Sed

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Subo las escaleras lentamente, controlando mi respiración, controlando mis pensamientos.

Llego al último peldaño y levanto la vista, recorro el pasillo en silencio y me paro en frente de su puerta. Golpeo suavemente, sabiendo de adelantado que nadie responderá.

Vuelvo a golpear la puerta, esta vez más fuerte, y sin esperar una respuesta, abro la puerta.

Esta tumbada en su cama, recorriendo delicadamente las facciones de una muñeca de porcelana hecha a su imagen. Ignora que estoy de pie en el marco de la puerta y no puedo evitar frustrarme un poco.

No sé bien que decir, no veo por qué debería disculparme, dedico mi vida a su bienestar, ¿acaso no mato por ella?, debería de valerle, pero es una desagradecida “mátala, mátala, mátala”. Un frio sudor recorre mi espina, estoy a punto de salir de la habitación cuando levanta la vista.

-¿Por qué nunca visitamos a los abuelos?

La pregunta debería de resultarme fuera de lugar, pero un escalofrío me recorre la espalda, sabiendo que comienza a cuestionarse la historia de la muerte de su madre.

Sofía

Veo borroso durante un momento, la imagen de María y la de Sofía se funden en una, son iguales, no las puedo distinguir, no se a quien tengo delante. ¿Sofía?, ¿Sofía eres tú? Te he echado de menos, te fuiste tan pronto…

-¡Papá!

Mi vista se aclara, vuelvo a la realidad, tengo delante a mi hija esperando una respuesta. Me aclaro la garganta. Se parece tanto a ella…

-Sabes que no tengo una buena relación con ellos

-Mamá…- su voz muere, y parece estar a punto de llorar- ¿Quién pido aquel postre papá?

Mi mente comienza a viajar lejos, últimamente nunca estoy aquí.

Es un Sábado por la tarde, Sofía, sus padres, María y yo estamos en un restaurante comiendo.

La comida ha sido durante toda la tarde tensa, no le agrado a sus padres, no soy rico ni de alta cuna como ellos, como Sofía, pero ella me quiere. Abandonó su herencia y todo su pasado para vivir un presente conmigo y con María, y ellos nunca aceptaron la felicidad de su hija sobre el estatus social.

María que tan solo tiene unos cuatro años se levanta de pronto de la mesa.

-Mami, tengo que hacer pipí, ¿me acompañas?

-Claro cariño-se gira hacía sus padres- ¿Pedís vosotros el postre?

Sonríen ampliamente y responden con un dulce claro.

Tras esto, piden para todos tarta de melocotón, y cuando Sofía Y María regresan del baño el postre ya están servidos.

No preguntan lo que es, ni sus padres se lo dicen, si yo lo hubiese sabido… todo habría sido tan distinto.

Comenzamos a comer, cuando de pronto Sofía suelta el tenedor y María comienza a convulsionar. Sofía comienza a jadear, y es en ese momento cuando pregunta: -¿Qué es esto?

-Tarta de melocotón, ¿Por qué cielo?

María cae al suelo sin poder respirar, y algo parecido le comienza a pasar a Sofía. Llamo corriendo a una ambulancia y pido ayuda. Nadie puede hacer nada, ellas se están muriendo y yo no puedo hacer nada.

Mientras, los padres de Sofía se dedican a observar la escena y a negar con la cabeza tristemente. Resisto el impulso de acuchillarles y me quedo con Sofía.

La ambulancia llega, comienzan a atender a Sofía, pero ella deja que atiendan primero a María y se niega ante cualquier ayuda. Para cuando consiguen salvar a María, Sofía ya ha muerto.

El resto se torna borroso, veo imágenes difusas, noto mi ardiente rabia, siento como la locura cosquillea mi espina dorsal y se instala en mi mente.

Venganza.

Fue en ese momento cuando fui consciente de la plaga, y de lo ciego que había estado, ¿Cómo no lo había visto antes?

-¿No vas a responder?, porque entonces ahí tienes la puerta.

-Tus abuelos

María baja la mirada y vuelve a mirar a la muñeca. –Comprendo

No. No comprendes nada.

-Lo siento- le digo a modo de respuesta.

-Recuerdo el día en que mamá me la regaló- dice refiriéndose a la muñeca.

A pesar de que conozco la historia, y se mucho más que ella dejo que continúe.

-Era mi cumpleaños, mi cuarto cumpleaños. Me despertó esa mañana con un beso y me dijo que tenía una sorpresa muy especial para mí. Bajamos juntas a la cocina, donde tú estabas haciendo un desayuno de cumpleaños espectacular, o eso recuerdo. Mientras desayunábamos mamá no dejaba de mirarme, con un brillo de excitación en la mirada, y una pequeña sonrisa entre bocado y bocado…

Sofía…

-En fin- continua -Nada más acabar el desayuno me hace cerrar los ojos, “no mires” me dice, y sube corriendo arriba, para luego bajar. Aun recuerdo sus rápido pasitos. Me hace abrir los ojos, y después de un “¡sorpresa!” me entrega una caja alargada. Cuando la abro me encuentro con una muñeca hecha a mi imagen de porcelana. Preciosa.

Sofía…

-Es entonces cuando me cuenta la historia… cuando era pequeña, en su cuarto cumpleaños, sus padres le regalaron una muñeca de porcelana hecha a su imagen, era una tradición familiar muy importante, y para mamá, fue el mejor regalo del mundo. Creció con la muñeca. La amaba más que a nada. Le contaba sus secretos, la peinaba, vestía y se la llevaba de viaje. Dormía con ella, la adoraba. Hasta que un día se le rompió, pero nunca olvido lo feliz que fue, y quería lo mismo para mí.

Le acaricio el cabello, esa no es la verdad, la verdad es otra más triste. Cuando Sofía se hizo mi prometida, como cabía de esperar, sus padres rechazaron nuestro matrimonio, de modo, que entre lágrimas, Sofía comenzó a hacer las maletas para irse de casa. Fue a coger la muñeca cuando su madre la zarandeó, y se la arrancó con odio, diciéndole que era indigna de todo lo que había en aquella casa, le arrebató todo lo que había cogido, incluyendo las maletas. Sofía furiosa agarro la muñeca de la mano de su madre, y entre tirones, la muñeca cayó al suelo y el rostro de la muñeca se rompió por la mitad. Sofía huyo de casa, dejándolo todo atrás y vino a mi casa, donde yo la refugié, esperando guardarla el resto de mi vida. Pero me fue arrebatada, arrebatada por la plaga. La plaga que se extiende, la plaga que doblega a todo el mundo. La he de erradicar la he de erradicar.

Abandono la habitación de María con rapidez, ignorando su mirada de curiosidad. Bajo las escaleras y me encierro en mi habitación, pero las fotos y los recuerdos de ella me invaden. No puedo estar aquí por más tiempo. Las lágrimas caen, mis manos tiemblan. Tengo que salir de aquí.

Salgo a la calle, comienzo a correr, no miro atrás, no quiero vivir más en un mundo en el que ella no está y sus recuerdos me invaden cada vez que veo el rostro de mi hija, cada vez que entro en casa y noto su perfume, oigo su risa y noto sus labios en los míos.

Todo lo que hago lo hago por ella, ¿o es tan solo un pretexto para mi venganza?, no, la plaga es real, es muy real. No puedo abandonar, y sin embargo, sería tan fácil… mátala, mátala y serás libre.

Pero no puedo, no puedo, es lo único que me queda. Y sin embargo, por ella Sofía está muerta, por ella no volverás a notar su piel contra la tuya. Nunca la amarás como amaste a Sofía.

Lloro, no sé qué hacer, me encuentro solo, y en mi soledad solo encuentro odio.

Odio, amargura, soledad.

Venganza.

Pero, ¿contra quién?

La muñeca de porcelanaWhere stories live. Discover now