Capítulo 27 (1ª parte)

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Horas después estaba preparada.

Había conseguido convencer a mi padre que iba a quedarme a dormir en casa de mi prima y lo más seguro es que no me molestara más con el tema, pero por si las moscas debía de llevar cuidado y seguir con mi plan. Ya no había vuelto atrás, y por mucho que estuviera preocupada porque descubriera la mentira, no era el momento de pensar en eso.

En ese momento, me encontraba en la ciudad otra vez, justamente en un almacén abandonado. El local estaba situado en un solitario callejón, cerca del famoso río Fontanka. Meses atrás, había descubierto ese lugar por pura casualidad y tras comprobar que nadie se adentraba por los alrededores, terminé por apropiármelo y amueblarlo a mi gusto. Desde ese entonces, se había convertido en mi refugio secreto al que iba en numerosas ocasiones cuando necesitaba estar sola, ya que era un lugar donde nadie podría encontrarme.

Conté hasta tres y me levanté del sofá. Acto seguido, me ajusté las botas negras y caminé unos cuantos pasos, mirando como combinaban con mis vaqueros rojos favoritos. Dirigí una fugaz mirada hacia el espejo, evaluándome al tiempo que me sentaba en aquella silla desvencijada y varios minutos después, comencé a peinarme el largo pelo oscuro hasta dejármelo en un moño, ajustándomelo con horquillas para que quedara bien sujeto.

Después, cogí la caja y la abrí. Saqué la peluca y me la coloqué en la cabeza, no muy convencida de aquello, al tiempo que  me apartaba los rizos de la cara, peinándolos con los dedos y fue entonces cuando me miré al espejo.

Abrí la boca en señal de sorpresa.

No me reconocía. Aquella persona frente al espejo era otra chica, una más mayor y madura ya que su apariencia le daba un aspecto más estirado y en el peor de los casos, malicioso ya que la sombra de ojos negra de sus ojos le daba un aspecto casi felino que combinaba perfectamente con sus intensos labios de color carmín.

Sonreí a mi reflejo, complacida. Sabía que nadie podría descubrirme.

En ese momento, me fijé en mis ojos. Habían parecido cambiar de color, y si no era así es que no era fácil distinguir con claridad cuál era el color. Parecían más oscuros que de costumbre, algo que me extrañó notablemente pero lo asocié al efecto del maquillaje.

Desde siempre había tenido los ojos de color azul claro como mi padre, pero parecía que con el paso del tiempo habían cambiado, tornándose algo más oscuros. Sin embargo, si se observaban bien se podía entrever esa pequeña mota de color gris que parecía haber surgido de la nada.

Tamborileé los dedos encima de la mesa, algo nerviosa. Pero me dije a mí misma que todo saldría bien y que conseguiría salir de esta sin un solo rasguño y con respuestas a las preguntas que tenía en la cabeza. Iba sola, pero era fuerte e inteligente, además de que me iba a hacer pasar por otra persona por lo que las posibilidades de que algo saliera mal eran mínimas. Aunque no debía olvidar de que si las cosas se complicaban llamaría a Liss o Matt y vendrían en mi ayuda sin dudarlo, por lo que no debía de pensar en eso, pero... ¿Por qué tenía tanto miedo?

Tras ponerme la chaqueta negra, me miré al espejo por última vez y me giré sobre mí misma para admirar el resultado. Vi que todo estaba perfecto, salvo por las botas que aunque eran una preciosidad eran lo más incómodo del mundo. Di unos cuantos pasos y supe desde ese instante que iba a ser una agonía andar con aquello pero no tenía más remedio que llevarlas para mantener las apariencias.

Después cogí los guantes de cuero y me los puse sintiéndome una profesional. Me sentía como en las películas, como una espía infiltrada de la mafia que va a matar a unos cuantos tíos malos. Rápidamente, recogí todo y lo guardé en mi mochila, dejándolo todo como estaba y salí de aquel almacén, cerrando la puerta con llave. Me marché de allí lo más silenciosamente posible, andando con cuidado y vigilando que nadie me siguiera.

La Cazadora de Vampiros © #TCE2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora