23 La Despedida

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Me dejaron dormir hasta tarde, hasta muy tarde; cuando abrí los ojos eran ya más de las tres. Yamilé no estaba, la luz que entraba por la ventana era tenue pero molesta, y me dolía cada parte de mi cuerpo. Había bastante jaleo a mí alrededor, supuse que eso era lo que me había despertado, y me pregunté qué estarían haciendo, aunque no tardé en suponer que sería el equipaje. Todos los recuerdos de la noche anterior regresaron a mí con fuerza, despertándome de golpe y haciéndome desear volver a dormir para siempre. Abracé a mi Osito y hundí mi cabeza en él. No quería levantarme, no quería enfrentarme al mundo exterior, no quería pensar, ni quería recordar, ni quería luchar, ni quería hacer nada. Intenté volver a dormirme pero no lo conseguí. Y poco después llamaron a mi puerta.

-        Diana, ¿estás despierta?-preguntó mi madre.

-        No -gruñí sin levantar la cabeza.

-        Bueno, pues cuando te despiertes deberías empezar a empaquetar tus cosas, ropa y demás.

-        Mm… -mugí como una vaca.

-        Y cuando tengas hambre me avisas, he hecho macarrones a los tres quesos con atún.

-        Mm… -repetí.

-        Tu amiga Yamilé dijo que vendría a las cinco y nos acompañará hasta el aeropuerto.

-        Mm...

-        ¿Cariño te has convertido en vaca durante la noche?

-        Mm, Mm...

-        Bueno, entonces cambiaré tus macarrones por un poco de hierba, ¿te parece?

Quise reír, de verdad que quise, pero me salió algo más parecido a un gemido que a una risa.

-        Todo va a salir bien, cielo -mi madre se colocó a mi lado-. Vamos a empezar una nueva vida en un país diferente, conoceremos otras personas, cambiaremos de casa, de ambiente… Los cambios pueden ser a mejor siempre que uno sepa aprovecharlos.

-        Preferiría que todo fuera como lo era antes de ayer –repliqué-. Me gustaría borrar el día de ayer del calendario, olvidar todo lo ocurrido.

-        Lo sé, pero es absurdo lamentarse por lo que no tiene remedio.

Me levanté, me di un baño largo y relajante, comí y empecé a seleccionar todo lo que me iba a llevar a la nueva casa que la Orden se había encargado de conseguirnos. No hablé mucho con mis padres, ni con mi abuelo (este último pasó toda la mañana en su casa cogiendo todo lo que iba a llevarse), ni si quiera con Sac. Ni ellos ni yo teníamos muchas ganas de hablar. La verdad es que hasta que no llegó Yamilé apenas abrí la boca.

-        ¿Cómo estás?-me preguntó nada más verme.

-        Estoy, que dadas las circunstancias, ya es bastante. Vamos a mi cuarto.

Ella saludó brevemente a todos antes de encerrarnos en mi habitación. No supimos de qué hablar al principio, por lo que un incómodo silencio nos acompañó durante un rato.

-        Al final tenías tú razón -rompí el silencio-. Con respecto a Alejandro, quiero decir.

-        Hubiera sido mejor que la tuvieras tú, el final habría sido mejor.

-        Ya, pero la realidad es como es, y supongo que cualquiera lo habría visto excepto yo.

-        Es fácil no ver cuando una se enamora, ya lo dice el dicho: “el amor es ciego pero los vecinos no” -recitó con una media sonrisa-. Pero le olvidarás, Diana, saldrás adelante -me cogió de la mano para darme su apoyo y yo intenté no llorar, el día anterior había llorado demasiado-. Y con respecto a salir adelante, ¿has pensado lo que vas a hacer?

El Principio del Fin (libro 0 de la saga La Orden del Sol)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora