Nos estábamos mojando demasiado.

Su cuerpo se cernió al muro de la entrada cuando la acorralé allí. Intentó empujarme inmediatamente, pero agarré una de sus manos, entrelazando nuestros dedos con urgencia. Nuestros cuerpos estaban pegados completamente. Subí mi otra mano por su cintura, lentamente, y escondí mi rostro entre su pelo mojado. No perdí la oportunidad de rozar mi labios en su cuello.

Quería provocarla, hacer que perdiera un poco el control, y por un segundo pensé que la situación se me iba a ir de las manos, y yo perdería el controlo por ella. Pero fueron años de experiencia los que me espabilaron. Un segundo antes de provocarla un poco más, llegando hacia la parte donde su cuello y su rostro se juntan, presioné un poco mi boca. Noté como se tensaba, en el buen sentido. Y me dirigí hacia su oído, sin poder contener una sonrisa traviesa que ella no veía, pues tenía los ojos cerrados, mostrándome una de las primeras debilidades que quería descubrir de ella.

—Te besaría bajo la lluvia, pero te mojarías dos veces. —susurré en su oído, burlándome. 

En el acto ella abrió los ojos y me empujó enfurecida.

—Jodido gilipollas. —espetó ella, entrando a su casa con las llaves que había cogido anteriormente de la maceta y me dejó fuera. No me dio tiempo ni a dar un paso cuando vi que me había cerrado la puerta en las narices con un buen portazo. 

Me empecé a reír durante varios segundos, más bien me estaba descojonando por lo que le había dicho y lo que había pasado hace minutos. Pero, al cabo de un rato se me fue la gracia. Es decir, no me hacia ni puta gracia estar calándome, y menos con el frío que hacia. 

—Vamos joder Bianca, que me estoy congelando aquí. Que hace un frío de la ostia.

—Te jodes. —chilló desde dentro. 

—Eres una jodida insoportable. 

—Te contestaría pero prefiero dejarte en soledad con el fresquito, hm. —se burló.

—Me esta llegando el agua hasta los... ¿quieres abrir ya?


Narra Bianca. 

Esbocé una pequeña carcajada y finalmente fui a abrir la puerta. No por propio gusto; le hubiera dejado ahí toda la noche petrificándose, pero quería terminar el estúpido trabajo y quería que se fuera cuanto antes. 

—Venga, pasa. 

Entrecerró los ojos mirándome un poco mal, la verdad. Después entró y se removió el pelo salpicándome el agua, a posta, en toda la cara. 

Cogí aire y lo solté pausadamente. 

—¿Bianca? ¿Por qué has venido tan tarde cariño? no te he escuchado entrar, estaba con mi sesión de pilates... Oh, hola, ¿tú eres? —mi madre sonrió sorprendida.

—Justin Bieber, señora. —saludó a mi madre con toda la caballerosidad y amabilidad que él no tenía. 

Mi madre sonrió contenta. 

—¡Que gran cambio has dado Justin! ¡Me alegra muchísimo verte! —le abrazó—. Vamos, ¡venid! vamos a merendar algo. 

No me dio tiempo a coger a Justin y advertirle que ni de coña, que se ahorrar todo esto, pero el muy capullo ya andaba como si estuviera en su propia casa, hablando con mi madre. 

Me senté en uno de los taburetes altos que había en la cocina mientras mi madre y Justin hablaban y hablaban, recordando cuando nuestras familias estaban más unidas: mi madre le preguntó sobre su madre, su padre y sus hermanos y ambos entablaron una conversación de lo más entretenida, para ellos, yo estaba desquiciada.

Me perdí en la conversación cuando empezaron a hablar de nosotros cuando eramos pequeños. Lo más interesante que había en aquella cocina era mi magdalena de chocolate.

—Pues haríais una pareja adorable. —soltó mi madre. Abrí los ojo como platos, de repente, prestando atención a la conversación. 

—Mamá, que somos amigos. —dije, nada más que por mantener la formalidad frente a mi madre. Aunque mi ceño fruncido lo decía todo. 

—Ella es la amiga, yo no. —soltó Justin. Me giré para matarlo con la mirada cuando ya cruzaba una mirada divertida y amigable con mi madre.

—Cierra la boca, Bieber. —alcé una ceja.

—A tus ordenes, mon amour. —seguía haciéndose el gracioso y caballero. Mi madre comenzó a reír como una adolescente. Y aun me irritó mas saber que Justin le caía estupendamente.

Sabía que solo era su facha de caballero frente a mi madre, que intentaba ponerme nerviosa y lo que más me fastidiaba es que lo conseguía con tanta palabrería y tantas miradas y tantos nombrecitos.


No sé como lo hice pero conseguí arrastrar a Justin a mi cuarto. Ni siquiera le hablé cuando entramos y cerré la puerta. Solo le facilité una silla y un gran libro de historia. Yo me centré en lo mío, y seguí resumiendo apartados del trabajo. Durante una media hora, aproximadamente, todo estuvo en calma. Lo único que intercambiábamos eran miradas incomodas por el gran silencio que ambos habíamos formado. ¿Por qué incomodas? porque era raro cuando no hablábamos para discutir, nunca no hablábamos. Era así: o discutíamos o no nos veíamos porque cada uno estaba lejos del otro como para poder discutir. Estar juntos era llevarnos mal. 

Mordía el bolígrafo cuando me encontré de nuevo con su atenta mirada. Entrecerró los ojos y supe que iba a decir algo. 

—¿Sabes que he estado pensando?

—¿Qué? —le miré.

Vi en su rostro asomar una sonrisa socarrona.

—Que nuestros hijos saldrían guapísimos... tu sonrisa mezclada con la mía, tus ojos y los míos, esta carita —se señalo— y tu pelo... —ya estaba coqueteando otra vez. 

En ese momento, si hubiera tenido agua en la boca, la hubiera escupido.

—¿Pero tú eres imbécil? —pregunté, seriamente. 

Él soltó una carcajada.

—Que va Endell, lo digo en serio. Y ya sabes... podríamos ir practicando. 

Su mano paseo como una pequeña hormiguita por el inicio de mi muslo. Cogí su mano y la aparté.

—A veces pienso que realmente tienes un retraso mental. —me ponía nerviosa. 

—Yo a veces pienso que llegas a ser agradable... —cogió suavemente mi mandíbula—. Luego te oigo hablar y se me olvida. —y la soltó con algo de brusquedad mientras lanzaba un beso al aire con sus carnosos labios. 

—Gilipollas.

—Estúpida.

—Hola al típico Justin de nuevo. —me burlé, con una sonrisa cínica—. Me ponía de los nervios que fueras de caballero.

—¿Solo te ponía de los nervios eso? ¿O que intentara ligar contigo también? —me miró con sorna. 

—Ninguna de las dos. Solo cállate. —me volví a centrar en el trabajo.

—Te contradices. —replicó.

—Cállate. 

—Bien. —le ignoré. 

Y la ultima vez que le miré vi como me miraba de reojo mientras se reía y negaba con la cabeza. 

Love in New York. {Justin Bieber}Where stories live. Discover now