capitulo 25

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El psicólogo ha dicho que ese es uno de mis principales dilemas. Intentar hacerme cargo de responsabilidades que no me corresponden. Darles un sitio donde vivir a mis amigos, salvar a Roma de una relación violenta, y ahora, solucionar la disputa entre Damon y Liam. Sé que no tengo mucho que hacer ahí, no puedo definir ni controlar las decisiones que Liam tomó, pero me enloquece pensar que están peleados por mí culpa.

Por ende, tras leer el correo, decido ir a casa de Liam. Solo quiero que tengamos la conversación tranquila que debimos mantener en un principio. Cambie o no algo, dar la cara me traerá tranquilidad.

Trago saliva y me incorporo, nervioso, luego de tocar la puerta. Liam se asoma minutos después, pone una expresión neutra, lo que indica que esto podría ser un éxito o un completo desastre.

—Vaya, sí que tienes agallas —murmura, con actitud entre graciosa y sarcástica—. ¿No está tu hermano cuidándote la espalda? Qué raro —agrega y se hace a un lado, dándome paso libre. Debo admitir que ingreso a la casa sintiendo una corriente de temor.

—No te preocupes. Puedes asesinarme y luego quemar el cadáver, nunca te descubrirán porque nadie sabe que estoy aquí —respondo dando continuidad a ese tono divertido. Sé que Liam siempre fue el tipo gracioso que despertaba la risa en los demás diciendo tonterías.

—Créeme que tengo ganas pero, ¿Qué ganaría? Solo a mi hija odiándome para siempre. Más de lo que ya lo hace —se encoje de hombros, mientras toma asiento en una silla e invita a hacer lo mismo. De pronto, reconozco indicios de arrepentimiento.

Niego.

—Maddie es incapaz de odiarte. Al contrario, se preocupa por ti todo el tiempo —hago saber, dado que fui testigo de aquello cientos de veces—. Cuando apenas empezó el semestre, tenía que escribir sobre una persona a la que admirase. ¿Sabes sobre quién lo hizo?

Liam duda.

—No lo sé. ¿Sobre una de esas escritoras que tanto le gustan? ¿Sobre su madre?

—Sobre ti —largo, un tanto impaciente por la ceguera del hombre que eleva las cejas, sorprendido. Al segundo, los ojos se le humedecen y la expresión se suaviza. Me recuerda a Maddie cuando algo la emociona y se esfuerza por contener la sensibilidad.

—Hijo de... Maldición, Tyler —corrige, actuando como lunático—. Le has dado en el blanco. Desgraciado —vuelve a insultar, pero de una manera que sabe amigable—. Maddie es mi bebé. Sé que creció, pero siempre será mi niña pequeña. La que abría regalos en navidad y a pesar de que no era lo que había pedido, sonreía alegremente y era feliz con lo que podía darle —su voz se entrecorta, me siento un poco mal por haber presionado su punto débil.

—Lo puedo imaginar. Sigue teniendo la misma sonrisa —coincido—. No quería hacerte llorar, eh. Solo necesitaba hacerte saber que yo jamás me aproveché de ella. Nunca —digo con firmeza—. Desde que nos encontramos en la universidad, las cosas han sido diferentes... Nos acompañamos el uno al otro, nosotros...

—Ya, Tyler. No sigas. Ya lo sé. Lo entendí —reconoce, mientras se recupera del pequeño desliz emocional que acaba de sufrir—. Ella me lo ha dicho todo —asegura, otorgándome la calma que necesitaba—. Espero que puedas disculparme. Me estoy poniendo viejo, y amargado —bromea y reímos. Los rencores se deshacen tan rápido como llegaron.

Sin embargo, no me marcho al instante. Continúanos la conversación un largo rato, Liam sirve refrescos y comenta sobre Damon, mostrándome uno de los mensajes que su mejor amigo le envío hace un par de días.

Damon: Eres de la familia, imbécil. Déjate de tonterías. ¿Recuerdas lo que te dije esa vez en rehabilitación, cuando me visitaste con un brazo roto? Probablemente no, así que te refresco la memoria: dije que si seguías diciendo estupideces te rompería el otro brazo. Bien, la amenaza no caducó y puedo aplicarla si sigues actuando como idiota. Saludos.

Dulce tentación [#3]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt