42. Con ella

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Me puse un pantalón como pude y llevé mi camiseta y las llaves del auto en la mano

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Me puse un pantalón como pude y llevé mi camiseta y las llaves del auto en la mano. Mientras seguía hablando con Grecia, o eso intentaba.

— Escúchame: vomita ahora todo lo que puedas —le ordené.

—Ya lo hice... igual no estoy bien.

—¿Estás en tu casa?

—Sí —dijo después de un momento, cada segundo que tardaba en responder me paralizaba el corazón.

—¿Estás sola?

—Sí...

—Sal de ahí y busca ayuda. No me cuelgues yo voy a llamar a una ambulancia. ¿Entendiste? —Ya ponía en marcha el motor y no escuchaba nada al otro lado del teléfono—. ¿Grecia? ¿Estás? Grecia, por favor, mantente hablando conmigo —le supliqué.

El teléfono de Grecia seguía en línea, mas no se escuchaba nada. Tenía que manejar rápido, pero los mismos nervios me entorpecían. Llamé a una ambulancia y tuve que explicar que era para otra ciudad. Estaba lejos, demasiado lejos de ella como para poder ayudarla de verdad.

Después de unos minutos el teléfono de Grecia se cortó. No escuchaba nada y me sería imposible saber de ella.

Estuve en la disyuntiva de llamar a Evan, él tampoco iba a llegar a tiempo, así que no sabía si alterarlo ahora o esperar a saber el estado de Grecia. Tampoco estaba seguro de qué decirle.

Al final decidí llamarlo, él podría comunicarse con su madre.

—Evan, necesito que llames a tu madre ahora y vaya a buscar a Grecia —le ordené ni bien me contestó.

—¿Qué pasó? —se asustó.

—Me llamó, creo que intentó suicidarse, pero...

—¿¡De qué diablos hablas!? —gritó.

—Tomó unas pastillas, está sola, le dije que busque ayuda y ya llamé a una ambulancia. Estoy en camino, pero voy a tardar —expliqué todo de manera atropellada.

Evan me colgó y entendí que debía estar intentando contactar a su madre y viniendo en camino también.

Candela tampoco tardó en llamarme. No quería contestarle, estaba demasiado preocupado para tener que lidiar con ella. Pero insistía tanto que tal vez me ocupaba la línea si Grecia me llamaba de nuevo.

—¿Dónde te fuiste? —preguntó.

—Tuve que irme, tengo una emergencia.

—¿Qué clase de emergencia? ¿Está todo bien?

—No, te hablo más tarde.

—Tiago, dime qué está pasando —me insistió, yo le colgué. De momento no necesitaba más datos.

Viajar por esa carretera que me sabía de memoria después de varios meses, solo aumentaba el nudo de mi estómago. Era mi culpa. Grecia estaba mal y yo en mi estúpido intento de olvidarla y tomar a Candela con más seriedad no había hecho lo posible por asegurarme de que estuviera bien. Por no haber estado pendiente de ella que había empezado a hablar con ese imbécil, y para llegar a tomar una acción tan drástica, muchas cosas tenían que haber pasado.

Un regalo Para GreciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora