no hacer ruido, intentaba escuchar a aquel que le acechaba estaba cerca, lo oía atentamente, cada paso de su acechador, se escuchaba profundamente en sus tímpanos; el peligro cada vez más cerca aceleraba su pobre y endeble corazón, con cada palpitar este sentía que iba a estallar, sentía que no podría más.


Ante esta situación tan frenética, esperó un tiempo, minimizando por completo su respiración, sus latidos, al cabo de un tiempo los ruidos se habían aplacado, esto lo había calmado, haciendo que saliera despacio del tronco, no parecía haber nadie, se había salvado por fin.


¡Bum!


Era una verdad injusta, tan solo una cruda realidad. Un disparo certero acabó con él, en tan solo segundos cayó desplomado y cubierto de su sangre, suponía ser un disparo mortal, en cambio el tirador se distrajo, erró y por ello ahora agonizaba; cada segundo sentía un enorme sufrimiento, en respuesta no hacía más que gemir de dolor y su cazador en consolación, acabó finalmente con su vida.


—Hasta donde tengo entendido, no es normal que el conejo haya hecho esos ruidos —Dije un poco cansado, hasta incluso algo aturdido, mientras bajaba por una colina hacia el frío riachuelo—.

—Fallé, pero solo por un poco —Replicó con una voz un tanto afligida—. Tenía que haberlo matado solo con el disparo, tengo toda la culpa. Lo bueno es que, ya no tengo que cazar más.

AcluofobiaWhere stories live. Discover now