Pero antes, una foto al atardecer

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Salimos de la cabaña, el viaje duraría aproximadamente cuatro horas, así que, si todo salía bien, llegaríamos al concierto y podíamos regresar al siguiente día. Cerré la puerta y caminamos hacia la tienda de Peter quien ya tenía la camioneta a nuestra disposición.

Encendí la camioneta vieja que alquilamos, y ella se convirtió en mi copiloto. Estábamos a punto de comenzar una gran aventura y la adrenalina en mi cuerpo hacía que mi mente volara a mil por hora mientras me imaginaba todo lo que escribiría de ahora en adelante.

—Vamos a patearles el trasero —Pisé el acelerador, y comenzó el recorrido a la pequeña ciudad donde sería el concierto. Con suerte, llegaríamos en el medio tiempo.

En el camino, ella iba leyendo su diario de canciones donde había compuesto desde hace varios años. Iba concentrada en cada tono, en cada nota que había escrito. Yo la veía de vez en cuando, e intentaba captar cada rayo de sol que nos daba en la cara.

Justo cuando caía la tarde, llevábamos más de dos horas manejando, entonces vimos un lindo paisaje donde podríamos tomar excelentes fotos —si tuviéramos una cámara fotográfica—.

—Detente aquí —Se dirigió a mí, mientras señalaba un pequeño desvío de la carretera que daba exactamente a un lugar donde se veía la puesta de sol más hermosa del mundo.

Bajé la velocidad y salí de la carretera, no nos podíamos quedar por mucho tiempo, pero creo que el atardecer decía a gritos que lo acompañáramos. Nos detuvimos y bajamos del auto. Entonces ella corrió un poco más lejos para ver el atardecer con mucha más atención.

Pude ver su silueta caminar hacia el vacío, mientras el viento le despeinaba el cabello. Juraría que cualquier director de cine pagaría una fortuna para poder inmortalizar este momento.

—Es una lástima —le dije.

—¿El qué? —respondió sin quitarle la vista a los matices de rosa y naranja que proyectaba el sol.

—Que no tengamos una cámara para que este momento sea eterno.

—No hace falta —Entonces me miró fijo—, cada día ocurren cosas maravillosas, cada día el sol cae y se levanta, pero no todo el mundo lo observa, nadie se toma un minuto de su tiempo para apreciar las pequeñas cosas de la vida, aún así el sol lo hace a diario, sin importar si alguien lo ve o no.

La escuché con atención, ella sabía de lo que estaba hablando. Y no solo hablaba del atardecer, sabía que se refería a sí misma.

—No hace falta una cámara para que algo pueda ser recordado para siempre —continuó—, porque nuestra mente es quien lo hace. Todo se encuentra dentro de nosotros —Seguía mirándome fijo, con su gran sabiduría, con su cabello despeinado y con un tono dorado que le daba el atardecer.

Las cosas estaban sexualmente tensas en el ambiente, y deseaba con todas mis fuerzas besarla. De pronto, ella me tomó de la franela y me besó.

Fue un beso que ambos necesitábamos, lo habíamos postergado tal vez demasiado, la quise besar desde la primera vez que escuché su voz frente a la chimenea, también cuando estábamos tumbados en la nieve y me contó sobre su infancia, la quise besar ese mismo día en la mañana, cuando la vi durmiendo a mi lado y no quería despertarla. Cuando dedicó un concierto donde yo había comprado todos los boletos.

—¿Lo ves? Me he encargado de que nunca olvides este momento. A veces solo basta un beso —Seguía viéndome a los ojos, nuestros labios estaban a milímetros de distancia y nuestros cuerpos se abrazaban uno al otro.

Nos besamos nuevamente y terminamos con un gran abrazo.

—Tenemos una misión. Es hora de irnos —interrumpió mientras alzó los brazos, como dándole gracias al atardecer por ese momento.

Caminamos con rumbo a montarnos en la camioneta, esta vez nos fuimos tomados de la mano, encendí el motor, y cuando pisé el acelerador, ella continuó tomando mi mano derecha en todo el camino.

Durante una tormenta en AlaskaWhere stories live. Discover now