Capítulo 16: Confesión.

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La joven no dejaba de mirar con sus penetrantes ojos esmeralda el rostro pálido de Elliot, quien la observaba esperando respuesta

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La joven no dejaba de mirar con sus penetrantes ojos esmeralda el rostro pálido de Elliot, quien la observaba esperando respuesta. Tenía una sonrisa torcida, más su cabeza ligeramente ladeada, mostrándose divertido. Ni siquiera Victoria podía articular palabras tras la petición que le había pedido. ¿Qué motivos poseía para querer quitar a Benister de en medio? Dado la locura que tenía cada alumnado, no era muy extraño que pidiese algo así. No obstante, no dejaba de ser curioso.

Ella no quería darle aquella satisfacción al chico, si es que podía llamarle de ese modo. No iba a involucrarse en asuntos de otros. Se rehusaba.

—¿Qué demonios estás diciendo? —indagó con su ceño fruncido.

Elliot soltó una risa pequeña y se acercó a ella. Rodeó su brazo por los hombros de la joven y jugueteó con unos de los mechones de su cabello. Tener tan cerca a tal individuo le provocaba una sensación amarga.

—Venga, Massey. No te hagas la tonta —musitó con un tono de diversión.

—No quiero tener nada que ver en esto. ¿Qué te ha hecho Benister para querer matarla?

—¿Que qué me ha hecho, dices?—repitió con una risa—. Me robó las llaves de mi bolsillo. Se juntó conmigo solo por el simple hecho de ser el sobrino del director Newell y poder acceder a datos que nadie más puede. Me utilizó y eso... duele.

—¿Acaso sentías algo por ella?—cuestionó observando su expresión facial. Él no se mostró vulnerable en ningún momento.

—Los monstruos como yo no pueden amar, Massey.

—Si no sintieras nada, no me pedirías hacerme cargo de su muerte. ¿Qué te impide hacerlo tú?

—Victoria, Victoria, Victoria... —pronunció con diversión—. Me causa ternura que disfraces tu lado oscuro.

—¿De qué estás hablando?—inquirió apartándose de él con brusquedad.

—Si la matas tú, recibirás un trueque. Si lo hago yo, no recibirás nada. Tú necesitas de mi ayuda aquí dentro, yo he cometido actos atroces que cualquier humano reprimiría. ¿Acaso no deseas quitar de en medio a esa molestia de chica?

—¿Qué clase de trueque me darás? ¿Cómo sé que puedo confiar en ti?

—No lo sabes. Tan solo puedo decirte que confíes. Soy un hombre de palabra.

—Eso no me sirve de mucho. También podría decirte ser una mujer de palabra cuando puedo estar mintiéndote. Las palabras se las lleva el viento. ¿No tienes miedo de saber quién soy?

—¿Qué miedo podría tener si aquí todos estamos hechos de la misma pasta? El miedo no es algo que posea—hizo una pausa humedeciendo sus labios con la lengua—. Locos, dementes, maniáticos, lunáticos... ¿Qué más da? Nadie va a salvarnos. ¿Acaso crees que por estar encerrados en un internado sin ver la realidad, con esta clase de psicólogos, va a curarnos algún día? Ni ellos mismos pueden salvarse. Los monstruos no merecen ser curados.

El infierno de Victoria Massey © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora