Capítulo 40: Tiembla.

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El rostro de Victoria denotaba la más profunda rabia, ya no solo por la confesión de Margarett, esa mujer que había estado matando por venganza a todo alumno que un día hirió a Kimmie de la misma forma que a Victoria, sino que el hecho de saber qu...

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El rostro de Victoria denotaba la más profunda rabia, ya no solo por la confesión de Margarett, esa mujer que había estado matando por venganza a todo alumno que un día hirió a Kimmie de la misma forma que a Victoria, sino que el hecho de saber que alguien de allí dentro se estaba silenciando aquel oscuro asesinato la llevaba a enfurecerse, a hastiarse de tener que aguantar las notas de amenaza, falsificando la letra de la enfermera para que así una loca más vaya al manicomio y los demás salgan impunes. No podía comprender la razón de culpar a una mujer, que por no investigar la muerte de su hija, sus pensamientos llegaron a causar terribles actos que todo cuerdo reprimiría.

La psicóloga Jenkins se percató del lenguaje no verbal que poseía la joven; sus puños apretados, su labios fruncidos y su respiración acelerada, le hacía preguntarse qué la llevaba a estar tan angustiada.

Caym le susurraba cosas al oído, incitándola a cometer una masacre, de rebelarse, de incendiarlo todo. Pero sabía que por mucho que tuviera aquellos deseos debía de averiguar quién diablos mató a Kimmie y quién era el susodicho que pecaba de un alma putrefacta, digna de ser absorbida por su adorable demonio. No podía cometer el error de dejarse llevar por el ansia de huir de allí y matar a todos, pues entonces su misión no sería la correcta. Había almas que no merecían surcar los valles del infierno. No obstante, su ambición de hacer lo impensable por conseguir salir de Fennoith seguía siendo la misma.

—¿Victoria?—La llamó Laura Jenkins—Entra en mi consulta, por favor.

Sus ojos verdes estudiaron la figura de Jenkins, sintiéndose la mujer juzgada e incómoda. La mueca de sus labios género desagrado ante su presencia, quizás desconfianza de su persona. No comprendió la razón de su mirada, y verla así sintió interés en ella.

Jenkins detuvo el paso de Caym, que quiso entrar en la habitación con ella. Al ver que la mujer puso la mano en su pecho impidiéndole pasar, el joven alzó sus manos al aire y colocó una expresión divertida. Cuando la psicóloga se volteó dándole la espalda, el muchacho aprovechó para convertirse en humo azabache y entrar desapercibido en la consulta. Finalmente, la mujer cerró la puerta para poder conversar con ella.

Caym se había ocultado sólo para los ojos de Jenkins, no para los de Victoria, por lo tanto ella podía verlo merodear por la habitación. La ponía un poco nerviosa tenerlo allí, con su expresión burlesca y juguetona.

—Victoria. He visto tu extraña actitud y me ha preocupado. ¿Has discutido con alguien?—indagó Jenkins con curiosidad.

—Estoy cansada.

—¿De qué?

—De los secretos que aquí se guardan, de vuestra falsa amabilidad, y de las miradas indiscretas que se dedican.

—No comprendo qué...

—¡¿Qué sabe de Kimmie que yo no sepa?!—La interrumpió inquiriéndole aquella rápida pregunta. La mujer abrió los ojos un poco sorprendida del grito.

El infierno de Victoria Massey © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora