Luego jaló su larga gabardina del perchero, esta vez en color rojo óxido, se la colgó al hombro y se giró hacia mí, sacándose unas llaves del bolsillo, para después colocarse la argolla alrededor del índice y comenzar a girarlas, creando un diminuto remolino metálico del cual tenía perfecto control, cosa que no tardó en sacarle una de esas sonrisas anchas y repletas de malicia, acaparando por completo su focalizada atención de reptil.

Sí, Deimos no se esforzaba ni un poco en disimular la enorme satisfacción que sentía en cuanto se sabía con el control, incluso de los más pequeños objetos inanimados.

Sobretodo la parte en la que los hacia trizas.

Aunque prefería a los seres vivos.

Porque a ellos podía hacerles creer que dentro de él existía algún tipo de piedad mientras jugaba con ellos.

A veces su juego era largo y otras muy corto. Pero todos terminaban exactamente igual.

Volteó a mirarme de reojo, como si hubiera leído mis pensamientos:

"Ahhh, tienes toda la razón gatita. En cierta forma es una metáfora, ¿Te gusta?" —cuestionó.

Pero no le respondí.

Y al parecer no le importó.

Porque pronto volvió a fijar sus pupilas negras, alargadas, y animales sobre aquel remolino metálico que lo sumergía en un trance.

Asumí que había dejado de parecerle entretenida, al menos, no lo suficiente como para mirarme.

Y también asumí que cualquier cosa que tuviera que decir con respecto a la pregunta que me había hecho, había sido respondida de una manera mucho más interesante dentro de su cabeza, y por lo tanto había preferido quedarse con esa respuesta.

Las manecillas del reloj se habían detenido.

Seguía siendo 05 de Abril.

El tiempo puede llegar a ser algo aterrador.

En ese momento me di cuenta de que no importaba realmente si eran días, semanas o meses, porque de todas formas iba a ser la época más larga de mi vida.

Deimos no tardó en aproximarse a la puerta, murmurando (más para sí mismo, ya que aunque a simple vista parecía un gran conversador, lo cierto era que su completa falta de tacto lo había orillado a perfeccionar los monólogos) que había dos cosas en el mundo a las que intolerante: a la lactosa y a las tragedias humanas insaboras, y que necesitaba con urgencia mirar algún filme gore o una película alusiva a los trabajos forzados que realizaban los judíos en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, para quitarse el mal sabor de boca que le había dejado venir y hacer de la Madre Teresa de Calcuta, para un simio.

Luego soltó una de esas carcajadas burlonas y guasónicas, y añadió (sin despegar ni un poco los ojos de su llavero) que sí él pudiera señalar el error más grande que habían cometido los Nazis, habría sido sin duda el no haber exterminado a todos los Judíos. Que uno siempre tiene que terminar lo que empieza, y que era muy triste que después de tanto trabajo estratégico la causa hubiera terminado de todas formas en la basura, sin mencionar que ahora que estaban de moda los derechos humanos y los discursos de paz (en su mayoría doble-moralístas), vivíamos en una época tan desafortunada y poco pintoresca.

Yo lo dejé seguir soltando todos los discursos de odio que quiso soltar, sé que lo hacía para provocarme, cosa que normalmente habría logrado, pero hoy no tenía energías para llevarle la contraria.

Mi cabeza estaba en otro sitio... lejos.

Muy lejos de ahí.

No sé si dijo algo más o sí ya no dijo nada.

El día en que mi reloj retrocedió  [Completa✔️✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora