Capítulo 39: Ajedrez.

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Anduvieron con mucho cuidado por los corredores con la llave en mano, mirando cada puerta cerrada y cada sala echada con llave, pero ninguna parecía pertenecerle

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Anduvieron con mucho cuidado por los corredores con la llave en mano, mirando cada puerta cerrada y cada sala echada con llave, pero ninguna parecía pertenecerle. Es ahí cuando la joven recordó la pequeña cerradura de la cabaña en el bosque del Director Newell. Tenía mucho sentido que encajase allí, ya que el sobre estuvo escondido bajo una roca a pocos metros. No dudó en comentárselo a su demonio, que éste asintió con ella. Victoria poseía muy buena memoria y todo lo que le resultaba curioso y extraño solía mantenerlo en su retina, como hizo con la pequeña cabaña de madera. Cuando Margarett estuvo allí, recogiendo algunos recados para Newell, vio como la enfermera sacaba la llave de su uniforme blanco y cerró la puerta con ella.

El hecho de que pudiera ser Margarett quien andaba tras todo eso la inquietó un poco. Esa mujer sin duda era un tanto siniestra, aunque se mostraba tan risueña, tan alegre que le hacía dudar de la malicia que podía poseer, si es que yacía algo de perversidad en sus venas. Muchas veces había dudado de su persona, era algo que admitió sin pudor, pero quiso abstenerse de aquellos pensamientos y darle una oportunidad. Comprendió que no todo el que está allí tiene que ser un completo psicópata, algunos podían salvarse. ¿Había motivos para dudar de Margarett? ¿Qué tan lejos puede llegar una madre dolida por el asesinato de su hija?

Victoria se percató que no vio a la enfermera en todo el día, y cuando Lucas se presentó allí tras sufrir un pequeño mareo, la mujer estaba ausente.

"Lo veo todo, lo escucho todo, y lo oigo todo", recordó la frase dicha por la señora, ensimismada en los pasillos.

—Estoy confusa—dijo la muchacha—. No quiero sospechar de Margarett, pero no me queda más remedio que hacerlo.

Caym le sonrió con suficiencia.

—Hagamos una cosa: te voy a acompañar a la cabaña, pero estaré oculto al ojo humano. Si es Margarett quien está ahí, quiero juzgar su historia y qué clase de palabras empleará para justificar sus actos. Ella verá que estás sola y tendrá mas motivos para expresarse libremente.

—¿Y si me hace algo?

—No va a hacerte nada. Eres «su niña».

Asintió con cierto recelo. No estaba muy confiada en que sus demás amigos no la acompañase. Sin embargo, las palabras de Caym tuvieron mucho sentido. Si era ella quien la esperaba allí, quien había estado mandando tantas notas de advertencia, el hecho de verla sola le daba motivos para explayarse. Sabía que Caym iba a permanecer a su lado, por lo tanto no tenía nada de lo que temer. En situación de peligro estaría allí para protegerla.

—No tengas miedo. Tienes a un demonio a tu merced, en un chasquido de dedos puedes ver volar extremidades por los aires—comentó el muchacho.

Ella forzó una sonrisa.

—Tenemos un poco de tiempo antes de que nuestro descanso termine. ¿Deberíamos ir a la cabaña?

—Podemos ir, lo que no te aseguro es que nos dé tiempo.

El infierno de Victoria Massey © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora