Capítulo 4: La primera muerte.

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Victoria cruzó el largo pasillo a regañadientes criticando a la joven que la había agredido por las pastillas que aún conservaba en mano

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Victoria cruzó el largo pasillo a regañadientes criticando a la joven que la había agredido por las pastillas que aún conservaba en mano. Caym la animaba a que la matase, pero antes debía de descubrir su historia. No podía hacerlo si no sabía nada de ella. No sabía por qué lucía grandes ojeras ni del por qué las pastillas la había llevado a querer tomarlas de forma exagerada. ¿Acaso quería evadirse de este mundo por unos instantes? ¿Quería suicidarse, o simplemente era una adicta? La cuestión era: ¿Qué razón la había llevado a querer tomarlas?

Se sentía nerviosa, con adrenalina al saber que debía de matarla. Quizás era por el hecho de que podían descubrirla, o quizás era por el hecho de que era su primera muerte. Sabía que al matarla pensaría en Benjamín, ahogándose con su propia sangre, rogando por su vida. Deseaba tanto matarlo con sus propias manos como quién deseaba agua muriendo de sed.

Un escalofrío placentero recorrió su columna vertebral al imaginarse que, matando a aquella desquiciada, podría disfrutar del placer de imaginar a Benjamín muriendo. Pero no sería tan placentero cuando llegase el día en que el hombre cayese en manos de la joven. Deseaba tanto salir de esa guarida de locos si con ello debía de matarlos a todos. La ansia de querer salir de un sitio en el cuál has sido obligado, te hace querer hacer cosas horribles si con ello obtienes tu libertad.

—Debo de informarte un pequeño detalle, preciosa—Le comentó Caym agarrándola de los hombros—. Las muertes deben de parecer un accidente. En el caso de que te pillase alguien cometiendo el crimen, debes de deshacerte de esa persona también. No te gustaría que hubiese testigos de tu cometido.

La muchacha no respondió. Se limitó a dedicarle una sonrisa y a seguir caminando. Victoria llamaba locos desquiciados a los alumnos propios del internado Fennoith, sin embargo, incluso el más cuerdo yace con un poco de locura en sus venas.

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En el almuerzo se adentraron en una gran sala donde había grandes mesas divididas. La joven dedujo que allí se trataba de sentarte y comer como cual angelito. Los alumnos se servían su comida por orden de fila en una encimera llena de ésta, que les servía la cocinera.

La cocinera, una mujer poco agraciada de nariz chata, figura poco femenina y pelo canoso, servía a sus alumnos como si fuesen manojos de parásitos a los que debía de alimentar por obligación. La expresión de la mujer se la notaba que no estaba contenta trabajando en aquella institución.

Victoria se había guardado las pastillas en el bolsillo pequeño de su chaqueta americana. Bennet, la chica anterior que se había lanzado a la joven por las pastillas la miraba con odio. Respiraba con profundida al ver a Victoria adentrase a la fila. Bennet ya estaba sentada en una de las mesas con dos muchachas y un joven.

Cuando a la joven Victoria le tocó servirse su comida, colocó una expresión de repulsión en su rostro que la cocinera percibió. Debía de servirse una comida de aspecto verde con grumos. No sabía lo que era.

El infierno de Victoria Massey © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora