Capítulo 59

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Máximo.

Apenas estaciona el carro fuera de su clínica me bajo empezando a correr con ella en brazos, ansioso por llegar al interior.

Los médicos ya están esperando, la coloco sobre la camilla y empujo empezando a correr con todos los médicos y enfermeras.

-¡No hay pulso!-la enfermera le informa a sus demás compañeros.

Entran a una sala de operaciones.

-¡Desfibriladores, listos!-les colocan el gel a los dos pares y los ponen sobre su pecho.

Todo su torso sube hacia arriba y su espalda se arquea volviendo a caer sobre la camilla.

Esto debe ser una maldita pesadilla.

Lo intentan:

Una.

Dos.-no hay respuesta.

Tres.

Cuatro, veces.

La máquina pita indicando que hay pulso.

Solo entonces mis pulmones dejan entrar aire, sin saberlo he estado sin respirar por un largo rato.

Pongo en marcha mi plan.

-¡Necesito cinco enfermeras para operar!-todos regresan a mirarme y asienten.

Salgo apresurado a colocarme la instrumentaría que se requiere para este tipo de situaciones.

-La operare.-le informo a Christian mientras paso por su lado.

Se me atraviesa delante.

-La puede operar otro médico, tu estas herido.

-La voy a operar yo. Soy el único que no la dejara morir y esto.-miro los balazos que tengo en el brazo.

La enfermera que venía conmigo me guía por los pasillos hasta un cuarto donde puedo cambiarme y lavarme las manos como corresponde.

Regreso y todo está listo para empezar. Rafaella ya está conectada a los equipos médicos, y anestesiada. Evaluó la herida con los guantes quirúrgicos puestos y tomo los instrumentos que necesito para proceder.

A mí no se me va a morir.

Eso no pasara ni en mis peores pesadillas.

Durante años he tenido que luchar para encontrarla y cuando al fin lo hice tuve que contenerme para tenerla, ahora que la tengo no la dejare partir. Mis cadenas la mantendrán viva.

Ella jamás podrá escapar de mí porque planeo traerla desde el mismísimo infierno.

La asistente de cirugía se mueve alcanzándome todo lo que le solicito.

El sonido del reloj es mi peor condena. Los minutos pasan como si fuese horas. Todo pasa lentamente frente a mis ojos.

El cardiólogo espera a un lado listo para volver a revivirla y se pone alerta cuando su pulso vuelve a ser inestable. Al igual que el anestesiólogo que está presente durante la cirugía.

Corto. Reconstruyo tejido. Limpio y suturo. Todo con precisión.

La operación termina y todo ha sido un éxito, pero nadie celebra. La hija del Presidente está en un quirófano. La mujer de mi vida casi se muere.

Dejo instrucciones y camino fuera.

No hay motivo para celebrar, ni siquiera para tomarme un trago, porque tengo que estar recompuesto por si se presenta alguna emergencia.

No voy a poner su vida en riesgo por un mal hábito que se ha vuelto una adicción con el pasar de los años.

Me quito los guantes y el gorro de quirófano, tirándolos al basurero antes de tomando asiento al lado de Gregori.

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