Siete de abril

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«¿Qué es 'luminiscencia'? Te jodiste porque ahora me lo dices.

Yo no tengo por qué contestarte nada, Darcy. También eres terrible para los poemas, por cierto.

¡Eres un condenado acosador! ¿¡Cómo te atreves a olerme!? Qué asco me das.

¿Acaso eres Marco? El chico de los cómics que todos ignoran... Pareces desesperado por atención, tú entiendes. Ah y si te preguntas por qué te escribo si dije que no lo iba a hacer, es porque no quiero hacer las tareas. Nada más. Odio ciencias.

Posdata: Parece que tendré que espiar mi casillero para averiguar quién eres.

Posdata dos: Sigues sin gustarme, Darcy.»

Leída su nota, me apresuré en escribir la mía antes de que toda la emoción que sentía porque me hubiera contestado se esfumara:

«¿Tampoco sabes qué es un diccionario, sol de medianoche?

Apuesto a que no tienes idea de quién soy a pesar de las dos pistas que te di. No, no soy Marco. Tampoco soy el de los chinos rojos si te lo preguntas. Yo soy más... elegante, querida. Solo caviar con vino tinto. Nada menos. Amo ciencias, podría darte una clase de refuerzo si me lo pides con una sonrisa. Ese sería el pago suficiente, me encanta verte sonreír.

Posdata: Soy más listo de lo que crees.

Posdata dos: Hoy hueles a maracuyá, la fruta de la pasión.

Posdata tres: Sigues gustándome, rayo de sol.»

Miré a mi alrededor, revisé mi reloj de muñeca: eran las cuatro y media. Todos ya se hallaban fuera de las instalaciones, por lo que no titubeé en colgar mi nota en su casillero con un pósit y me marché con las manos en los bolsillos y silbando.

***

—¡Jake! —llamó mi padre en tono militar al oírme ingresar a casa.

—¡Sí, padre! —contesté enderezándome y quedándome quieto en la puerta.

Sus pasos se oyeron en las escaleras y al cabo de segundos, lo tenía a solo unos metros frente a mí. Frunció el ceño y me clavó la mirada.

—¿Cuánto? —masculló ácido.

—¡Tres minutos con dieciséis segundos exactos, padre! —dije golpeando uno de mis pies con el otro como un soldado.

—¿El mejor?

—¡Hasta ahora, padre!

—Bien. Puedes descansar. —Dio media vuelta, llevó sus puños a su espalda y volvió a subir las escaleras camino a su habitación.

—¡Gracias, padre!

Jamie Anderson había sido parte del ejército en su juventud. La rectitud y la disciplina eran más importantes que el pan de cada día para él. A mí no me importaba tirar por la borda toda una vida adolescente dedicada a las drogas o el pandillaje, lo que sí me dolía era centrarme en cumplir un sueño ajeno... Y no podía rebelarme, escapar de casa o desobedecerlo porque era la única familia que tenía y me tenía encerrado en una jaula de oro. Pero de oro, a fin y al cabo.

Era por eso que Angélica representaba, para mí, la libertad y esperanza que yo ansiaba, necesitaba. Ella hacía lo que quería cuando quería... Estaba tan llena de sueños...

Cierta conocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora