Capítulo 35: Lamento.

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Cogidos de la mano caminaron con cautela hacia los ventanales sucios de la cabaña

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Cogidos de la mano caminaron con cautela hacia los ventanales sucios de la cabaña. El polvo empañaba el cristal y apartarlo con la mano sería sospecha de que alguien había tratado de indagar así que prefirieron abstenerse. La enfermera Margarett seguía dentro, pues el ruido que generaba sus pasos en la madera eran evidentes. Había cerrado la puerta ante los curiosos o algún animal que pudiera entrar buscando algo que llevarse a la boca. Victoria quería rodear la cabaña para así inspeccionar qué tan pequeña era, pero Caym se aferraba a ella sin dejarla curiosear hasta que la señora se marchara de allí. Le parecía muy inusual una diminuta casa en medio de todo aquel desastre. Quizás tan sólo era un trastero, cosas sin importancia por lo cual no sospechar.

Cuando la mujer salió de allí, ambos jóvenes se apartaron con rapidez y aguantaron la respiración ante su presencia. Al principio la enfermera se sintió observada, pero le restó importancia ante la soledad en la que estaba. Una persona en un bosque siempre se siente extrañada e inquieta, más si a pocos metros se hallaban los alumnos maniáticos de ese calibre. Ni entre tanta naturaleza podía sentirse uno a salvo.

Pareció que fue a buscar algo allí, pues en sus manos llevaba una pequeña bolsa negra que se asomaban un par de paquetes de cigarrillos. Cuando por fin anduvo su paso al internado, Caym soltó la mano de su compañera y atravesó la pared dejando una especie de humo negro tan característico. Desde dentro abrió la puerta para que su amiga pudiera entrar.

A simple vista se veía una cabaña sencilla, con su sofá y sus muebles clásicos. Carecía de televisión, remplazando así una hermosa chimenea. La muchacha se movió lento, inspeccionando cada detalle de ésta. Pudo apreciar una fotografía enmarcada, posada en una pequeña mesa auxiliar.

Salía el director Newell junto a lo que parecía ser su familia. Elliot también posaba en ella.

—Esta cabaña es del director —informó la joven ante la evidencia de las fotos.

—No me digas, Sherlock.

Victoria apretó sus labios.

—¿Por qué Margarett tiene la llave?—preguntó dubitativa.

—Qué sé yo. Igual están liados.

Al estar en continuo modo de alerta, a Victoria todo le parecía raro y atípico. No comprendía por qué alguien del personal de enfermería poseía la llave de la cabaña del director de Fennoith. Cabía la posibilidad de que tuvieran una relación íntima y eso lo explicaría todo, pero Margarett no se veía una señora con ganas de involucrarse en problemas amorosos, sobre todo con el pasado de su hija fallecida en aquellos lares.

Caym la distrajo de su ensimismamiento cuando encontró un machete y un rifle de cazador guardado en un pequeño armario.

—Vaya, vaya...—canturreó el muchacho.

—Quizás practique la caza animal —conceptuó ella. Caym la miró alzando una ceja.

—Bueno, eso sería otro tema, pero tú y yo sabemos que no es esa historia.

El infierno de Victoria Massey © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora