Diecisiete de junio

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Al llegar a la tienda, me detuve en la puerta y tomé aire un segundo. Luego coloqué la rosa en mi boca e ingresé de espaldas. Al oír la campanilla, coloqué las manos en mi cintura y exclamé impostando la voz:

—¡Ya llegó por quien suspirabas, preciosa! —Caminé hasta el mostrador y oí sus suspiros.

—Jake...

—¡No, no, espera! —Me giré de la cintura para arriba y extendí mis brazos alzando una ceja con la rosa entre mis dientes.

Noté que ella estaba preocupada por algo pero al verme, rió despacio.

—Una flor para un diamante —dije con dificultad acercándome a su rostro.

Ella tomó la rosa entre sus labios y yo besé su mejilla. Me sonrió al dejar la planta sobre el mostrador.

—¿Cómo es que te apareces siempre en el momento más indicado?

—Es difícil decirlo. —Froté mi barbilla entre mi pulgar y mi índice y miré al techo arqueando una ceja—. Tal vez solo sea porque soy yo. —Me encogí de hombros.

Ella recostó sus codos en el cristal y colocó su rostro entre sus manos para dedicarme una sonrisa de esas que sabía que me hubieran hecho lanzarme por la ventana si eso me hubiera pedido. Yo ladeé la cabeza curveando mis labios y supo que era suyo.

Suspiró.

—¿Qué ocurre?

—Necesito buscar otro empleo —dijo dibujando círculos con su dedo sobre el vidrio.

—¿Qué pasa con este?

—Me quedé dormida y se llevaron cien en efectivo de la máquina.

—Oh... —Pude notar la angustia en su mirada. Realmente, el mundo se estaba terminando para ella. Apretó sus labios y una lágrima se asomó—. Entonces iré a comprar el periódico, te conseguiré un divertido empleo y todo estará bien, ¿de acuerdo? —Acaricié su mejilla y sequé la lágrima que aún no salía. Ella me miró con un atisbo de esperanza y yo le dediqué mi más optimista semblante produciendo cierta alegría en su rostro.

—Gracias... —susurró.

—También buscaré más rosas sin espinas para no lastimarnos los labios. ¿Te mostré la herida que me hice la vez pasada por sacar una del parque? Todavía me duele, bésame. —Halé de mi labio inferior mostrando mi diminuta herida y ella rió hasta las lágrimas.

Lágrimas de risa, sí, esas eran las únicas que debía producir en ella. Ni una más, ese no era el propósito por el que estaba a su lado.

Ya casi cumplíamos un mes, juntos. Un mes en el que intenté devolverle las sonrisas que la muerte de su madre, el último veinte de mayo, le arrebató. Después de su expulsión y el entierro, su padre había entrado en depresión siguiendo los pasos de un alcohólico y dejando de ir a trabajar. Así, de repente, todas las puertas a las oportunidades se cerraron en su cara. No tenía dinero ni un buen expediente para postular a otra escuela, parecía que ya no había esperanza pero aún si no la hubiera, yo estaba allí para arrastrarme al lado de mi Angélica. Mi eterna libertad.

Cierta conocidaWhere stories live. Discover now