Capítulo 21

177 16 2
                                    

Han pasado cuatro meses desde que perdí a Ismael.
Dionisio ha sido muy amable conmigo y me ha insistido en volver de nuevo a mi trabajo.
En parte lo agradezco para seguir adelante y tener al menos mi mente ocupada.
De hecho, esta noche vienen a cenar Lidia, que me cae francamente mal y su hijo con su esposa los cuales hasta ahora no había conocido.
Por lo que agradezco tener trabajo y olvidarme de mi dolor por unos instantes.
Comienzo a preparar todo cuando Bernadé me dice que van asistir más invitados.
Se trata de Diana, Julien y su esposa.
Suspiro resignada de tener que verles la cara a esta familia.
Aunque en cierto modo, me alegro de estar en la cocina y sea Bernadé quien se ocupe de todo.
Yo simplemente preparado la comida y los postres muy centrada ya que cualquier cosa aunque sea muy insignificante me recuerda a Ismael.
A veces sonrío y otras me quedo en silencio con la sensación de no poder coser de nuevo mi corazón, lo tengo tan hecho añicos que no sé si algún día podrá funcionar adecuadamente.
Ya no tengo ilusión por nada, siento que todo me sale mal y mejor estoy sola por no lastimar a nadie o acabar rota en mil pedazos donde volver a reconstruir de nuevo cada pezado se lleva su tiempo y esfuerzo.

Desde la cocina puedo llegar a escuchar como ríen y hablan animadamente, miro los postres ya listos y me voy hacia la puerta limpiando mis manos en el mandil donde presencio una familia que ríe en armonía.
Me quedo quieta mirando a la nada volviendo a retroceder en el tiempo cuando llegaba alguna fiesta y todo en mi casa era un sin fin de gente pasando para felicitarnos la fiesta.

(...)

Mi madre había estado desde el día anterior en la cocina con mis tías y vecinas preparando dulces y la comida que se serviría a otro día por motivo de la fiesta.
Yo jugaba en mi habitación junto a mis primas probando nos vestidos para lucir hermosas.
Al terminar de jugar me quedo en la escalera escondida escuchando a mi padre hablando con más hombres sobre la guerra. Yo no entendía nada, veía a varios hombres tapar sus rostros con sus manos dejando caer lágrimas de impotencia por haber perdido algún familiar, algunos mencionan de haber sido golpeados o donde se planteaban de huir del país por miedo a que les hicieran algo por trabajar para los americanos.
El ambiente se formaba lentamente de miedo y desesperación, aún siendo hombres no sabían que hacer exactamente para librarse de una situación tan desagradable donde ya se comenzaba a sentir el miedo fluir en cada persona expresando lo con una mirada apagada y llena de preocupación decía todo.
Recuerdo que al día siguiente me vestí con el vestido que me compró mi padre, ese año no acudió nadie a casa porque la gente tenía miedo de salir de sus casas.
Ya no podía disfrutar de la compañía de mi familia, no podía jugar en la calle al aire libre sin que nadie nos dijera nada porque éramos niños que lentamente nos estaban quitando nuestra infancia.

(...)

Samira, ¿Te ocurre algo? Te veo un poco distraída. — Me sobresalto al escuchar la voz de Bernadé.

— No, tranquila  estoy más o menos bien. Solo quiero terminar de limpiar e irme cuanto antes a casa.

— De acuerdo, yo serviré el café y después puedes marcharte nos vemos mañana  y por favor, descansa lo necesitas. Cuídate Samira y ya sabes cualquier cosa que necesites aquí estoy. — Con mis ojos rajados en agua abrazo a la dulce Bernadé agradecida por su amabilidad y por haber estado al pendiente de mi situación ayudándome en lo que he necesitado.

Bernadé me mira con ternura en silencio mientras yo dejo que me acaricie mi espalada muestras sigo con mi mejilla apoyada en su pecho, al menos puedo sentir el calor del cariño por unos segundos.

Termino de limpiar la cocina y agradezco de no haber visto a nadie de los invitados, no tengo ni fuerzas ni ánimos de enfrentarme a nadie, solo quiero estar sola y seguir pensando en como voy a salir de este pozo que cada vez se me hace más difícil subir a la superficie.

Debo Ser FuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora