Veinticuatro de marzo

325 32 2
                                    

¿Recordaría ella la primera vez que nos vimos? Sería una lástima que no lo hubiera hecho pues yo lo hacía cada día, cada hora, cada minuto... No, no cada segundo. Consideraba bastante el ya pensarla cada vez que la aguja del reloj recorría una vez más el doce y jamás le hubiera contado un cuento cursi, barato y falso a la niña de marrones ojos.

Primero de diciembre del dos mil ocho. Llevaba dos trenzas deshechas y unos pantaloncillos cortos mientras corría riendo por toda la costa. Sus piernas no eran delgadas pero tampoco desproporcionadas para su edad y debo decir que a mis once años, ya era todo un pervertido.

Recuerdo su apenada expresión al chocar conmigo y tirarme al suelo. Más que un simple poema, era una sinfonía entera.

—¡Fíjate por dónde vas, tonto! —me gritó furiosa como si la culpa del accidente hubiera sido mía.

Luego se levantó y siguió corriendo despreocupada bajo la oscuridad de la noche y la luminosidad de las estrellas. 

Fue como un ángel de espesa cabellera azabache que había llegado para tumbarme las expectativas de un paseo por la playa. En serio, me había tumbado hasta las ganas de seguir fuera de casa aquel día.

A la semana siguiente, volví a verla. Pero esta vez mejor peinada, más vestida pero con la misma espontánea sonrisa. Sin embargo, no fue entonces cuando la flecha de Cupido me atravesó. No, en lo absoluto.

—Toma mi mano y ríe conmigo —susurró Vanessa al pegarse a mí mientras caminábamos.

Noté que los jugadores más populares de baloncesto estaban de pie conversando cerca de nosotros. He ahí el motivo por el cual Vanessa quería cercanía y fingir simpatía. 

Suspiré.

—¡Oh, pero cómo así! —Reí mirándola y ella me imitó.

—¡Te lo dije! ¿A poco no está bien mona la chica? ¡Deberías escucharme más seguido! —Sonrió.

Los muchachos de uniforme deportivo nos observaron por un momento y me saludaron amigables. Me preguntaron por "mi amiga" y presenté encantado a Vanessa, quien guiñó un ojo coqueta y se me colgó del brazo.

—¿Si quiera tuvo sentido lo que dijimos? —pregunté una vez que hubo una distancia prudente entre los chicos y nosotros.

—Qué importa. Ellos no se dieron cuenta.

La miré de lado un tanto incómodo.

—¿Por qué no te unes a las porristas?

—Ya te lo he dicho. No sigas, Jake. —Se acomodó el cabello en una coleta chueca.

De pronto, visualicé a lo lejos el casillero de Angélica y corrí hacia él sacando la nota que llevaba en mi bolsillo, sin escuchar los reclamos de la rubia. Antes de dejarla, la leí por octava vez:

«Aniston, no te volví a escribir porque te reíste de mi última nota. Así es, te observo. Estoy en todas partes y en ninguna. Como sea, ¿quiénes son los idiotas que te molestan? Arderán tan pronto como me lo digas.

Me fascinó tu exposición de Historia esta semana, te comportaste como todo un huracán. ¿Cómo haces para recordar tantos datos? Eres asombrosa. 

Algo más: me gusta más cuando te peinas con dos coletas. Luces... tan tú. Considéralo.

Posdata: Me gustas, maravilloso huracán»

Cierta conocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora