Peleas callejeras

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—Caballero —dijo—, ¿me puede explicar cómo es que llegó esta billetera a sus bolsillos?

—Oficial... —respondió en un suspiro. —A veces uno tiene que ganarse la vida. —y le miró hacia atrás por sobre el hombro. —Ya ve usted cómo me trata ese sujeto... Jamás reconocerá que me estuvo buscando toda la noche para... pues liarse conmigo. —su voz sonaba tranquila y suave. Todo lo que decía parecía tener sentido, pero los sujetos inconscientes en el suelo no le permitían fiarse de él.

—Pero habrá recibido un pago por... Por sus servicios. —repentinamente se sintió cohibido al decir aquellas palabras. —Un pago, no toda una billetera.

El cresta soltó una sonrisa y respondió: —Le sorprendería lo que pagan algunos por guardar sus secretos...

La mirada del moreno era coqueta, desde luego que sí, intentaría quitarse la multa a como diese lugar. Siendo quién era él, comisario de la policía, no podía permitirse ser blando con quienes buscaban saltarse la ley.

—¿Usted quiere poner la denuncia? —preguntó al hombre que, cada vez que le veía, tenía el rostro más hinchado.

—¡Anda que no! ¡Claro que sí, señor Agente!

—Pues lo lamento, señor. —dijo dirigiéndose a Horacio. —Procedo a esposarle. Queda usted detenido por robo a un civil. —agregó mientras le esposaba.

—Uy, me gustan las esposas, oficial... ¿Podemos apresurarnos? —dijo mordiéndose el labio. —Aguanto bastante, pero me gusta varias veces por-

—Caballero, será mejor que guarde silencio. —el moreno soltó una sonrisa traviesa.

Tras esperar a que llegase la ambulancia que trasladaría a los inconscientes al hospital, la patrulla de refuerzos y la que escoltaría a los otros dos sujetos, emprendieron camino hacia la comisaría. Greco leyó los derechos a ambos sujetos y, una vez llegaron a comisaría, comenzaron a procesarlos.

—Es usted muy guapo, oficial. —aún estaba esposado. Se apoyó contra la pared y miró al policía.

—Comisario. —refutó con malas pulgas. —Comisario Volkov. Dese la vuelta que lo desesposo. Sígame, para poder identificarlo.

—Pasa de mí... —suspiró.

—Ponga el dedo allí, la máquina lo identificará.

—Claro, debe recibir demasiados piropos. Qué le hace una raya a la cebra, ¿no?

—Estoy de servicio, caballero. Limítese a hacer lo suyo y terminaremos esto más rápido.

—Entonces... —y quitó el dedo de la máquina antes de que pudiese arrojar el resultado. Volkov le miró molesto. —Si no estuvieras de servicio, no pasarías de mí... —volvió a sonreír travieso.

Silencio. La mirada fría e inexpresiva de Volkov. Sus ojos grises eran redondos y grandes. ¿Qué tan difícil sería conseguir el número de un comisario?, pensó.

—Caballero, déjese identificar o tendré que sumarle desacato a la autoridad.

—Disculpe, me perdí un poco en sus ojos...

—Y si sigue así, también faltas de respeto a un funcionario público. Horacio Pérez, —leyó en el monitor.—Véngase por acá.

Metido en la celda, Volkov comenzó a trabajar en la PDA para ingresar los datos pertinentes de la detención. Resultado: quince meses en prisión.

—¿Estará aquí para cuando salga?

—No lo sé, caballero. Pero cualquiera de nuestros compañeros puede sacarle de aquí sin problemas. Todos están perfectamente capacitados para hacerlo.

—Me gustaría que fueses tú...

Silencio.

Volkov se dio la media vuelta, dejándole solo tras las rejas.


Como era de esperarse, el ruso no apareció para su liberación. Le habría gustado verle, habría sido otra oportunidad para coquetearle. Cogió todas sus pertenencias del escritorio de la secretaria y, siguiendo al barbudo que también había participado en su detención, se encaminó hacia la libertad.

—Hacía tiempo que no veía a Volkov tan entretenido.

—¿Cómo? —preguntó algo sorprendido.

—Pues eso. Tampoco había visto a alguien coquetearle tan a la ligera. Ha sido divertido, señor...

—Horacio. —completó la frase del barbón. —¿Y usted?

—Comisario Rodríguez. Greco Rodríguez. —Abrió la puerta. —Espero no verle de nuevo por aquí.

—Uff... Yo sí. A ver si así me cruzo de nuevo con el comisario Bombom. —se tocó los labios mientras sonreía travieso.

—¡Horacio! —oyó la voz de un hombre. —¡Eh, Horacio! ¿Cómo coño te has metido en tanto líos? —agregó entre risas mientras se acercaba al cresta.

—¡Perro, pero si fue tu culpa! Si hubieras peleado en vez de mirar, habríamos derribado a los tres y nos habríamos ido con el dinero.

Vaya par, pensó el comisario mientras les veía alejarse.

Oneshots VolkacioOnde histórias criam vida. Descubra agora