Prefacio

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Dicen que una persona no se da cuenta de lo que ocurre hasta que todo llega a un punto de quiebre o colapso, justo lo que estaba pasándome en ése preciso momento; nunca he deseado lastimar a nadie y mucho menos hacer daño de forma deliberada, y tampoco deseaba hacerlo a alguien que tenía un fuerte sentimiento de afecto hacia mi persona.

Pero ahí estaba yo, sintiendo la mayor sensación de arrepentimiento en mi vida.

El rostro húmedo por la lluvia de Leo frente a mí... era lo que causaba esa sensación asfixiante en mi pecho.

Lo había lastimado, sin darme cuenta...

───¿Por qué dejas que tus barreras hagan todo el trabajo? ¿Por qué te niegas a que Dios ponga a alguien en tu vida? ───Susurró con los puños apretados, su mirada estaba carente de brillo.

Aquellos orbes azules oscuros y penetrantes no tenían vida, estaban opacos.

Mordí mi labio y bajé la cabeza, no supe qué responderle en absoluto.

Me sentía como los protagonistas de mis novelas, perdida e indefensa.

Escribí sobre lo que era tener un corazón roto, el dolor que aquello causaba en una persona, pero jamás esperé ser la causante de un corazón quebrado en desamor; estaba sintiendo asco de mí misma, me convertí en lo que menos deseaba ser.

Alguien que acabara con los gentiles sentimientos de otro, y siendo cristiana eso agravaba más la situación.

Leo sonrió levemente.───Veo que no piensas decir ni una palabra... está bien, lo entiendo.

Irguió su espalda y estiró su cuello, regresando a su porte tranquilo tras colocar sus manos dentro de los bolsillos de sus jeans oscuros, su chaqueta de cuero ahora mojada por la lluvia le resaltaba más su blanquecina piel.

Hizo un asentimiento con la cabeza y giró sobre sus talones, para luego encaminarse hasta su Harley negra, esa moto que monté en varias ocasiones cuando no encontraba otra forma.

Se sentó en ella y tomó su casco entre sus manos, mirándolo fijamente ya que de seguro estaba recordando cuando me lo daba para mi protección, ahora eso era lo que quedaba.

Recuerdos.

Me dedicó una última mirada, y tras sonreírme de lado fue que se colocó el casco, encendió la motocicleta y seguidamente arrancó por la calle a través de la torrencial lluvia.

Pero yo me mantuve allí de pie a mi puerta, sopesando sus palabras y en otras cosas.

Le había herido, mi indiferencia y cobardía le habían lastimado.

Pero, ¿qué podía hacer?

Solamente era una escritora cristiana romántica, pero no significaba que yo viviera los romances de mis historias.

Nunca lo pedí, nunca pedí que él se enamorara de mí.

Y mucho menos pedí aceptar en aquel mismo instante... lo mucho que él me gustaba.

───Dios... ───Cubrí mi rostro con mis manos, dándome cuenta de lo estúpida e insensible que había sido.

El Señor lo puso a Leo en mi vida por alguna razón, y simplemente deseché sus planes por causa de mis inseguridades y temores.

Leo Parnell... ¿qué fue lo que acabo de hacerte?

ℕ𝕠 𝔸𝕡𝕝𝕚𝕔𝕒 𝕡𝕒𝕣𝕒 𝕄𝕚 🔛 novela cristianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora