Mi perfecta melodía, (BORRADO...

By Druthnel

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Samara Piragibe solo tiene en mente conseguir un trabajo. En sus planes no está enamorarse, menos después de... More

Antes de leer
Introducción
Capítulo 1🌷
Capítulo 2🌷
Capítulo 3🌷
Capítulo 4🌷
Capítulo 5🌷
Capítulo 6🌷
Capítulo 7🌷
Capítulo 8🌷
Capítulo 9🌷
Capítulo 11🌷
Capítulo 12🌷
Capítulo 13🌷
Capítulo 14🌷
Capítulo 15🌷
Capítulo 16🌷
Capítulo 17🌷
Capítulo 18🌷
Capítulo 19🌷
Capítulo 20🌷
Capítulo 21🌷
Capítulo 22🌷
Capítulo 23🌷
Capítulo 24🌷
Capítulo 25🌷
Capítulo 26🌷
Capítulo 27🌷
Capítulo 28🌷
Capítulo 29🌷
Capítulo 30🌷
Capítulo 31🌷
Capítulo 32🌷
Capítulo 33🌷
Capítulo 34🌷
Capítulo 35🌷
Capítulo 36🌷
Capítulo 37🌷
Capítulo 38🌷
Capítulo 39🌷
Capítulo 40🌷
Capítulo 41🌷
Capítulo 42🌷
Capítulo 43🌷
Capítulo 44🌷
Capítulo 45🌷
Epílogo
Preguntas
Nota final

Capítulo 10🌷

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By Druthnel

Sonaba difícil de creer que mi jefe, aquel hombre amargado y odioso me estuviese besando, pero esa era la realidad. El roce de sus labios sobre los míos, se volvió cada vez más y más tentador, provocando en mí algo que no había sentido en mucho tiempo. Su lengua exploró la mía y el choqué de ambas, produjo una sensación excitante que me estremeció por completo. Nadie me había besado nunca con tantas ganas y deseo. Y a pesar de que ese beso era un poco salvaje, también era tierno. Y eso fue lo que más me gustó.

En ese instante no supe darle un nombre a lo que estaba experimentado, no supe ni siquiera por qué no me alejé. Lo único que sabía era que Eliam me estaba besando y me encantaba tanto, que eso también terminó asustándome.

El teléfono de Eliam comenzó a sonar dentro del bolsillo de su pantalón y él se separó de mis labios para buscarlo, deslizó su dedo por la pantalla y decidió contestar la llamada.

—¿Quién es?—preguntó él.

Quedó en silencio, quizás escuchando lo que la otra persona le estaba informando. Lo miré preocupada cuando la expresión en su rostro cambió a una demasiado alarmada. Presionó el botón de cortar la llamada y me miró.

—Massiel ha tenido un accidente.

Se pasó las manos por el cabello, con una expresión demasiado alarmada y comenzó a buscar en el bolsillo de su pantalón algo que no supe que era. Yo por mi parte no pude pronunciar una sola palabra, había quedado en shock y tenía demasiados sentimientos encontrados, habíamos dejado a Massiel dentro de su habitación ¿Cómo era posible que hubiese tenido un accidente? ¿En qué momento?

Eliam se apresuró a salir de la habitación y lo seguí de inmediato, no iba a dejarlo solo en el estado en el cual se encontraba. Estaba ebrio y aunque quizás el licor se había disipado de su organismo debido al susto, no correría el riesgo de que algo malo le sucediera.

—Señor—lo llamé mientras lo seguía—. Espere por favor.

—¡¿Qué diablos quiere Samara?!

Mis ojos se cristalizaron.

—Quiero ir con usted—susurré con la voz entrecortada—. No lo dejaré ir solo, así no puede conducir.

Eliam no respondió, solo siguió caminando por el pasillo hasta llegar frente a la puerta de la habitación de Alisa, quien apareció frente a nosotros después de unos instantes de haber golpeado su puerta.

—¿Qué sucede?

—Iré al hospital, Massiel... tuvo un accidente—le anunció.

El rostro de Alisa adquirió una expresión de tristeza y sus ojos se comenzaron a inundar de lágrimas.

—Ella estaba en su habitación—recordó la pelinegra—. ¿En qué momento salió? ¿Cómo fue el accidente? ¿Está bien?

Alisa comenzó a hacer preguntas sin parar, noté como su pecho subía y bajaba a medida que hablaba. Estaba asustada al igual que todos nosotros y lo único que pedía era que Massiel estuviera bien.

—No lo sé Alisa, no lo sé—aclaró Eliam con la voz firme e insegura a la vez—. Por favor cuida a la niña, Samara irá conmigo.

—Está bien—aceptó su hermana y luego lo miró a los ojos—. Por favor Eliam, llámame cuando sepas algo.

El hombre asintió con la cabeza y luego le dio la espalda para comenzar a caminar de prisa hacia las escaleras, bajó cada uno de los escalones y al abrir la puerta llamó a uno de sus guardaespaldas, el cual de inmediato se subió al auto y comenzó a manejar hacia el hospital. En todo el transcurso hacia el lugar, permanecimos en silencio, ambos con una gran tensión debido a la preocupación que sentíamos por la chica. No estaríamos tranquilos hasta que supiéramos que ella estaría bien.

—Buenas tardes—habló Eliam en el momento que llegamos al hospital. La enfermera volteó a mirarlo—. Necesito saber sobre el estado de salud de Massiel Ibarra.

La mujer tecleó algunas cosas en su computador y luego miró al hombre.

—Lo sentimos, pero aún no tenemos información sobre ella. En este momento está siendo atendida por el doctor.

—¿Y qué hacemos entonces?—preguntó Eliam dedicándole una mirada fría.

—Deben esperar.

Eliam soltó un largo suspiro lleno de molestia y preocupación, caminó hacia uno de los asientos y permaneció en ese lugar, inclinado hacia adelante con la mirada fija en el suelo y sus manos entrelazadas entre sí. Comenzó a mover su pierna de una manera rápida, se pasó las manos por el rostro y soltó un suspiro más, lleno de frustración.

—¿Qué voy a hacer si le sucede algo?—expresó en voz alta.

Mordí mi labio inferior, conteniendo mis ganas de llorar y me senté a su lado, sin saber que decirle. Nunca es suficiente una palabra para aliviar el dolor de una persona, y lo sabía a la perfección. Siempre había escuchado la típica frase que solían decir todas las personas: Todo estará bien. Solo que eso a veces no era cierto, muchas veces las cosas no volvían a estar bien nunca más.

—No diga eso—le pedí—. Debemos tener confianza y esperar que todo salga bien.

—Tengo miedo de perderla—susurró con angustia.

Un poco cohibida me acerqué a él y rodeé su cuerpo con mis brazos, al principio creí que se alejaría, pero terminó recostando su cabeza en mi hombro. Acaricié su cabello sin dudarlo. Eliam había sido mi refugio cuando más lo había necesitado y lo que más quería era convertirme también en su lugar seguro cuando el mundo quisiera herirlo.

Ya había caído y no lo sabía.

—Usted no perderá a Massiel. Ella es una chica fuerte, estoy segura que luchará por su vida.

—Eso es lo que deseo creer—respondió, aun recostado en mi pecho—. He crecido escuchando siempre las mismas palabras, siempre que alguien aparece con una enfermedad que quizás no es posible sanar, las personas se engañan a sí mismas diciendo un: "Todo va a estar bien" esperando que la muerte no llegue, pero sabiendo que al final llegará.

—Eso es un poco doloroso.

—Samara—pronunció mi nombre con una sutileza que me erizo la piel—. ¿Crees que hay vida después de la muerte?

Su pregunta me tomó por sorpresa.

—Siempre he creído que sí—afirmé—. Creo que las almas estando en la tierra deciden su propio camino y al morir terminan en el lugar que eligieron. Aunque todo en la vida es un enigma, nadie tiene nunca las respuestas para las preguntas que a veces nos formulamos, solo nos queda la opción de creer.

Eliam se quedó en silencio y con detenimiento se levantó de mi pecho.

—Iré a tomar un café—me informó levantándose del asiento—. ¿Desea que le traiga algo?

—No, muchas gracias.

Le dediqué una sonrisa, él asintió con la cabeza y luego se dirigió hacia el pasillo del hospital, camino que lo llevaría directo a la cafetería. Nunca antes había entrado a ese hospital, pero al parecer Eliam lo conocía de principio a fin. Metí mi mano en el bolsillo trasero de mi pantalón y saqué mi teléfono, deslicé mi dedo por la pantalla y me di cuenta que eran las nueve de la noche. Tenía un montón de notificaciones de mis redes sociales y algunos mensajes de texto.

ROTH: ¿Dónde estás? ¿Por qué no me has escrito? ¿Ya Eliam te hizo un hijo?

RODRIGO: Por favor Jade, al menos escúchame una vez. Siento haberte hecho tanto daño pero merezco una oportunidad.

MASSIEL: ¿Puedes venir a mi habitación? Necesito hablar con alguien :(

El último mensaje produjo en mí una nostalgia que me embargó por completo. Massiel había pedido mi ayuda, me había dicho que necesitaba hablar con alguien y ni siquiera pude ver el mensaje en su momento. Cerré los ojos frustrada con ganas de llorar.

Me pasé las manos por la cara al darme cuenta que Eliam apareció frente a mí, con un vaso de café en sus manos.

—Debería irme señor, no puedo dejar a Mara sola—le dije un poco cohibida, me sentía mal—. Le pediré a Alisa que lo acompañe en mi lugar.

—Está bien—aceptó con seriedad—. Esteban se encuentra en el estacionamiento, él la llevara a casa.

Le sonreí de manera genuina para luego comenzar a caminar hacia la salida. Cuando llegué al estacionamiento me encontré con Esteban, quien estaba dentro del auto con la mirada fija en su teléfono. Toqué el vidrio de la ventanilla y él se dispuso a abrir la puerta.

—¿Estabas viendo pornografía?—le pregunté con una mueca de asco.

—¡Qué asco Samara!—exclamó apagando la pantalla de su móvil—. Creo que soy uno de los pocos hombres que odia ver ese tipo de cosas, me producen un asco inexplicable.

Entrecerré los ojos.

—Si tú lo dices.

—¿Y por qué lo preguntas?—inquirió mirándome con cierta picardía—. ¿Acaso te interesa recrear esas escenas conmigo?

Mis mejillas se enrojecieron.

—No—negué de inmediato—. Me gustaría recrear algunas escenas de mis libros favoritos, pero no contigo.

—¿Y con quién?

Ay chamo, si tú supieras.

—Por favor, llévame a la casa son órdenes del señor Eliam—le pedí desviándome del tema. No quería tener que responder a su pregunta.

Esteban solo sonrió, sacó el seguro de la puerta del copiloto y me dejó ingresar. Encendió el auto y emprendió el trayecto, el camino estaba totalmente oscuro, algunos vehículos circulaban, pero las calles se encontraban un poco solitarias. Nadie dijo nada en todo el trayecto y agradecí por ello, podía bromear, pero estaba demasiado preocupada y lo que menos quería era hablar.

—Hemos llegado.

—Gracias por traerme—le sonreí.

El chico no dijo nada, pero me miró con una sonrisa sin despegar los labios. No sabía por qué, pero él me agradaba tenía una personalidad un poco parecida a la mía y eso hacía que su presencia fuese un poco acogedora.

Cuando mis pies pisaron el suelo de aquella casa, sentí cierta tristeza. No estaba segura de que Mara supiera de lo sucedido, pero hubiese esperado que fuese así porqué ¿De qué manera le dices a una niña de siete años que su hermana se encuentra entre la vida y la muerte?

—¿Cómo está Massiel?—preguntó Alisa al verme.

Se encontraba bajando la escalera envuelta en una chaqueta blanca, una blusa del mismo color y unos pantalones un poco holgados de color negro. Probablemente lo había pensado muchas veces, pero sin duda cada vez que la veía llegaba a la misma conclusión, Alisa era la perfección de esa familia. Aunque a decir verdad, a ninguno de ellos le hacía falta hermosura.

—Los doctores aún no han informado nada sobre ella.

La pelinegra soltó un suspiro.

—Bien, entonces iré con mi hermano—me informó—. Mara está dormida, quiso acostarse en tu cama y no hubo nadie que la detuviera. Por favor, cuando despierte dile sobre lo sucedido.

—Así lo haré—le sonreí—. El señor Eliam envió a Esteban a recogerte.

—¡Que fastidio!—murmuró en voz baja, pero pude escucharla.

Fruncí mi entrecejo, ni siquiera sabía que sucedía entre ambos. Un día solían hablarse con demasiada confianza y al día siguiente estaban peleando como si vivieran en una gallera.

La pelinegra soltó un suspiro y después de despedirse de mí, salió de la casa. Subí las escaleras y sonreí cuando llegué a mi habitación, Mara dormía plenamente en mi cama, envuelta con mis sabanas mientras abrazaba un peluche en forma de gato. Me acerqué a la pared y me deslicé por ella hasta caer de nalgas en el suelo. Saqué mi teléfono y me dispuse a responderle a mi hermana.

YO: Hola mi chiquita, perdón por no responder antes. La hija mayor de Eliam tuvo un accidente y estamos muy preocupados por ella.

Presioné el botón de enviar y luego abrí una aplicación de juegos, para entretenerme hasta que la niña despertara. Eran casi las diez de la noche, pero tenía tanta ansiedad, que no podía ser capaz de pensar en dormir. Y la peor parte de todas era que me había tocado a mí tener que informarle la noticia a la niña.

Al parecer yo era la guerrera más fuerte.

—Samara—escuché la voz tierna de la niña después de varias horas—. ¿Dónde estabas?

—Buenos días mi florecita—la saludé mientras me acercaba a ella.

Mara se levantó de la cama, quedando sentada en el borde la misma observándome con curiosidad.

—Tengo que decirte algo—empecé a hablar y ella se frotó los ojos con la palma de sus manos.

—¿Mi papá te despidió?—su voz sonó afectada.

—No, florecita—le dije de inmediato—. No es sobre mí. Es sobre Massiel, ella... tuvo un accidente y en estos momentos tu papi y tu tía Alisa se encuentran con ella en el hospital.

La miré, pensando en que quizás había sido demasiado cruel al informarle algo tan delicado, pero no sabía cómo hacerlo. Yo también tenía en mi garganta un nudo indescriptible.

—¿Massiel va a morir?—fue lo primero que preguntó Mara—. ¿Morirá así como mi mamá?

Sus ojos grises se cristalizaron de inmediato y pequeñas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

—No, mi florecita—traté de calmarla y limpié sus lágrimas con mi dedo—. Ella estará bien ¿Quieres que te cuente un secreto?—Mara me miró y asintió con la cabeza—. En el cielo hay un ser llamado Dios al cual podemos pedirle cualquier cosa que deseemos y si es su voluntad Él nos las concederá. Podemos pedirle a Él para que guarde a Massiel.

—No sé hablar con Dios.

La miré con ternura.

—Hablar con Dios es como hablar con un buen amigo—le expliqué—. Debes darle gracias por lo que te ha dado, contarle tus problemas y aunque Él ya los sabe, necesita que se lo hagas saber para poder ayudarte. Sé que Dios puede salvar a Massiel.

La niña me observó con detenimiento concentrada en lo que le había explicado. También le indiqué que la manera de hablar con Dios era arrodillarse, cerrando los ojos y creer con todo el corazón que iba a escucharnos. Porque nadie iba a hacerme cambiar de opinión, Dios existe y seguiría creyendo en Él aunque todo en mi vida se tornara gris.

Tenía Fe y esa pequeña palabra era capaz de lograr cosas maravillosas.

—Hola Dios—comenzó a hablar la niña—. Mi nombre es Mara Ibarra, tengo siete años y me agrada conocerte. Vivo desde que mi mamá me tuvo, en esta casa y amo muchísimo a mi familia. Gracias porque me haces feliz y porque permitiste que Samara llegara a mi casa a ser mi niñera. Nunca te pedido nada y no quiero incomodarte, pero... hay algo importante que quiero pedirte y espero... no molestar. Quiero que salves a Massiel, no quiero que ella muera, extraño mucho a mi mamá y no quiero que también mi hermana vaya al cielo. Quiero que se quede conmigo—las lágrimas comenzaron a cubrir sus mejillas—. Te prometo que seré una niña buena, me portaré bien y me comeré todas las verduras que Helen le coloque a la comida. Amén.

Por mucho que intenté controlarme no lo logré y terminé derramando varias lágrimas. La oración que Mara había hecho, fue demasiado conmovedora y aunque a veces no lo demostrara, era demasiado sensible.

—¿Lo hice bien?—preguntó la niña.

—Perfecto.

Me acerqué a ella y la abracé. Amaba demasiado a esa pequeña rubia de ojos grises. Mara en muy poco tiempo me había enseñado muchas cosas y entre ellas, me había enseñado el verdadero significado del amor.

Ella me indicó que no deseaba ir a clases ese día, no tenía caso obligarla. Por esa razón después de que ambas nos cambiamos de ropa, decidimos ir hasta el hospital. Esa vez tuve que pedir un taxi, Esteban no se encontraba en la casa y aunque había más hombres que podían llevarme, no me sentía en confianza. Al llegar al hospital la niña soltó mi mano y corrió hasta el lugar en el cual se encontraba Eliam quien la cargó en sus brazos y la sentó en su regazo, besando su mejilla.

—Papi, Massiel estará bien—habló la niña sonriendo con alegría—. Yo hable con Dios y sé que él va a sanarla.

No quise acercarme mucho, preferí quedarme un poco alejada de ellos, apoyando mi cuerpo en la pared de un pequeño rincón del lugar. Observé a Eliam disimuladamente y me di cuenta de un hecho muy importante: Él también me estaba mirando. Pero en el momento que sus grises ojos se conectaron a los míos, desvió su mirada.

—Samara—escuché la voz de Alisa y fue en ese instante que me di cuenta que se encontraba frente a mí, al lado de un hombre que no conocía—. Quisiera presentarte a Eiden, es parte de la familia y uno de mis mejores amigos.

—Mucho gusto—le extendí mi mano con amabilidad—. Soy Samara Piragibe.

Él sonrió mientras me observaba con detenimiento. Eiden era atractivo, mucho en realidad. Tenía el cabello abundante como la noche, una nariz recta y los ojos grises con un destello azul alrededor de sus pupilas. Me recordaba mucho a alguien, solo que en ese momento no supe a quién. Pero algo me quedó muy claro al observar su sonrisa. Eiden estaba lleno de atrevimiento y sensualidad; juro que al mirarlo podías pensar que podría llevarte al infierno, pero al mismo tiempo podría regalarte el cielo.

—El gusto es mío, bonita dama.

Expresó esas palabras de una manera tan sensual que me llevó a preguntarme él porqué Dios me permitía conocer a hombres tan atractivos.

Ese hombre tenía un acento demasiado peculiar.

Y su sonrisa me había dejado claro, que lucharía por volverme loca.

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Gracias por leer ❤️

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