❀ sesenta ❀

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[narrado]

Cuando el Seba escuchó la noticia su primer instinto fue agarrar un polerón y salir corriendo hacia la casa de la Vale para verla, pero luego de ser detenido por el Lucas que se encontraba a su lado en ese momento logró reflexionar lo que significaría que él se acercara a la Vale en estos momentos, si antes eras poco probable que se pudieran ver ahora sería prácticamente imposible.

La Laura le había comentado un poco sobre el estado en que se encontraba la Vale y como toda la mejoría y progreso que había estado presentando la Vale durante los últimos meses se había perdido.  Que otra vez le daban crisis de ansiedad cada que entraba a su habitación y que no lograba dormir más de una hora sin que la atormentaran pesadillas y la repetición de haber visto al Ignacio matarse.

Ahora la Vale apenas y le hablaba, antes incluso si no podían verse se hablaban 3 o 4 veces por semana por videollamada y diariamente por mensaje, pero ahora todo lo que sabía el Seba sobre la Vale era lo que le contaba la Rita o lo que le conversaba la Laura cuando se encontraban de vez en cuando en el supermercado.

El Seba se estaba desgastando y  todo el mundo lo veía. Todos eran testigos como sus ojos se volvían más ojerosos y como sus dedos apenas tenían uñas de tanto que se las mordisqueaba. Sin embargo, lo que nunca cambió fue su corazón, ese corazón que peleaba fervientemente y que esperaba pacientemente a ser amado.

A lo largo de su vida el Seba se había topado con mucha gente, se había enamorado por primera vez a los 16 años, su primer beso lo dio a los 15 y su primer corazón roto lo consiguió a los 17 años. Y aún así, habiendo conocido a tantas personas y amado en más de una ocasión, nadie nunca lo había remecido como lo había hecho la Vale. Nadie nunca le había provocado el ardor en el pecho que sentía cuando ella le sonreía.

Y era por esto mismo que él seguía esperándola, con cariño y paciencia, sin apurarla, comprendiendo los cambios que ella tenía, comprendiendo que ella tenía mucho que trabajar y que necesitaba sentirse segura.

Pero, maldita sea, él se desgataba.

La Rita ya se lo había dicho y el Lucas y la Scarleth y el Angel y la Cata, incluso su mamá lo había notado. Notaba que él apenas dormía en las noches, que la mayoría de sus dedos tenían parchecuritas de tan fuerte que se mordía las uñas y como se tiraba los cueritos.

—Seba... —le había dicho una mañana su mamá hablándole con cautela.— A veces a las personas que queremos tenemos que dejarlas ir, por nuestro propio bien... No puedes seguir haciéndote esto a ti mismo.

Él sabía a lo que ella se refería, sabía que hablaba sobre como su propia salud mental había estado decayendo por estar pendiente de como estaba la Vale.

Sabía que debía poner límites, no podía seguir aferrado a la idea de que ella iba a mejorar pronto. Ella no iba a mejorar pronto. Necesitaba más tiempo del que probablemente poseía el Seba.

Sin embargo, su corazón le pedía esperar, arreglar el resto de su mundo, pero no perder su esperanza en ella.

El Seba sabía lo que tenía que hacer y afortunadamente no implicaba el desistir o darse por vencido.

Jamás darse por vencido.

Ámate, porfa Where stories live. Discover now