Nakupenda

By ThiaDazVzquez

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Cuando a inicios de 1918, Candy se ve obligada a viajar al África para desposar a un importante estadounidens... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20

Capítulo 14

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By ThiaDazVzquez


Después de aquel día en el que había abierto su corazón al llanto, había vuelto a ponerse la coraza con la que se protegía, pero no lograba dejar de pensar en lo sencillo que había sido para Albert hacerle bajar la guardia. Recordaba la ternura con la que la había consolado y la calidez de su voz, pero también recordaba que él había dicho que necesitaba charlar con alguien y no habían tenido tiempo de hacerlo; así que, día a día, por alrededor de una semana, lo estuvo esperando, pero él no regresó.

Optó por salir a buscarlo, pero tampoco lo encontró. Se sentía mal porque él había sabido ayudarla en muchas y muy diferentes maneras, pero ella no había hecho nada por él. Vaya, no sabía siquiera su nombre completo ni cuáles habían sido las razones que lo llevaron a vivir en África.

Todos los días, por las mañanas, desayunaba con Neal, intentando disfrutar lo más posible su compañía, intentando arreglar las cosas entre ellos. Cuando él salía rumbo al trabajo ella lo acompañaba a la puerta para despedirlo y desearle éxito en su jornada, lo veía partir diciéndole adiós con una sonrisa y regresaba adentro. Leía un rato, se encargaba de dar las indicaciones necesarias para que la casa y las comidas estuvieran perfectas y luego, acompañada de Reth y la señorita Ponny, salía a recorrer el pueblo. Su pretexto era descubrir cosas nuevas y aprender tanto como le fuera posible de las costumbres locales, pero en realidad, aunque ella misma no quisiera aceptarlo, secretamente se alistaba todos los días para el nuevo encuentro que esperaba tener con Albert.

Su manejo del idioma se iba haciendo cada vez más fluido y había aprendido a disfrutar los aromas, colores e incluso el clima de la región. Sin darse cuenta había llegado a ver, lo que en un principio le pareció un polvoriento y poco civilizado pueblo, como su hogar. Y poco a poco su sonrisa era mucho más sincera que antes. Ahora sí sabía sonreír. Era la primera vez que se sentía tan a gusto. Era el primer hogar verdadero que tenía. Ahora sí le encontraba sentido a eso de «La Tierra de la Montaña Luminosa», pero le parecía triste no poder compartir esa emoción con alguien que en realidad la entendiera. Neal había encontrado ahí un refugio, pero no su hogar. De nuevo la ironía se presentaba en su vida. ¿Dónde se habría metido Albert? ¿Dónde?

Las horas dieron paso a días y los días a semanas, pero de él no había rastro. Finalmente, una mañana, cuando ya estaba resignándose a la idea de no verlo más —sí, era una idea exagerada, pero se había formado poco a poco en su cabeza—, mientras caminaba cerca de un mercado escuchó un grito familiar «Kinyegele», se giró y esperó gustosa al animalillo que, sabía, se posaría sobre su cabeza.

Puppè corrió directamente hacia ella, haciéndole sonreír abierta y sinceramente, y tras el animalillo, Albert se hizo presente. Pero algo no estaba del todo bien. La saludaba con su habitual sonrisa, sin embargo, su rostro denotaba cansancio. Marcas oscuras se posaban bajo sus ojos azules y una palidez extraña le daba un tono cetrino a su rostro.

—Señorita —dijo haciendo una ligera reverencia y alargando el brazo izquierdo para que Puppè dejara su rubio y rizado refugio.

—Hola, Albert —respondió ella, intentando no hacer caso a su aspecto y asirse a la idea de que él estaba ahí, frente a ella. Charlando—. ¿Cómo ha estado? Han sido muchos los días desde la última vez que nos vimos.

—Lo sé. —Su voz sonaba distinta—. Mis labores han demandado mi completa atención y han sido pocas las veces en las que he podido venir al pueblo.

—Tenemos una conversación pendiente. —Él hizo una mueca que intentaba ser una sonrisa pero que no alcanzó a llegar a sus ojos.

—Me encantaría decir que la tendremos, pero ya no estoy tan seguro de eso.

—Quizá pudiera usted aceptar un té hoy por la tarde en mi casa.

—Lo lamento, señorita Candice, pero debo declinar su oferta. No me será posible robarle más tiempo al tiempo. En verdad tengo muchísimas cosas que arreglar. —Exasperación, a eso sonó.

—¿Está usted bien? Lo noto y escucho... diferente —aventuró ella.

—Debo verme peor de lo que me siento, señorita. No se alarme. He debido llevar a cabo muchas tareas. Es solo cansancio y polvo —dijo deteniéndose un momento para mirar sus ropas. Luego con una sonrisa complaciente continuó—. Se lo aseguro, estoy bien.

—¿Debo creerle?

—Por supuesto que sí.

—Puedo pregun... —esperaba que él continuara su habitual juego de palabras, pero antes siquiera de haber terminado la frase respondió:

—Algunos asuntos demandan mi atención... fuera de África. —Su respiración, la de ella, cesó por un momento —. He estado intentando demorar este viaje tanto como he podido, pero ya no encuentro cómo quitarme al señor Walter y otras tantas personas de encima. Había pensado que quizá Neal pudiera tomar mi lugar, pero no hay forma. Debo ser yo.

«¿Neal? ¿Por qué Neal?», pensó.

—Neal puede acompañarme, pero soy yo quien debe partir obligatoriamente. He tenido que arreglar muchos pendientes para dejar aquí todo en orden, aunque para ser completamente honesto, he sido mucho más quisquilloso de lo estrictamente necesario porque no quiero irme. No ahora. Este lugar me da una tranquilidad que creía perdida. No quiero partir —por un segundo sonó como un niño pequeño y asustado en busca de consuelo, y ella no supo qué hacer para otorgárselo.

—¿Se va? —Fue lo único pudo articular. «Fuera de África» era la frase que tenía dando vueltas en la cabeza.

—Sí, señorita, me voy.

—Pero... usted disfruta mucho al estar aquí. —¿Por qué?, ¿por qué tenía que irse?, ¿por qué ahora?

—Lo sé —suspiró—. Créame, Candice, nadie mejor que yo sabe lo mucho que disfruto viviendo aquí, pero mis responsabilidades demandan mi presencia en Escocia, Londres y algunas otras ciudades de Inglaterra y Europa; probablemente incluso de Estados Unidos. He hecho todo lo que ha estado a mi alcance para quedarme aquí pero no puedo extender mi estancia por mucho tiempo más.

—¿Por qué se va? —él sonrió de medio lado.

—Aunque la guerra haya terminado ya, hay aún muchos conflictos sociales, comerciales, políticos... Las personas para quienes trabajo esperan que yo pueda ayudarlos a solucionar algunos de los problemas que se nos han presentado. Por un tiempo creí poder resolverlos desde aquí, pero aparentemente ellos no piensan lo mismo.

—¿Qué pueden necesitar de un capataz en Londres? —él la miró, confundido.

—Se nota que aún hay muchas cosas que desconoce de mí. —Pero ella no lo escuchaba. «Se va», era lo único en lo que podía pensar.

—¿Cuándo? —Las palabras salían casi como gemidos de su boca.

—Pronto. No lo sé aún, pero no creo que pueda demorar mucho más mi partida.

—¿Será mucho tiempo?

—Espero que no...

Miraba al suelo. No levantaba la vista para mirarla y era en parte porque no quería que ella viera lo difícil que le resultaba decir en voz alta que no estaría más en aquella tierra que le había devuelto las ganas de vivir.

—¿Volverá?

—No lo sé.

—Pero... usted es el único amigo que tengo aquí —dijo con un tono ligeramente suplicante. Él sonrió aún sin mirarla.

—Tiene a la señorita Ponny, a Reth..., a Neal. —«Neal no es mi amigo», pensó ella.

—Pero...

—Usted estará bien señorita.

—Pero...

—Debe dejar de usarme como una muleta para su bienestar, Candice. La gente debe darse cuenta de que no soy indispensable —dijo con tono triste y ligeramente molesto. Finalmente levantó los ojos y la miró directamente—. Quien debería apoyarla es su prometido, no un extraño un poco loco que vive en una casucha insignificante y pasa sus días enteros en compañía de una mofeta, otros animales y su soledad.

—¿Cómo puede decir eso?

—No lo digo yo. Lo dicen los demás.

—Creí que no prestaba atención a esa clase de comentarios —suspiró—. Mi padre solía decir que las cosas hay que tomarlas de quien vengan. —«Solía decirlo cuando era feliz y le importaban un pepino las palabras de la alta sociedad», pensó.

—Si una persona te llama tonto, la ignoras. Si lo dicen dos, te ríes. Si son muchas más las que opinan lo mismo comienzas a dudar de la certeza de sus palabras y, a la larga, terminas por aceptar una verdad que no es necesariamente la tuya. —Su mirada cargaba un poco de reproche, pero Candy no logró identificar si estaba dirigido a ella.

—Yo no creo que esté usted loco. Es un poco excéntrico quizá, pero dista mucho de ser un demente. Su casa es pequeña, pero es una de las más encantadoras que he tenido la oportunidad de visitar. Creo que es mejor tener a Puppè como amiga que a alguien como el señor Walter. Y créame, entiendo que a veces la soledad es buena compañera. —Sonrió, pero su sonrisa no demostraba alegría.

—Es usted la única que lo cree así. Pero nos estamos desviando del tema. Lo que quiero decir, señora, es que, aunque yo sea uno de sus únicos amigos aquí, quizá debería dedicar más tiempo y esfuerzo a desarrollar al menos un sentido de fraternidad por su prometido y el resto de personas que la rodean.

—¿Qué tiene que ver Neal con todo esto? —dijo ella un poco molesta. Él se iba, la dejaba y... ¿quería hablar de Neal? ¡Tonterías!

—Creo que debería tener mucho que ver, Candice. Usted va a casarse con él. En vez de dedicar su tiempo a crear una amistad conmigo debería procurar pasar más tiempo con él. —Golpe bajo.

—Estoy intentando hacer todo lo que está a mi alcance, pero él no es... —«Neal no es usted», pensó.

—Sé que él puede ser un poco difícil, pero también he visto lo mucho que se está esforzando. Señora, creo que si usted le dio su palabra debería intentar respetarla. —Ella bajó la mirada sintiéndose regañada—. Tengo poco tiempo, pero déjeme contarle algo. Es un cuento africano que me contaron cuando recién llegué aquí.

—¿Y yo para qué quiero un cuento?

—¡Podría dejar por un segundo de ser tan grosera y por una vez en su vida prestar atención a las palabras de otro! —dijo molesto. Ella intentó refutar, pero se lo pensó mejor y con la mayor calma posible contestó:

—Lo escucho.

—Hace mucho tiempo, en estas tierras vivió un hombre que estaba atemorizado por un demonio (enorme y furioso) que rugía amenazantemente en un lugar secreto muy cercano a su casa. El temor que sentía lo llevó a buscar el lugar en el que el demonio vivía. Una vez que lo hubo encontrado, mandó construir alrededor de él un monumental muro de acero y fuego y, para mayor protección, apostó en cada esquina del muro a un centinela armado. Necesitaba alejarse del miedo y protegerse. —Suspiró, cerró los ojos por un momento y continúo—. Y así, con el causante de su temor custodiado entre cuatro paredes, le gritó al mundo que jamás volvería a temer. Pero el miedo, el fuego y las armas se mantuvieron siempre cerca de él. El tiempo siguió su curso y un buen día el rumor de esta historia se esparció por muchos lugares, originando la llegada a estas tierras de gente de poblados vecinos.

»Todos tenían curiosidad por ver el gran muro de fuego y acero, y escuchar el temible rugido de la bestia. Pero, aunque vieron lo que querían, no lograron escuchar al monstruo que fuego y acero aprisionaban. «Amigos», dijo un día el hombre, «hemos logrado vencer. La amenaza está ahora bajo control. Mientras la paz se mantenga, no creo tener una razón para explicar por qué el fuego y las armas deben seguir aquí». Los vítores no se hicieron esperar. Pero solo el crujir del fuego se escuchaba provenir del muro. Entonces llegó la noche y con ella un sutil sonido. Solitario y apagado. Era el primer sonido que salía de aquella prisión. Parecía un murmullo, y fue lo único que se escuchó. Todo el que estaba cerca pudo distinguir entonces que ya no había, y probablemente nunca hubo, nada que temer.

»Las aclamaciones se volvieron lágrimas. Y los gritos gemidos. El demonio no rugía. El demonio lloraba. No estaba rugiendo, ahora... lloraba. El monstruo no rugía, Candice, lloraba.

—Es una historia hermosa, pero... —dijo ella después de pensar un momento, intentando entender por qué le contaba eso.

—Muchas veces vivimos rodeados de temor —la interrumpió—. Temor al fracaso, al rechazo, a la muerte, al desamor... y muchas veces en vez de llorar, gritamos, peleamos y nos comportamos como verdaderos patanes. La soledad, la tristeza y algunas otras cosas nos hacen crear muros impenetrables para protegernos. Encerramos nuestros miedos entre fuego y acero. Nos protegemos, pero en lugar de hacernos bien, nos destruimos un poco. Usted lo sabe, yo lo sé... y estoy seguro de que Neal también lo sabe. Intente comprenderlo.

—¿Por qué me dice todo esto?

—Me parece que es obvio. —«No tanto», pensó ella —. Neal es como es por los sufrimientos que ha tenido. Usted se refugió en la amargura, yo en la soledad..., él en un fingido desapego.

—¿Tanto afecto le tiene?

—El afecto que se le debe tener a la familia, señora. Ahora debo irme.

—¿Familia? Pero...

—Pero nada —la cortó—. Piense lo que le he dicho.

—¿Volveré a verlo antes de que se vaya?

—Haré lo posible, pero no puedo prometerle nada.

—Por favor. No se vaya sin antes despedirse de mí.

—Candice...

Tafadhali, [29] Albert. Kuja kusema kwaheri. [30] —él volteó a verla un poco sorprendido.

Je, unasema Kiswahili? [31]

Ninasema Kiswahili kidogo tu. [32]

—Me da gusto que esté aprendiendo e intente integrarse a nosotros —dijo con sinceridad, ella sonrió sintiéndose orgullosa. Después de pensar un poco y con una ligera sonrisa él dijo—. Mimi kujaribu. [33] No puedo prometerle nada, pero lo intentaré.

—Eso es suficiente. Entonces, si usted lo intenta, yo lo estaré esperando.


[29] Por favor.

[30] Venga a decirme adiós.

[31] ¿Habla suajili?

[32] Solo hablo un poco de suajili.

[33] Lo intentaré.

Nota. La historia que cuenta Albert está inspirada en la cancion "Weeping" de Josh Groban ft. Ladysmith Black Mambazo & Vusi Mahlasela , del Album Awake de 2006.

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