Capítulo 32: El Trono de Sangre

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Schneizel no creyó posible que Lelouch Lamperouge estuviera muerto. Tuvo que preguntarle a Minami que se reportó ante él para cerciorarse de que sus oídos no habían sido engañados. Schneizel se aseguró de reutilizar sus mismas palabras. Era muy importante aclarar cualquier confusión. Minami lo confirmó con tesón. No muy convencido, sin embargo, Schneizel tornó a preguntarle a su amante al día siguiente. Kanon estaba con él cuando sus matones acudieron a su despacho. Quería verificar que no lo había soñado. Kanon le repitió el reporte de Minami al pie de la letra y le enseñó como prueba de autenticidad el breve artículo que exponía sobre el trágico asesinato de una joven veterinaria. Un incidente colateral, según Minami. Entonces, una sensación que no había experimentado por meses se extendió por el cuerpo de Schneizel. No plenitud. Su hermano estaba muerto. Eso era una desgracia. Lo asaltó una sensación de perturbadora paz que exterminó un incipiente remordimiento. Ese mismo día Schneizel invitó a Kanon a comer. Dedicó el resto de la tarde a sí mismo y a su amante. Su vida poco a poco regresó a su estado normal. O casi. No solo su medio hermano estaba muerto; su padre estaba comatoso. El panorama actual era mejor que nunca. Así transcurrieron dos semanas.

De cualquier manera, aún era muy temprano para bajar la guardia. Aunque el rey había caído, la reina y el caballo estaban de pie y con ganas de luchar. Sin ninguna duda, llevarían adelante la demanda de Britannia Chemicals. Sabía bien que la negociación no era una vía con que la abogada Stadtfeld y su antiguo protegido quisieran resolver las cosas. Concertar un acuerdo era imposible, en tal sentido. Matarlos tampoco era una opción. Los inconvenientes pesaban más que los pros. Además de que la violencia nunca podría ser la firma del presidente. Con lo cual la única solución era responder a la demanda y después discurrir en un plan de acción para incapacitar a la abogada Stadtfeld y a Suzaku. Obviamente ellos continuarían la guerra contra el conglomerado. Aun así, la amenaza no le quitaba el sueño al presidente. Un ejército no podía ir demasiado lejos sin su general. Suzaku tenía la misma determinación de Lelouch. Pero le faltaba su inteligencia, su previsión y su sangre fría. No podía llenar sus zapatos. Él no era oponente para el presidente Schneizel. Tampoco la abogada Stadtfeld. Estaba al tanto de sus talentos y habilidades gracias a la investigación de Kanon y el testimonio de C.C. Por lo tanto, el presidente suponía que las cosas iban a ser más calmadas a partir de ahora.

De momento, el juicio era su prioridad en la jerarquía de problemas. El abogado Gottwald se estaba ocupando de eso y confiaba en su pericia. Había enviado a Kanon al juzgado a ser sus oídos y ojos. Tendría noticias del juicio en unas horas. Entretanto, pasaría tiempo de calidad con Shamna. Aquella cita era especial porque iba proponerle matrimonio. Kanon escogió el restaurante, así como preparó el ambiente romántico. Se aseguró de abarcar todos los detalles. Inclusive los nimios como la elección del mantel y las velas. Quería que todo saliera perfecto. El éxito o fracaso de la cita dependía el futuro del conglomerado, la continuidad de la dinastía Britannia y la consolidación de Schneizel como presidente. Él tenía la total certeza de que ella aceptaría. No hubiera empezado a salir con él sin antes haber analizado los beneficios a corto y a largo plazo. Y eran muchos. Al presidente lo sorprendió gratamente la cantidad de cosas que Kanon manejaba de su novia como su color favorito, a qué era alérgica, qué música le gustaba, qué tipo de comida prefería. Llegó a avergonzarse ya que demostró que la conocía mejor que él. Aunque, pensándolo bien, aquello no era nada raro. Después de todo, mandó a Kanon a investigarla. Lo aliviaba que su asistente no le guardara rencor por eso.

Shamna se presentó en el restaurante que Schneizel reservó toda la tarde exclusivamente para ellos. Ni un minuto de retraso ni de adelantado. Ella vestía un fino conjunto que había salido en la colección de otoño de Zara ese año: una blusa de seda dorada con mangas bombachas, una falda negra que le llegaba hasta las rodillas blancas y huesudas y zapatos de plataforma que realzaban sus piernas largas y estilizadas y su culo. Se había pintado los labios de un rojo sangre y enmarcados los ojos por unas pestañas negras, espesas y postizas. La recepcionista le indicó que el caballero ya se hallaba esperándola. Shamna se adentró. Enseguida, capturó su interés que todos los muebles estaban cuidadosamente cubiertos por manteles rojos. Sobre dichas superficies estaban velas y candelabros encendidos. Su luz iluminaba todo el camino. Conforme fue avanzando, se fue encontrando con floreros de cristal con rosas en su interior. Estaba tan distraída admirando la decoración que no vio venir la lluvia de confeti sobre ella. Dos camareros le habían disparado un cañón de confeti. Se hizo la luz en el lugar cuando un letrero de neón se prendió. Shamna lo leyó: «¿Te casarías conmigo?». Entonces, escuchó los pasos del presidente Schneizel avecinarse hacia ella por detrás. Shamna se dio la vuelta. Notó que tenía sus manos detrás de su espalda. El violinista contratado para la ocasión comenzó a tocar.

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