Capítulo XVII

715 58 3
                                    

Capítulo XVII (Segunda Parte - Cap III) / Narrador Aleksander

¿Por qué había enfurecido yo tanto? ¿Por qué aquella reacción?

Fueron celos. Celos de que una vez Santi tuvo su amor, tuvo su cuerpo, tuvo su alma. Ah, celos de que una vez mi niña estuvo entre sus brazos. Grr… Yo era una bestia que tenía que pelear por su hembra. Así me comporté. Casi le muestro mis dientes, mis colmillos, y le gruño. Pero si lo hubiera mirado directamente a los ojos habría acabado encima de él descuartizándolo con mis manos, y eso que mis garras estaban cortadas, pareciendo uñas normales.

Pero Adriana… Ay, mi niña, no te callaste. Me contaste lo que Santi te hizo. Ahí sí que me dolió. Ahí sí que sentí a mi bestia. Ahí sí que el odio me recorrió. ¿Por qué tuve que dejarlo ir? Ah, sí, recordé la tortura que le esperaba. Qué importaba todo. Que viviera sus últimas semanas de vida, porque iba a morir entre mis manos…

No, claro que importaba. Ah…, él… había destruido vuestro hijo. Me avergüenzo de admitirlo pero en parte me alivió saber que nunca habrías llegado a tener un hijo con él. Pero cuando me dijiste que te usó… me imaginé lo peor de lo peor, y la imagen de vosotros… no se iba de mi cabeza…

Sang…

Grr…

Grr…

Mi bestia explotó. Ah, sí… No, Adriana, no debiste haberme contado todo lo que te hizo. No, Adriana, no… Fue un gran error. Mi demonio interno salió a flote, y me pidió sangre, y sangre, y más sangre. Alargué mis manos y apreté con suavidad tu cuello. No quería hacerte daño, lo juro, sólo hacerte dormir. Adriana, era el momento de que te solucionase la vida. No aguantaba más. No, no pude. Mi cuerpo me pedía sangre. Mi corazón latió rápido. Necesitaba vida. La necesitaba ya. Sangre fluyendo por mis manos, por mi cuerpo, por mi estómago. Ah..., Dios Santísimo, ¡cuantísima hambre! A medida que ella habló más, mi bestia se volvió más rabiosa, más salvaje. Adriana, apreté tu cuello para que quedases dormida, como hice con tu princesa. Lo siento, siempre lo sentiré. Jamás quise hacerte daño, pero tampoco quería que vieras la bestia que era yo. Te llevé a casa y te acosté, y entonces salí al bosque. Corrí entre los árboles hasta llegar a la civilización, y busqué la casa de Santi. Todo el sufrimiento del mundo sería poco comparado con el que ibas a experimentar, maldito cabrón. Pero… pero… ¡NO HABÍA NADIE EN TU PUTA CASA!

¡¿DÓNDE COÑO ESTABAS?! AH, MALDITO MALNACIDO. No llamé a mi contacto porque no averiguaría nada al instante. Seguramente estuviera con su novia, o de fiesta por ahí, o yo qué sé, pero mi bestia me pedía sangre. Ah… Salivé como un animal, y entonces fui a casa de Adriana.

Su padrastro estaba maltratando a su madre. Era hora de ponerles fin. Rompí la ventana e irrumpí la sesión de maltrato. Hacía muchísimo que no era así de rudo, pero el hambre me lo pedía. El hambre y el odio. Cogí la cabeza de aquel hombre y la estampé contra la pared. Temí habérsela roto y haberlo matado, pero, para mi suerte, seguía vivo. La madre se quedó mirándome como si viese algo normal. Estaba demasiado colocada como para asustarse. La ahogué con mi mano izquierda mientras con la derecha sostenía al imbécil, y entonces los saqué de allí. Un loco corriendo en mitad de la ciudad y luego por el bosque con dos cuerpos en ambos brazos, eso era yo. Me moví por las sombras o las azoteas de los edificios y llegué a mi casa. Me habrían visto, seguramente, pero lo atribuirían a su imaginación, pues me encargué de hacerlo muy rápido.

Y entonces busqué la entrada secreta a mi mazmorra. Sí, está oculta, un poco alejada de la casa, tapada entre matorrales. Oh, qué placer fue entrar y oler la sangre seca de antaño. Cogí unos grilletes y encadené al padrastro y a la madre. Las cadenas colgaban del techo, y ellos quedaron suspendidos en el aire con los brazos hacia arriba, y las piernas dobladas sobre el suelo. Jajaja, ahí los tenía, sí… Qué gran placer me dio verlos así. El maltratador violador y la drogadicta indiferente. ¿Cómo podías abandonar a tu hija? ¿Y tú, cómo podías ser tan asqueroso? Pero qué importaba, si yo en el fondo era parecido a ellos. Disfrutaba aquello, sí…

Cenizas Bañadas en SangreWhere stories live. Discover now