Capítulo 18

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Afortunadamente logré regresar a la cabaña antes que mi tobillo deseara hacer algo más que doler para quejarse del esfuerzo, aunque subir las escaleras fue un verdadero infierno. De pronto comprendía por qué era una escalera al cielo y una carretera al infierno, el esfuerzo era más de lo que hubiera deseado. Me quité mi chaqueta y mis botas tan pronto como entré, mi pie aliviado al sentirse libre. Perfecto, había pasado a depender de la voluntad de un esguince.

—Solías usar tacos —dijo Jack.

—No es un calzado muy conveniente para una agente considerando cómo ha sido mi vida estos últimos meses, tú me regalaste estas —respondí.

—También el pañuelo que usas.

—También. Lo compraste en París para mí.

—En Montmartre. Bailamos ese día, recuerdo eso —dijo él y lo miré—, en medio de la calle. Había un hombre tocando el violín...

—Y tú me pediste de bailar, decías que no se debía desperdiciar la música —respondí—. Es uno de mis recuerdos más preciados. Entonces comprendí que no eras como cualquier otro y que no podría simplemente olvidarte.

—Recitaste las líneas de Julieta, tu obsesión con el teatro es incurable.

—Tenía una obra que preparar entonces y también lo tengo ahora, no perderé el papel por una misión. Además, fuiste tú quien me pidió que no me detuviera —dije y me apoyé en el muro frente a él—. Tanto como odias el teatro, decías que te gustaba cuando yo actuaba.

—Separarte a ti del teatro es imposible, aunque no recuerdo cuál escena recitaste entonces —dijo Jack y sonreí fugazmente.

—En aquel tiempo mis ojos, mis ojos no habían contemplado a su hijo. No es que sólo, cobardemente encantada por los ojos, ame en él su belleza, su gracia tanto alabada, presentes con que la naturaleza ha querido honrarlo y que él mismo desprecia y parece ignorar. Amo y admiro en él riquezas más nobles, las virtudes de su padre sin sus debilidades. Amo en él, confesaré, ese orgullo generoso que jamás cedió al amoroso yugo —dije y por un instante él no respondió.

—Esas no son las palabras de Julieta —dijo Jack estando frente a mí.

—No. Son de Aricia —respondí—. ¿Qué es Julieta más que una niña mimada enamorándose de la persona incorrecta? Tan inocente, tan ingenua, tan ajena al mundo de los duelos. Pero Aricia ha visto la muerte y conoce la pérdida, y está enamorada del hijo del asesino de su padre. No es como si le importasen las etiquetas, porque tan pronto como sabe que él también es sincero respecto a sus sentimientos, deja de ser desdeñosa.

—¿Por qué siempre tienes que mostrar tus garras?—preguntó él y cerró sus ojos—. Y eres más peligrosa cuando no lo haces. Pero tú no eres como las demás chicas. Había algo importante con eso. ¿No es así?

—Me dijiste eso la primera vez que me besaste. Se suponía que no debías hacerlo, que no debías involucrarme en tu mundo.

—¿Cómo fue eso?

—Fue una mañana, en París, sobre un puente. Teníamos un encuentro programado allí con un espía francés. Tú seguías insistiendo en la mala fama de las mujeres de mi familia, sin importar cuántas veces te repitiera que era una Stonem. Creía, ingenuamente, que tendría una oportunidad contra un agente entrenado. Pero lo cierto es que nunca pude darte un solo golpe porque sin importar cuánto me entrene, sigues siendo mejor que yo, sigues previendo mis movimientos —dije y él atajó mi mano cuando intenté alcanzarlo, sonreí fugazmente—. Sí, fue justo así. Pero no me soltaste, al contrario. Estabas tan cerca. Quería tanto que me besaras. Dijiste que ese era el tipo de cosa que no podías permitirte.

Romanov (Pandora #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora