❀ sesenta y dos ❀

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ADVERTENCIA: en el siguiente capítulo se presentan pensamientos relacionados al suicidio y la consideración de cometer este mismo.








[narrado]

No podía resistirlo más. Las pesadillas se volvían casa vez más repetitivas e invasivas, siempre era la misma pesadillas. Llevaba así casi un mes.

Ya ni siquiera podía dormir en su propia habitación, odiaba entrar allí y repudiaba la simple idea de tener que quedarse adentro más de un minuto. La Laura la había acogido en su pieza y ahora dormían juntas, pero ella sabia que no podía quedarse para siempre en la pieza de la Laura.

Llevaba ya media hora mirando al techo fijamente escuchando solo la respiración tranquila de su hermana que le avisaba que esta ya estaba dormida.

La Vale agarró su celular y paso entre sus contactos hasta encontrar el que necesitaba.

Se levantó de la cama sin hacer ruido y así mismo salió de la pieza para luego dirigirse al baño con el celular apretado en su mano.

Con los pies descalzos casi azules de tan frío que estaba el piso, se encerró en el baño y se dejo caer dentro de la tina, allí se acurrucó y marco el número que estaba abierto en su pantalla.

Sabía que lo más probable es que no le contestara, que estuviera durmiendo y no se molestara en despertar para contestar el celular.

Si no le contestaba, lo terminaría todo.

Pero si le contestaba, prometía no hacerlo.

Con la mirada fija en las navajas de la rasuradora de la Laura, escuchaba como sonaban los timbres en su celular a la espera de que contestarán su llamada.

Su respiración era rápida y podía jurar que sentía que sus pulmones iban a explotar.

Tal vez él debería haberme matado también, pensó la Vale por un segundo sorprendiéndose a sí misma por siquiera haber pensado en aquello.

Quedaban solo dos timbres.

Dos timbres y se acababa la llamada.

Dos timbres y tomaría la rasuradora y lo terminaría todo.

No más pesadillas, no más miedo. Solo silencio.

Un timbre.

Los ojos de la Vale se llenaban de lágrimas y ya estaba bajando el celular cuando el último timbre desapareció y pudo escuchar la rasposa voz que esperaba oír de alguien que fue despertado a las 4 de la mañana.

—¿Vale? ¿Qué paso? —era la Rita, su voz sonaba preocupada y se notaba que su llamada le había despertado.

La Rita era a quién necesitaba escuchar, ella siempre había sido la voz de la razón en su cabeza, incluso cuando a veces parecía que peleaban más que hablaban, sabía que la Rita le ayudaría.

—Estoy cansada, Ri. Ya no quiero seguir. —murmuro la Vale acomodando su celular en su oído.

La Rita que apenas venía despertando, despabilo más rápido de lo que nunca había hecho antes.

—Ni se te ocurra. —fue lo que gruñó la Rita y la Vale supo que la Rita se estaba levantando, porque sonaba como movía cosas y el colchón rechinaba al perder el peso de la Rita.— Un esfuerzo más.

—Ya no quiero hacer más esfuerzos. —murmuro la Vale sin quitar su mirada de la rasuradora.— Pero contestaste la llamada... y me prometí no hacerlo si me contestabas, tenía una rasuradora y pensaba usarla, ya sabes... —confesó sin tapujos.

—Mierda. —soltó la Rita en un soplido.

La línea se quedó en silencio un momento y luego la Vale pudo escuchar los pequeños sollozos de la Rita.

—No llores, Ri. —susurro la Vale sintiendo su pecho apretarse.

Si había algo que odiaba en este mundo era escuchar o ver llorar a la Rita, en especial cuando era ella misma la que lo estaba causando.

—Basta, Ri. —dice con un poco más de fuerza la Vale quitando por primera vez la vista de la rasuradora y parándose de la tina.

La Vale sintió sus propio ojos llorosos y casi pudo escuchar como se retorcía su estómago imaginando el rostro de la Rita, sabiendo que cuando ella lloraba sus mejillas se enrojecían, sus ojos se le hinchaban y sus labios temblaban.

—Voy. —fue lo único que dijo la Rita.— No hagas nada, ¿me escuchas? No te atrevas a hacerlo, no te atrevas a irte... No... —la Rita no pudo seguir hablando ya que se le trabaron las palabras en la garganta al sentir un sollozo subirle por el pecho.— Juralo por la luna.

La Vale no pudo evitar soltar un pequeño sollozo y luego mirar por la pequeña ventana del baño por dónde podía verse la luna.

Ese era el juramento entre ambas, hace años que no lo usaban. Lo habían creado cuando tenían 12 años, ambas estaban obsesionadas con las fases de la Luna y los colores que esta adoptaba. Así que decidieron usarla para crear un juramento que para ellas sería sagrado, años más tarde cuando conocieron a la Scarleth también lo compartieron con ella.

—Lo juro por la luna. —susurro la Vale sin quitar su vista del cielo.

En cuanto la llamada terminó la Vale se echó a llorar con fuerzas, tapando su boca para no despertar a su familia.

Tienes que vivir, se dijo la Vale, esta noche tienes que vivir por la Rita.

La Vale aún estaba cansada de existir, pero ya no quería volver a tocar fondo y especialmente no podía hacer llorar a la Rita de esa manera de nuevo.

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