No hay silencio

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Me duele la cabeza.

Mis lágrimas saladas hacen que sienta la boca pastosa.

Ya no se qué hacer.

Estoy perdido.

No sé quién soy.

No sé qué va a ocurrir.

No sé nada.

¿Está muerta?

¿He matado a mi hija?

La adrenalina causa que conduzca más rápido de lo normal.

Quizá así alguien me vea.

Quizá así alguien me pare.

Me pare.

Párate.

¿Quiero parar?

Quiero que esto acabe.

Quiero que alguien impida que haga más daño.

Mis dedos tamborilean contra el volante.

Nervios. Dolor.

No quiero seguir con esto.

No puedo parar.

Cuando llego a la casa de los Hasburg aun son solo las nueve.

He llegado demasiado pronto.

Las lágrimas se han secado en mi rostro, dejándome la cara pegajosa. Los labios secos.

Aprieto muy fuerte el volante.

No puedo esperar.

No puedo esperar.

El odio, la ira, la adrenalina.

Todavía en mi sistema.

Tengo que acabar con esto.

Tengo que acabar con esto.

Estoy fuera del coche.

Tengo que acabar con esto.

El frio arremete contra mí.

Me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Me detengo.

Mis puños a los costados. Aprieto.

¿Qué iba a hacer?

Estoy fuera de control.

Tengo que acabar con esto.

Camino.

Me detengo delante de la puerta.

El pomo de la puerta tiene forma de león.

Lo aprieto con fuerza.

Lo aprieto hasta que el dolor es demasiado. Me clavo los detalles del pomo en la mano.

Me alejo, dispuesto a tirar a la puerta abajo.

Aquí acaba todo.

Aquí acaba todo.

Oigo el eco de unos pasos que rodean la casa por el gran jardín.

Me dirijo hacia allí.

Veo una pequeña figura corriendo.

Julia.

Corro hacia ella, le agarro. Ella emite un chillido. Le tapo la boca.

-Es hora.- es lo único que le digo.

Espero la resistencia. Espero a que me pare. Pero no lo hago.

Julia se deja llevar.

No dudo. La agarro con fuerza. Ella gime. Le hago daño.

La muñeca de porcelanaWhere stories live. Discover now