Manuel de l'interdit [Banginh...

By lin0ring

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Donde Minho va de visita a París para quedarse un tiempo con su mejor amigo, Changbin, sin saber la sorpresa... More

Comentarios + Sinópsis ¡!
Capítulo 1/?
Capítulo 2/?
Capítulo 3/?
Capítulo 4/?
Capítulo 5/?
Capítulo 6/?
Capítulo 7/?
Capítulo 8/?
Capítulo 9/?
Capítulo 10/?
Capítulo 11/?
Capítulo 12/?
Capítulo 13/?
Capítulo 14/?
Capítulo 15/?
Capítulo 16/?
Capítulo 17/?
Capítulo 18/?
Capítulo 19/?
Capítulo 21/?
Capítulo 22/?
Capítulo 23/?
Capítulo 24/?
Capítulo 25/?
Capítulo 26/?
Capítulo 27/?
Capítulo 28/?
Capítulo 29/?
Capítulo 30/30
Epílogo

Capítulo 20/?

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By lin0ring

Había amanecido y rogaba por no toparme con Christopher. Hasta ahora, casi medio día, y él no había dado señal alguna de vida.

Decidí salir, así, si Chris me buscaba, no me encontraría en el departamento. Y apagué también mi celular, por si acaso.

[...]

El aire fresco me pegó en la cara mientras intentaba resguardar mis manos en los bolsillos de mi abrigo. Había empezado el mes de diciembre y con este, el frío austral.

Caminé por las calles que ya conocía y llegué a lugares familiares en los que ya había estado antes degustando su comida.

La tarde se pasó así, pero el dolor del día anterior aún estaba ahí, en alguna parte de mi interior, esperando un descuido mío para vencerme.

La curiosidad me invadió de pronto al recordar a Changbin, y en un intento de descifrar mi dilema, prendí mi móvil y marqué el número de Felix.

—¿Aló?

—Fefi, hola —musité.

—Hola, Minho.

—¿Tienes tiempo para hablar?

—Claro, ¿qué pasa?

—Eso es lo que quiero saber, Felix. Pasa algo con Changbin, yo lo sé. Lo escuché el otro día hablando contigo en la madrugada —confesé.

—Oh...

Hubo un silencio después de su exclamación. Los silencios así nunca son buenos.

—¿Felix? Si sabes algo, dímelo por favor —supliqué.

—Está preocupado.

—¿Preocupado de qué?

—Minho, él no es tonto. Los cambios en la actitud de Chris lo lastiman.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, estaba al borde de caer en la confusión.

—Que él se da cuenta de que Chris no es el mismo. De que su cariño parece acabarse y pertenecerle a alguien más.

Abrí los ojos con sorpresa, y tragué saliva.

—¿Alguien más?

—Chris te presta más atención a ti que a su mismo novio, Minho. Eso es obvio —dijo, con voz severa.

No daba crédito a lo que mis oídos escuchaban, aún cuando ya me lo imaginaba.

—Pero... Yo no... —balbuceé.

—Escucha, Minho, sé que eres una buena persona, sé que serías incapaz de dañar a tu mejor amigo, y conozco a Chris también, él jamás dañaría intencionalmente a una persona. Pero juntos, parece que eso se les olvida —me reprendió.

—Pero yo no...

—Sólo no le hagas daño —me interrumpió—. Él se fue porque le aseguré que no era nada malo, que Chris tenía momentos así y lo convencí de que ese viaje lo relajaría, le dije que no pensara en eso.

—¿No le dijiste que...?

—Por supuesto que no. Pero te suplico que no le hagan daño, la última vez fueron muy obvios.

—¿La última vez?

—El domingo. Changbin me dijo que los vio bailando y eso derramó las especulaciones que él mismo se estaba negando a formar. Él asegura que Christopher parecía más feliz bailando contigo que con él.

—¿Qué...? ¿Qué le dijiste? —pregunté, con el corazón hecho pedazos.

—Que estaba loco. Pero ten en cuenta lo que te dije a ti, Minho. ¿Qué vale más? ¿Una amistad de toda la vida o un amor prohibido?

Guardé silencio, la respuesta era muy obvia. Changbin era como mi hermano.

—Tengo que colgar —me avisó—. Espero que no hagas nada malo o dejes que algo así suceda.

—Gracias, Felix.

—No se supone que debería habértelo dicho, porque Changbin me hizo prometer...

Se quedó en silencio.

—Lo entiendo, gracias —repetí, con el hilo de voz que apenas me salía.

Trunqué la llamada y al instante me percaté de que tenía una perdida; era de Christopher. El corazón me rogó adolorido que lo ayudara. Sufría, sufría bastante.

Apagué el móvil antes de que otra llamada volviera a entrar y lo dejé en el bolsillo de mi abrigo. Esto estaba muy mal y era una carga que no podía soportar.

Caminé queriendo perderme. Deseaba tontamente que mis pies se despegaran del suelo y me llevaran volando a otro planeta.

[...]

La tarde pintó su crepúsculo y antes de que el sol se ocultara, su luz naranja iluminaba un lugar en el que había parado mis pies.

Reconocí aquel sitio y el recuerdo me trajo a Christopher a la cabeza. Era el bar-café al que me había llevado el día de cumpleaños de su amiga Jamie.

Yo odiaba esos lugares, pero ahora, lo único que pasaba por mi cabeza, además de Chris y el dolor que esto me producía, era conseguir una manera de terminar con él.

Me armé de un valor que no conocía y arrastré mis pies hasta el interior. Cuando ya estaba adentro, caminé esquivando a todos los demás que bailaban al ritmo de la escandalosa música y llegué a la barra. La joven rubia detrás de esta, al mirarme me reconoció.

—¡Minho, el amigo de Chris!

Elevó la voz para que pudiera oírla y lo que único que encontré de significado en esa frase fue el nombre de él.

—Hola, Jamie —farfullé, sentándome en una de las sillas al borde de la barra.

—¿Te sirvo algo?

—¿Qué tienes para perder la conciencia? —pregunté y ella rio.

—Creí que no tomabas alcohol.

—Sólo dame algo, que me sirva para olvidar —ordené, frustrado.

—Immédiatement —dijo, alzando las cejas y luego me dio la espalda para recopilar varias botellas al instante.

La música me atronaba los oídos y el dolor me inundaba cada vez más el pecho. Había estado tanto tiempo esforzándome para proteger a Changbin de patanes, engaños y esas cosas desde lo que pasó con su ex-novio; y ahora, yo era causante de su dolor, de su desconfianza y eso me dolía mucho más de lo que podía pensar.

Huir.

Insistí con eso porque era la mejor opción, pero... Dejar de ver a Christopher me costaría mucho.

Jamie puso un vaso delante de mí y sonrió.

—Santé (Salud) —dijo, con ese acento francés inconfundible.

Sin contar los chocolates envinados, jamás había pasado por mi boca el sabor a licor, y aquel líquido transparente que reposaba en el pequeño vaso de vidrio me seguía pareciendo igual de repugnante que la primera vez que supe de su existencia. Pero en esta ocasión, necesitaba aquel embriagante líquido para que borrara parte de mi memoria, o al menos, para que el insoportable dolor disminuyera.

Tomé el pequeño vaso y al alzarlo, lo miré con repugnancia y asco, pero cerré los ojos y lo dirigí a mi boca, dejando que el olor me hiciera cosquillas en la nariz y el líquido bajara por mi garganta, raspándola en seguida cuando hizo contacto.

Derramé todo el licor dentro de mi boca y la garganta me ardió como si tuviera una flama viva adentro. Abrí la boca e inhalé profundo, tratando de que el aire fresco entrara y aplacara el fuego.

Una fuerte punzada de dolor acribilló el lado izquierdo de mi cráneo y una neurona explotó. Entonces sentí el licor tocar mi estómago y cómo este se revolvió dos segundos después; una presión ahí adentro hizo que casi devolviera lo que había tomado.

Cerré los ojos y me llevé las manos a la boca, sólo por si acaso.

—¿Estás bien? —me preguntó Jamie detrás de la barra.

Hice que el fuego de mi garganta se calmara un poco cuando volví a abrir la boca para inhalar aire, y luego abrí los ojos y la miré. Jamie me observaba un tanto preocupada mientras limpiaba un tarro de cerveza con un trapo.

Christopher seguía presente en mi mente y el dolor aún era perceptible.

—Sí —contesté, con la voz repentinamente ronca—. Sírveme otro.

—¿Seguro? —preguntó, un poco recelosa.

—Sírvemelo —dije, tajante.

Ella se arremangó una de sus mangas blancas que se había bajado traviesa antes y alzó las cejas con expresión escandalizada, pero tomó el pequeño vaso y vació en este el licor amarillento, del cual, yo desconocía el nombre.

Con el vaso lleno me acercó su mano y lo depositó delante mío sobre la barra.

Miré de nuevo el cristal y lo que contenía; me preguntaba cuántos vasos más de estos necesitaba para perder la conciencia o si era preferible pedir que me llenaran el tarro.

Lo acerqué a mi boca, cerré los ojos y dejé caer parte del licor en mi garganta, que nuevamente estalló en llamas despiadadamente consumidoras; pero sin dejar que estas se aplacaran, me eché otro trago a la boca, sólo que este lo mantuve allí, repentinamente temeroso de hacerlo pasar.

El nombre de Chris golpeteó junto a la punzada de mi cabeza y me obligué a abrirle camino entre el fuego a aquel líquido. Las llamas tomaron una fuerza nueva, pero ahora a pesar de ser doloroso, se volvió algo placentero. Y la última parte del trago pasó por mi garganta con menos dificultad. La punzada se expandió hacia el otro extremo de mi cabeza y se convirtió en un dolor agudo.

Cuando abrí los ojos, la rubia detrás de la barra me miraba intrigada.

—Otro —ordené, con aquella voz ronca que salía de entre las llamas de mi garganta.

[...]

Vaso tras vaso, y el licor seguía pasando por el incendio en mi garganta; hasta que comencé a marearme al ver a las personas a mi alrededor. Sentía menos neuronas en la cabeza que hace unos minutos, pero el dolor había desaparecido o al menos, era tan grande que ya no lo sentía.

—¿Estás bien? —inquirió de nuevo Jamie.

—¿Yo? ¡Estoy bien...!

Mi voz se arrastraba como si mi lengua se hubiera quedado pegada en el interior de mi boca.

—Seh, claro... Permíteme.

Jamie se alejó hasta el otro extremo de la barra y tomó el teléfono.

Dejé de tomarle importancia y desvié la mirada; en realidad había dejado de tomarle importancia a todo. El alcohol había hecho que las pocas neuronas que me quedaban en la cabeza estallaran al unísono y desaparecieran.

Me llevé ambas manos a la cabeza, con los codos apoyados sobre la barra; sentía la música meterse por mis oídos y vagabundear por el vacío en su cabeza; ahí no había cerebro, neuronas o mente para formular pensamiento alguno, no había nada, excepto una cosa: el nombre de Christopher, que rebotaba como una pelota de ping pong en un juego de tétris.

Estaba sudando, de repente el calor se agolpó en mi cuerpo y las gotas de sudor perlaban mi frente. Me sentí asfixiado de pronto.

Me quise ir al baño y al poner los pies sobre el suelo, me desequilibré totalmente. El suelo bailó bajo mis pies y me tambaleé antes de sostenerme de la barra. No sólo el piso se movía, sino que también las paredes bailaban y después se volvían borrosas.

Trastabillé hasta llegar al baño, y luego, cuando con paso torpe pude acercarme al lavamanos, me miré al espejo. Mi rostro estaba perlado por el sudor, tenía la nariz con un matiz rojo y el cabello despeinado.

Abrí la llave del agua; estaba fría e hice una cuna con mis manos para sostenerla ahí; luego cuando logré juntar suficiente, me la eché en la cara. Cerré la llave con el rostro goteando sobre el blanco mármol del lavamanos. Me miré al espejo y después tomé una toallita desechable para secarme la cara. El rostro me parecía desconocido pero era mío.

Deseaba que algo de la capacidad de mover mis pies aún estuviera en funcionamiento; pero me tambaleé igual que la primera vez, mis músculos seguían igual de torpes.

Apoyándome de la pared, logré salir al exterior, donde la gente aún me mareaba. Pero luego, entre todas esas siluetas borrosas, había una que reconocería así estuviera debajo del agua o en una atmósfera llena de niebla.

¿Qué hacía Christopher aquí?

Lo fulminé con la mirada, frunciéndole el ceño; pero al parecer, él estaba buscando a alguien, sus ojos iban de acá para allá y su cabeza se levantaba por encima de los demás queriendo encontrar a ese alguien.

¿A quién estaría buscando? ¿Justo aquí? ¿En el mismo lugar en el que yo estaba?

Me tambaleé de nuevo hasta la barra, en donde había dejado mi morral y traté de ignorar los perturbadores sentimientos que me embargaron al ver a Chris ahí.

—¡Hey! ¡Tú! —llamé a Jamie y rebusqué entre mi bolsillo trasero del pantalón dinero para pagar la cuenta. La joven se acercó— ¿Cuánto es?

La voz que salía de mi boca me era desconocida.

—Mmm... —murmuró.

—¿Me los vas a regalar? —pregunté y luego reí.

—¡Minho! ¡¿Qué carajos...?!

Hice un ademán para levantarme de la silla y con un solo movimiento sobrio, pero fracasé de inmediato y tuve que sostenerme de la barra. Chris me sujetó de la espalda, temeroso de que me cayera.

—Usted, señor, no tiene porqué tocarme.

Retiré su mano de mi espalda y le fruncí el ceño en un gesto mal hecho.

—Será mejor que nos vayamos, Minho. Jamie —sacó su billetera y luego de esta, un par de billetes que aventó sobre la mesa—, quédate con el cambio, y gracias por llamarme.

Lo miré, aún ceñudo. —¿Por qué pagas mi cuenta? ¿Quién te dio permiso?

—Vámonos, Minho.

—Pues yo no me quiero ir —rezongué y luego me crucé de brazos.

—No seas ridículo, Minho. Vámonos —me instó a seguir caminando pero me detuve y después me tambaleé por el esfuerzo—. Si es necesario sacarte de aquí en brazos, lo haré —me advirtió y me miró serio.

Nos quedamos mirándonos por un buen rato, retándonos el uno al otro; pero fracasé por completo luego de perderme en esos bellos ojos.

—De acuerdo —farfullé—. Tú ganas, siempre ganas.

Hice un mohín y después di la media vuelta para dirigirme a la salida, algo que hizo que me mareara.

Pude sentir una firme mano sujetándome por los hombros, y al reconocer aquella dulzura en el tacto, la piel se me erizó y un montón de mariposas se desataron en mi estómago.

Maravilloso, incluso ebrio y torpe, Christopher provocaba estas sensaciones en mí. Fruncí el ceño mentalmente.

Cuando llegamos afuera, luego de esquivar a toda la gente y que, el aire nos moviera los cabellos, quité de un tirón la mano de Chris y lo miré ceñudo.

—¿Qué pretendes, Bang?

Mi voz parecía incluso más torpe.

—Sacarte de aquí sano y salvo, vámonos.

Me apuntó el auto negro del cual él era dueño, animándome a que me subiera.

Me crucé de brazos. —No. Ya me sacaste de allá dentro, ya déjame aquí.

Le hice un gesto con la mano para que se fuera.

—Minho, por favor, sube —me rogó, serio.

Me giré y comencé a caminar con pasos torpes, sintiendo aún cómo el suelo bailaba bajo mis pies.

—¡Minho! —exclamó, ordenando que parara, pero lo ignoré— No seas terco.

Seguí caminando, o al menos eso intentaba. Y de pronto sentí que mis pies se despegaban del cemento y unos fuertes y dulces brazos me elevaban.

—¿Qué haces? ¡Suéltame! —intenté luchar— ¡Chris, déjame!

Pero mis intentos sólo fueron fracasos.

Christopher caminó los pocos metros hasta su auto y con cada uno de sus movimientos, su perfume suave que me llevaba a flotar en un paraíso, se metía por mi nariz.

Me depositó con cuidado media parte de mi cuerpo en el suelo, mis pies volvieron a tocar el piso; pero mi cintura aún estaba fuertemente ceñida por su mano. Me tenía aprisionado.

Abrió la puerta del copiloto y luego volvió a cargarme como un bebé y me depositó con dulzura sobre el asiento. Se inclinó sobre mí y abrochó el cinturón de seguridad sobre mi cuerpo. Escuché el chasquido del seguro al cerrar.

—No soy un bebé —mascullé.

Entonces Christopher me miró, su bello rostro estaba a sólo centímetros del mío y su respiración me golpeaba la cara. Sus ojos brillaban con la tenue luz de las lámparas que entraban por la ventanilla del auto. El puñado de mariposas en mi estómago enloqueció.

—No seas tan terco, Minho, por favor —musitó, y su aliento cálido se metió por mi nariz, mandando a volar todas las barreras que quise construir contra él.

Miró mis labios, pude notarlo y luego pasó saliva escandalosamente; se retiró rápidamente y su perfume se revolvió entre las partículas del aire. Cerró la puerta con cuidado y luego caminó hasta el otro asiento del auto y subió.

Aquella noche había luna llena, por lo tanto, sólo la luz amarillenta de las lámparas alumbraban la solitaria calle de París.

Encendió el motor del auto, y el suave ronroneo interrumpió la tranquilidad y el silencio.

—Puedo acusarte de rapto —farfullé, todavía con esa voz torpe y ronca que salía dentro de mí.

Él rio por lo bajo, pero siguió conduciendo sin hablar.

Crucé los brazos sobre mi pecho y fruncí el ceño. —Puedo cuidarme solo, no necesito un niñero —volví a soltar.

—¿Vas a decirme todo el camino lo que puedes hacer y no haces? —inquirió, con voz serena.

Lo fulminé con la mirada mientras la luz de las lámparas caminaba sobre nuestros rostros y luego se iba.

Su vista aún estaba puesta al frente. —Normalmente no eres así conmigo —me dijo—. No cabe duda de que estás borracho.

—Pues vete dando cuenta, Bang —mascullé—, no todo debe ser cómo tú deseas.

—¿Eso qué quiere decir?

—Que te odio —dije, mi labio inferior sobresalía un poco.

Pensé que Christopher se iba a reír, tomándolo como un chiste debido a mi estado etílico; pero no. Me miró con el ceño fruncido, intrigado.

—¿Qué? ¿Por qué me odias?

—Ahora te haces el inocente.

La voz ronca se me quebró y él me miró todavía más intrigado.

Estacionó el auto con un movimiento rápido del volante que hizo que se me revolviera el estómago. Luego me miró de nuevo.

—¿Por qué dices eso? —inquirió, escrutándome con la mirada, evidentemente sorprendido y preocupado.

—Por favor, Chris; no me digas que eres tan estúpido que no te das cuenta.

La temblorosa voz se hizo un hilo y las lágrimas salieron finas y delicadas por mi rostro.

—¿Darme cuenta de qué?

Lo miré con los ojos empañados de lágrimas y la respuesta en los labios; pero no dije nada. Me crucé de brazos de nuevo y giré mi rostro bruscamente.

—De nada, no importa —mascullé.

—Linoring, dime qué te hice.

Eso no fue una pregunta, fue una orden.

No contesté y seguí mirando al frente, a través del parabrisas del auto, contemplando la inmensidad de la oscuridad y con los ojos empañados aún.

—¿No vas a decirme? —insistió y lo ignoré.

¿Qué sentido tenía decirle que lo amaba si su corazón estaba atado a alguien más? Era estúpido, justo como esta situación.

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