Capítulo 34

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Una fila extensa de coches se extendía ante nuestros ojos cuando llegamos a la puerta del Internado. Conforme iban pasando los minutos, los vehículos fueron circulando para que nosotros pudiéramos adelantar. 

Al llegar a la verja de la institución nos encontramos con dos hombres. Portaban uniformes negros de la Hermandad y gafas de sol, y cada uno se hallaba plantado a cada lado de la misma, custodiando la entrada por si alguna persona no invitada intentaba colarse.

Por el rabillo del ojo, observé que entregaban permisos y daban indicaciones a los vehículos que iban entrando al recinto. Cuando nos metimos por el carril derecho y nos acercamos el hombre calvo le hizo una seña a mi padre para que detuviera el vehículo.

A continuación, Roger abrió la ventanilla y lo miró.

— Permiso y carta ad personam*, por favor ­—pidió amablemente.

Mi padre obedeció y le entregó un papel y la carta que confirmaba mi ingreso al Kartain Cross. Tras sellarlo, apuntar algo en la pantalla de un dispositivo electrónico y acreditar toda la información pertinente, el hombre que parecía una especie de guardaespaldas nos hizo rápidamente una seña para que accediéramos adentro.

— Los alumnos de Primer Curso serán atendidos por integrantes del centro. Disfruten de su estancia. —anunció antes de que lo perdiéramos de vista.

Seguimos adelante y me dediqué a observar aquel paseo de abedules a través de la ventana hasta nos topamos con una fuente alargada con formas circulares, en concreto tres. Era de piedra y color marrón grisáceo y de cada lado de las tres formas circulares salían dos chorros de agua que formaban un elegante arco. En medio, se encontraba la insignia de Kartain Cross perfectamente tallado en piedra, aquel familiar escudo portador de una cruz de estilo gótico de puntas puntiagudas y que la cruzaban dos estacas.

Mi padre aminoró la marcha para observarla más detenidamente mientras la rodeábamos como si fuera una rotonda. Entrecerré los ojos y me fijé que más abajo había unas letras que decían lo siguiente:

« La sangre marca nuestro destino »

Sonreí. Era una frase que daba que pensar.

Parpadeé lentamente y vi que en los bordes de la fuente había símbolos tallados que no alcancé a distinguir. A su vez, esta estaba bordeada por un sinfín de flores, entre ellas campánulas, trifolios, lirios de los valles, campanillas de invierno, mis flores favoritas y la flores símbolo por excelencia en Rusia, las manzanillas, que contrastaban con el color apagado de la fuente.

El coche giró a la derecha y se metió al aparcamiento el cual, estaba completamente a rebosar. Buscamos el sitio que indicaba el permiso que nos había dado el vigilante y cuando el coche se detuvo, lancé un chillido de emoción incontrolada.

— ¡Por fin estamos aquí! —exclamé cogiendo el ramo de rosas amarillas— Por Kassiah, ¿a qué club debería apuntarme?

— Eso es decisión tuya —a continuación me dio un beso en la frente— No puedo creerme que haya llegado este día. —cogí el maletín de Kirill y le abrí la puerta para que saliera y dejara de maullar. Odiaba estar encerrado.

Lo acaricié para que se tranquilizara y luego lo dejé en asiento, le ordené que se quedara ahí quieto y salí fuera del coche. A mí alrededor había un montón de personas: niños, madres y padres junto con chicas que llevaban uniformes iguales al mío, algo que hizo que observara una vez más mi uniforme.

Portaba un elegante vestido azul marino de manga larga. Su estilo era escocés aunque también tenía un aire victoriano y antiguo por los bordados del cuello alto (parte que llegaba hasta la zona de los pechos), los cuatro botones en vertical y el lazo del mismo color atado al cuello. Los blancos puños de las mangas eran ajustados con botones a juego con el cuello. La falda era corta, me venía por las rodillas aunque tenía dos capas y poseía un vuelo amplio. Y por último unos botines de cuero de estilo militar, muy similares a los del uniforme de la Hermandad.

La Cazadora de Vampiros © #TCE2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora