Una botella de ron

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Ella estaba loca, pero en medio de su locura, me gustaban sus ideas. Tenía mucho tiempo que no me topaba a alguien como ella.

—Acepto —contesté—, pero antes, bebamos esta noche y mañana comenzamos a darle fin a esta historia que aún no comienza.

Tomamos toda la noche, contamos varias historias, asamos comida frente a la chimenea. No la conocía, no me conocía, éramos dos perfectos extraños que no intentaban conocerse. Estaba frente a una completa desconocida, pero su presencia me hacía sentir que la conocía de toda la vida. A veces nos podemos sentir mejor hablando sobre lo que nos pasa frente a alguien que no conocemos que con alguien que nos conoce desde hace mucho tiempo.

Nos embriagamos hasta más no poder, nos reímos de todo y de nada, me contó varias historias que pronto olvidé, hablamos de las casualidades, del destino de lo absurda que era a veces la vida, hablamos del amor, el desamor, de cómo la sociedad apestaba y es por eso que muchas veces queremos abandonarlo todo y decides alquilar la cabaña más lejana del mundo para poder alejarte de todos y volver a ti.

Al día siguiente amanecí en el piso con una gran resaca, mi cabeza aún daba vuelta y mi aliento aún tenía mucho alcohol, pues el dolor en mi columna me indicaba que dormir en el piso ya no era nada cómodo, ella durmió en mi cama, o lo que parecía ser una cama, estaba destendida y sin rastro de ella, volteé a ver por toda la habitación y un gran olor a tocino frito me indicaba que provenía de la cocina y que estaba preparando el desayuno.

—Al fin despertaste.

No recordaba siquiera el tono de su voz, incluso podía jurar que ayer hablaba diferente, se encontraba con una de mis franelas puesta como un camisón, le llegaba hasta la rodilla y en las mangas intentó hacer un doblez sin éxito para que quedara a su talla. Se encontraba cocinando huevos a la jardinera, tocino y algo que quedaba de tostadas.

—Roncas fuerte y tienes el sueño pesado —dijo, mientras el tostador hizo un pitido indicando que las tostadas estaban listas—, ven, toma asiento.

Me levanté como pude, mi cabeza daba vueltas, abrí la puerta de la cabaña para poder limpiarme. Me lavé la cara, el agua estaba tan helada como un témpano de hielo, lo que hizo que mi cabeza se refrescara y me quitara un poco lo somnoliento. Pensé en nuestra conversación de anoche, y en la locura que fue haberle abierto la puerta a una desconocida que estuvo a punto de morir bajo una gran tormenta.

Tomé asiento, habían dos platos, cada una con dos huevos, cuatro tostadas, un poco de tocino y un jugo improvisado de naranja. Ella se encontraba como nueva, sus mejillas ya habían tomado un color rosa, tenía varias pecas que adornaban su nariz y sus mejillas, tenía los labios delgados y sus ojos eran grandes, seguían oscuros, como si guardara grandes secretos. Me miró con una gran sonrisa, y se llevó un bocado de tostadas a la boca. Yo hice lo mismo, y le agradecí por el desayuno.

—En realidad ya pasan de la una del mediodía —dijo riendo, mientras seguía comiendo.

Vi mi reloj, y me di cuenta de que tenía razón, hacía un tiempo que no despertaba tan tarde, siempre tenía como costumbre despertar con los primeros rayos del sol para poder comenzar mi día con el pie derecho. Pensaba que las personas que despiertan tarde son vagas y muchas veces no tienen nada que hacer en la vida.

—Tranquilo, yo también despierto de mal humor en las mañanas —dijo nuevamente sin quitar la mirada fija de su plato.

—Estoy un poco desorbitado —contesté—, hacía tiempo que no despertaba con nadie en casa y menos que al despertar ya estuviera listo el desayuno. Que, ojo, no me molesta para nada, solo que, pensé que anoche todo había sido un sueño y que al despertar no estarías —Ella sonrió y siguió comiendo.

—Recuerda que he pasado una gran tormenta para poder apoyarte en esta aventura de tu libro o lo que sea que estés escribiendo, termina de comer, porque hoy comenzaremos con el entrenamiento.

Terminó de comer y comenzó a recoger toda la mesa, yo aún no había terminado, hizo que me lo comiera todo de un solo bocado.

—Vamos, eres alto y fuerte, de seguro más tarde tendremos que cazar algunos conejos para la cena —bromeó.

Durante una tormenta en AlaskaDär berättelser lever. Upptäck nu