Capitulo XXVII

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Cuelgo el teléfono y lo dejo en la mesada, tomo el plato

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Cuelgo el teléfono y lo dejo en la mesada, tomo el plato.

—¿Con quien hablabas? —escucho a Brian—, ¿era mi esposa Adelaida?

Aprieto mis labios y lanzo el trapo húmedo en su rostro, retrocede.

Si era ella, mi madre me llama casi día por medio para asegurarse de que prácticamente siga vivo y respire, no tengo problema en responderle, siempre me ofrece dinero a lo ultimo. Aunque ya no se lo acepto como antes, me solté de su dinero cuando lo consideré apropiado.

—¡Asqueroso!, ¡esto huele a huevo podrido!

Lo ignoro y rodeo la mesada, llego hacia el pequeño living en donde se encuentran los demás. Dejo el plato en el centro de la mesa y enseguida se ponen a devorar.

Me alejo y le doy una repasada a todo.

No es el departamento más lujoso pero es lo suficientemente grande para los dos. Al menos no tendré que compartir habitación con el y aguantar su mugre. Aunque parece que si tendré que obligarlo a limpiar.

Bajo mi cabeza al ver un destello amarillo, suspiro.

—Brian, ¿hasta cuanto va a estar esto aquí?, ayer casi lo piso dos veces.

—Es mi hijo, William. No puedes limitarme tiempo con mi hijo —habla con la boca llena

Lo miro serio mientras los demás comienzan a burlarlo, haciendo que comience a toser. Vuelvo a bajar la cabeza y me inclino para tomarlo entre mis manos.

Lo llevo a su caja y lo dejo suavemente ahí, con estos caminando por aquí terminaran por pisarlo, mejor dejarlo en su intento de cuna cuando haya visitas.

Me incorporo y lo miro unos segundos más.

Brian lo trajo prácticamente como si fuera droga y lo escondió en su chaqueta esquivando al de seguridad. Eso fue hace un par de semanas, hace un par de semanas dejamos Las Vegas para recibir a la semana de exámenes.

Lo bueno es que luego llegaron las vacaciones, lo malo es que ya terminarán.

No veo a la renacuajo desde el día del hotel, al parecer volvió con sus padres para la semana de vacaciones, y se llevó a mi hermana en el camino. Al menos se que la veré en unos días, me siento ansioso, y eso es porque tengo muchas ganas de ella.

Me giro y vuelvo a caminar hacia la mesa, frunzo el ceño.

—Muertos de hambre, no me dejaron ni una maldita hamburguesa —los regaño, haciendo que me miren

—Es tu culpa por pensar que veinte alcanzarían —llevo mis ojos al techo

—Mas te vale pagar una pizza esta noche —me siento en una de las sillas

—De acuerdo, pero no la de siempre, me folle a la que las entrega y ahora quiere hacerlo cada vez que nos vemos. Creo que tiene una obsesión.

—¿Con las que las entrega?, ¿la que tiene como cuarenta años? —pregunto

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