CUARENTA Y DOS

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Cuando estaba pequeña, recuerdo que Papá, Sarah, Sasha y yo, algunas veces en las noches íbamos al techo de nuestro hogar, siempre llevábamos con nosotros una manta y la tendíamos en el suelo.
Papá empezaba con una pregunta simple.

"¿Cómo se sienten?" 

Entonces, en orden, respondíamos. Normalmente, Sasha duraba horas hablando, pero la escuchábamos. Luego, Papá decía:

"¿Cómo se sienten con sus hermanas?"

Y dependiendo de las cosas que hayan pasado aquel día, respondíamos.  Entonces las preguntas siguientes eran Random y las hacíamos nosotras, Sarah, Sasha y yo. Pero, sabíamos que era el momento de irnos cuando Papá decía.

"Ya es hora, elijan 10 estrellas. Las más grandes y hermosas." 

En silencio, cada una elegía a sus diez estrellas... Con el propósito de pedir un sólo deseo.

"Le pedirán el mismo deseo a las diez estrellas, entonces las estrellas concederán su deseo diez veces mejor de lo esperado."

Esa era su teoría, al crecer nos íbamos dando cuenta de que esto eran sólo ilusiones, pero aún así, sabiendo aquello, pedíamos el deseo a las diez estrellas más grandes y hermosas.

Hoy, decidí subir a media noche a ver las estrellas, traje conmigo una manta. La noche estaba fría, la luna estaba llena y las estrellas parecían tener una fiesta. Estaba acostada sobre la manta, con un vestido para dormir y encima un abrigo de Joel.

Suspiré mirando las estrellas en busca de las diez más grandes y hermosas. 

Mis angelitos hacían sutiles movimientos dentro de mi vientre. Quizás a mi lado no había nadie, pero definitivamente con las vidas creciendo dentro de mí, no me sentía sola.

—¿Por qué están tan inquietos? —les susurré.

—Quizás porque no has comido desde que volvimos del estudio, muñeca. —la voz de Joel sonó calmada y adormilada, por alguna razón no me asusté. 

—Comí algo antes de subir, no quise despertarte. —le dije.

—Lo sé, me he acostumbrado a acariciar a mis hijos mientras duermo, entonces no encontré a mi mujer y menos a mis hijos a mi lado y casi enloquezco al no encontrarte en ningún lado de la casa. —tomó asiento a mi lado. —Pero luego encontré aquella nota "Bebé... Si despiertas..." —fue interrumpido por un bostezo.

—"Estoy en el techo". —terminé la oración por él. —Eres valiente al venir sin camiseta, ese pantalón no te salvará de este frío, toma. —Intenté sentarme, pero mi vientre no me dejó hacerlo sola. Joel me ayudó. 

—¿Qué me darás? —preguntó, curioso.

—Esto. —me quité su abrigo antes de que protestara. —Póntelo y abrázame... Es mejor. 

—Creo que es mejor que tú estés totalmente abrigada, no te preocupes por mí. —intentó ponerme el abrigo de vuelta, pero me rehusé.

—Vamos Joel, póntelo y abrázame...  ¿No ves que también es una excusa para que me abraces? —chantajeé, haciendo puchero.

—Bueno, está bien. —cedió, sonriendo de lado. 

—Gracias amor de mi vida, ahora siéntate detrás de nosotros. 

Siguió mis peticiones y se sentó detrás de mí, sus piernas quedaron a la par con las mías. Sus manos rodearon mi vientre y su cabeza fue a parar en uno de mis hombros. 

—¿Por qué viniste sola para acá? —preguntó con calma en mi oído.

Suspiré.

—Siempre he intentado tener un recuerdo feliz de Papá, y esta noche soñé con él... Y desperté, sentía que lo extrañaba, en realidad, me encantaría que estuviera aquí para que compartiera todo esto con nosotros. —admití.

Tu luz (Joel Pimentel, CNCO). >EN EDICIÓN<Donde viven las historias. Descúbrelo ahora