<•> Capítulo ochenta y siete <•>

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Estuve a punto de responderle, pero fue entonces cuando la doctora abrió mis ojos con dos de sus dedos y con una linterna pequeña revisó mis pupilas. Qué sensación tan incómoda.

—Está con mucha energía después de un día medio muerto —dijo ella.

Fruncí el ceño de inmediato.

—¿Un día? No entiendo...

—Sí, ha estado inconsciente por un día —sentí entonces, cómo poco a poco el cuerpo se me relajaba—. Ahora, voy a hacerle la pregunta del millón, señor Kellerman. ¿Siente ambas piernas?

Cuando la escuché, casi me hace levanto del susto. ¿Por qué hacía esa pregunta? ¿Es que acaso mis piernas se estaban viendo afectadas?

—Sí —respondí suspirando un poco aliviado—, pero siento algo más libertad en la derecha, que en la izquierda. ¿Eso es malo?

—¿Pero siente ambas? —asentí otra vez, y ella levantó la sábana, dejando mis piernas descubiertas. Comenzó a tocarlas haciendo presión desde el tobillo hasta la rodilla—. ¿Puede moverlas por su cuenta?

Era como si un peso estuviera presionándolas contra la cama. Con un esfuerzo sobrehumano, pude flexionarlas muy poco. Se me estaba haciendo muy difícil manejarlas, y ya para este punto, preferí morir.

—Eso es bueno —contestó ella sonriendo.

—Tengo hambre —cambié de tema drásticamente, optando por olvidar la preocupación que me causaba aquella poca movilización.

—¡Pues qué pena! —dijo juntando ambas manos—. Va a tener que esperar, pero puedo traerle un jugo de naranja si quiere.

Que me dijera que no, fue como una patada en los dos huevos, mi estómago estaba rugiendo ansioso por alimento y aquella mujer me ofreció un jugo de naranja. Para esa gracia, me quedaba alimentándome del aire que respiraba.

—¿Por qué? ¿Esperar para qué?

—Le haremos una RMN. Debemos estar seguros de que su lesión medular es incompleta, como así parece.

El dolor, el sueño, el hambre y por supuesto tanta palabrería me estaba dejando más atontado de lo que ya estaba.

Parpadeaba varias veces, como si esa acción me daría conocimiento extra.

—Háblale en cristiano, no está entendiendo —dijo mi doctor personal.

—Oh, lo siento, ¡ja, ja! —aquello no era motivo de risa alguna—. Mire, señor Kellerman... Existe algo que se llama lesión de médula ósea. Tiene muchas causas, y entre esas se destacan las caídas de alturas superiores a su medida, o sea... Más de 1.90. ¡Y usted rodó todo un piso para abajo, santo cielo!

—Te dije que tuvieras cuidado, maldita sea —dijo mi doctor—. ¿Qué demonios estabas haciendo?

Recordé de inmediato mi caída. Todo aquello había pasado por tener la vista clavada en el celular. Recién había recibido una llamada de un número desconocido, y no pude contestar porque justo en ese momento, resbalé.

Preferí no contestar, o recibiría un regaño mayor por parte de mi amigo, y eso era peor todavía.

—Bueno —habló la doctora, mientras seguía presionado mis piernas—, para no hacerle el cuento más largo... Que usted sienta y pueda mover las piernas, deja sospechar que la lesión no es grave, que no es completa.

—¿Y si lo fuera? —pregunté curioso, aunque todavía con mucho temor.

—Ambas lesiones pueden provocar parálisis, en especial la completa. De ser ese caso, caminar no sería posible en mucho, mucho tiempo.

Perfecta ImperFecciÓnWo Geschichten leben. Entdecke jetzt