Capítulo 5🌷

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En el preciso instante que mis pies se afirmaron sobre el suelo, cerré la puerta del auto con fuerza. Agradecí enormemente llegar a mi destino, porque me había librado de seguir en aquel calvario llamado: El olor desagradable de la gasolina. Siempre odié subirme a un auto que tuviese ese olor, o peor aún, que oliera a grasa o sudor.

Era demasiado caótico para mí.

Solté un suspiro y enfoqué mí vista en el auto que se encontraba estacionado frente a la empresa de mi jefe, la cual tenía unas enormes letras doradas que decían: CHOCOLATES MELODÍA. Uní mis cejas extrañada. Era un nombre original. Debía tener algún significado para él. Sin embargo, en ese momento sacudí esos pensamientos de mi cabeza y me enfoqué en lo que de verdad me importaba.

—Da la vuelta, coloca las manos en el auto y entrégame el teléfono—susurré imitando una voz ronca.

Esteban quedó estático en su sitio, metió su mano derecha dentro del bolsillo de su pantalón y sin mirar atrás, me entregó su móvil.

Que fácil había sido asustarlo.

Tomé el teléfono y me preparé para revelarle mi identidad, pero cuando quise hacerlo él se giró de una manera muy rápida. Me recostó con fuerza sobre el auto, haciendo que mi espalda quedara intacta ante aquel objeto. Una de sus manos apretó la mía con fuerza y la otra me sostuvo por la cintura, intentando que no me resbalara.

—Ah, eres la niñera de mi jefe.

—No soy la niñera de tu jefe—le corregí—. Soy la niñera de las hijas de tu jefe.

—Es casi lo mismo.

—No, no es...

Él me interrumpió.

—¿De verdad creíste que me iba a comer ese cuento de que eras un ladrón?—preguntó haciendo que su respiración chocara en mis labios.

—Supongo, me pareciste un poco imbécil cuando te conocí.

Esteban soltó una risa.

—No me conoces en lo absoluto, Samarita.

—Estoy bromeando, tampoco te lo tomes muy enserio—le dije, dándole un empujoncito para que me soltara—. Además no estoy aquí por ti, necesito hablar con el señor Eliam.

—Él no quiere recibir visitas y menos de personas inoportunas como tú.

—Idiota.

—Estúpida.

—No tienes por qué insultarme—le pedí, ofendida.

—Tú comenzaste y ni siquiera te conozco—rodó los ojos.

Con respecto a eso, él tenía toda la razón. Ese siempre había sido un gran defecto en mí. Solía tratar a las personas que no conocía, como si las conociera de toda la vida. Y aunque había algunas que se sentían cómodas, otras me miraban como si estuviese loca.

—Soy Samara Piragibe.

—¿Así a secas?—cuestionó el hombre—. ¿Solo viniste al mundo a ser Samara Piragibe? ¿No tienes gustos, aspiraciones?

Fruncí el ceño, no sabía a qué venían todas esas preguntas. Solo que aunque quisiera preguntarle y entablar una conversación con él. No podía hacerlo en ese momento. Aún no había hablado con Eliam.

—Otro día responderé tu pregunta—le dejé en claro—. Hoy no tengo tiempo.

Y sin decir nada más, caminé de inmediato dentro de la empresa. Escuché que Esteban soltó un grito para evitar que entrara al lugar, pero lo ignoré. Él podía fácilmente entrar detrás de mí y evitar que hablara con su jefe, pero también sabía a la perfección que si lo hacía, la entrada de la empresa quedaría sin vigilancia. Por lo cual podría meterse en graves problemas.

Mi perfecta melodía, (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora