Mi perfecta melodía, (BORRADO...

By Druthnel

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Samara Piragibe solo tiene en mente conseguir un trabajo. En sus planes no está enamorarse, menos después de... More

Antes de leer
Introducción
Capítulo 1🌷
Capítulo 2🌷
Capítulo 3🌷
Capítulo 5🌷
Capítulo 6🌷
Capítulo 7🌷
Capítulo 8🌷
Capítulo 9🌷
Capítulo 10🌷
Capítulo 11🌷
Capítulo 12🌷
Capítulo 13🌷
Capítulo 14🌷
Capítulo 15🌷
Capítulo 16🌷
Capítulo 17🌷
Capítulo 18🌷
Capítulo 19🌷
Capítulo 20🌷
Capítulo 21🌷
Capítulo 22🌷
Capítulo 23🌷
Capítulo 24🌷
Capítulo 25🌷
Capítulo 26🌷
Capítulo 27🌷
Capítulo 28🌷
Capítulo 29🌷
Capítulo 30🌷
Capítulo 31🌷
Capítulo 32🌷
Capítulo 33🌷
Capítulo 34🌷
Capítulo 35🌷
Capítulo 36🌷
Capítulo 37🌷
Capítulo 38🌷
Capítulo 39🌷
Capítulo 40🌷
Capítulo 41🌷
Capítulo 42🌷
Capítulo 43🌷
Capítulo 44🌷
Capítulo 45🌷
Epílogo
Preguntas
Nota final

Capítulo 4🌷

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By Druthnel

Me encontraba sentada encima de mi cama, con los audífonos en mis oídos mientras escribía algunas notas en mi teléfono. Me encantaba escribir frases absurdas que llegaban a mi cabeza de la nada, según mi pensar algún día me servirían para crear una canción o algún libro.

El libro de la chica que mintió, por conseguir un trabajo.

¡Brillante!

Mi cabello castaño se encontraba suelto y mojado cayendo por encima de mis hombros hasta llegar a mi cintura. Recién me había bañado y por esa razón tenía mi pijama, la cual contaba de una blusa de tirantes y un short blanco con figuritas musicales. Inconscientemente levanté la cabeza y cuando me di cuenta que había alguien observándome, solté un grito que hizo que él también se sobresaltara.

—Disculpe, no quería asustarla.

¿Y entonces que quería?

Lo pensé, más no lo dije. A veces era muy boca suelta, pero jamás en exceso.

—¡Que susto me dio!

—Lo lamento, señorita. No fue mi intención—volvió a disculparse.

No sabía cuál era la razón, pero Eliam se encontraba casi a punto de entrar a mi habitación. Su cabello oscuro estaba un poco desordenado y me sorprendió ver que no llevaba su traje formal puesto, en su lugar llevaba su pijama: Un suéter manga larga gris y un pantalón de rayas.

—Pero aun así lo hizo—le dejé en claro—. A su larga lista de reglas, debería añadirle una más: No asustar a los empleados.

—No escuché bien—me miró a los ojos—. ¿Podría repetirlo?

—No dije nada—hablé nerviosa dándome cuenta de lo tensa que estaba, por haber dicho algo sin pensarlo.

Eliam apoyó su cuerpo en el marco de la puerta, sin dejar de mirarme.

—¿Puedo entrar?

—La casa es suya, usted puede hacer dentro de ella lo que mejor le parezca.

Él quiso decir algo, pero prefirió quedarse callado. Pensé que terminaría entrando por completo a la habitación, pero optó por permanecer apoyando su anatomía en el marco de la puerta.

—No pensé que le gustara la música.

—¿Por qué?—lo miré a los ojos—. ¿Por qué me visto cómo niña?

—Ya le ofrecí una disculpa.

—Las palabras aunque puedan resultar insignificantes, no se olvidan fácilmente.

El hombre relamió sus labios.

—¿Tendría que disculparme de nuevo?

—De ser posible.

—Lo siento, Samara—soltó las palabras mirándome a los ojos.

—Disculpas aceptadas—esbocé una sonrisita—. Por cierto ¿Cómo supo que me gusta la música?

—Estaba muy animada tarareando una canción.

Sonreí como una tonta, me quité por completo los audífonos y me acomodé un poco en la cama.

—La música en realidad me encanta, me llena de paz. Cuando mi alma se conecta con una simple melodía, siento que puedo volar y que puedo liberarme de—hice silencio de golpe, al darme cuenta que estaba hablando de más—. Lo siento.

—No debería disculparse por hablar de algo que le gusta.

—Me disculpé por hablar de más.

—Tampoco debería disculparse por eso—mencionó él, pero al ver que yo no respondí, carraspeó su garganta y volvió a hablar—. Con respecto a su apego hacía la música, me parecería bien que incentive a mis hijas a que ellas también puedan involucrarse en este arte. Aunque a ellas no les guste la música, quisiera que por lo menos aprendan a tocar un instrumento.

Fruncí el ceño.

—No quiero ser grosera, pero pienso que usted no puede obligar a sus hijas a aprender algo que ni siquiera les gusta. Ya mucho tienen con tener que sacar buenas notas en el colegio, en cosas que no entienden.

—¿Podría ser más específica?—cuestionó arqueando una de sus cejas.

—A Mara le gusta el dibujo y supongo que a Massiel le debe interesar algo distinto a la música.

La mirada que Eliam me dedicó en ese momento, fue capaz de helar el propio infierno.

—Quiero que le quede algo muy claro, señorita Piragibe. Depende de mí el futuro de mis hijas, por lo tanto me aseguraré de que ellas aprendan absolutamente todo, hasta aquello que no les gusta ¿Le quedó claro?

Me había quedado más que claro, pero aunque no estuviera de acuerdo con su manera de pensar, fingiría que sí; solo para que se callara y me dejara sola.

—Sí—me limité a responder con delicadeza.

Aunque a decir verdad, ya le había dado mentalmente cinco puñaladas.

El pelinegro no expresó una sola palabra más, por lo tanto solo se giró sobre su propio eje y salió de mi habitación dejándome completamente sola, sentada en mí cama pensando en su personalidad ¿Había sido así de amargado en su adolescencia? ¿O solo fue la muerte de su esposa la razón por la que se convirtió en ese hombre lleno de amargura?

Porque sabía a la perfección que la pérdida de un ser querido, puede llegar a causarnos tanto daño, que termina cambiándonos por completo. A veces sin que nos demos cuenta.

—Hola Samara.

Miré de nuevo hacia la entrada de mi habitación y me encontré con los ojos más tiernos, los cuales me miraban llenos de emoción.

—¡Hola mi florecita!

—¿Puedo dormir contigo?—su voz sonó dulce.

—Claro que sí mi florecita—le sonreí.

La niña me devolvió la sonrisa, entró a mi habitación y cerró la puerta detrás de sí. Dejó su libreta y sus creyones encima de la mesa y después de quitarse sus pantuflas se subió a la cama, frotando la planta de sus pies para limpiar todo rastro de polvo de ellos.

No sabía porque, pero a mí los niños me encantaban. Los niños eran tiernos, creativos y lindos. Aunque tampoco podía negar el hecho de que existían algunos en extremo insoportables.

—¿Puedes contarme un cuento?—pidió la niña mientras se acurrucaba en mis brazos—. Mi papá me cuenta uno todas la noches.

—¿De verdad?—pregunté sorprendida.

—Sí—afirmó ella—. Hoy no, porque le dije que dormiría contigo.

—¿Y qué dijo cuándo lo supo?

—Me dijo que sí, que eres una buena chica.

Shock total.

—Interesante—solté, creyendo que lo había dicho en mi mente y no en voz alta.

—¿Qué es interesante?—curioseó la niña.

—Que tu papá te relate cuentos—me apresuré a responder—. Eso dice mucho de él, es un buen papá.

La pequeña esbozó una sonrisa asintiendo con la cabeza.

—¿Y tú me puedes contar uno?

—No tengo ningún cuento en mente, florecita. Pero te podría cantar una canción ¿Quieres oírla?

—Sí.

Me quedé un momento pensando en la canción que podría cantarle hasta que una apareció en mi mente.

—Que todo el mundo sepa cuánto te quiero, que pase lo que pase tú eres primero, que se ilumina el cielo cuando tú estás, que se me apaga el mundo cuando te vas. Que todo el mundo sepa cuánto te quiero, y si es verdad que existe amor verdadero, no pienso equivocarme con nadie más, no pienso ver mi vida con alguien más que contigo.

Cuando terminé de cantar me incliné hacia adelante para mirar a Mara y me di cuenta que yacía dormida en mis brazos. Miré sus pestañas largas, su cabello rubio el cual estaba esparcido por casi toda su cara y sonreí.

Esa niña se había convertido en mi debilidad.

Y no me iba a importar ser su niñera, hasta que ella cumpliera al menos unos treinta años.

La puerta de mi habitación comenzó a sonar y me levanté de golpe de la cama, lo que menos quería era que la despertaran.

—Disculpa la hora—Alisa esbozó una sonrisa avergonzada.

—Aún estaba despierta—le hice saber—. ¿Sucedió algo?

—Solo quería decirte que mañana es el cumpleaños de Eliam y no quisiera dejar pasar la fecha. Sus cumpleaños siempre se han celebrado, pero desde que Melissa murió las celebraciones dejaron de agradarle.

—Todo dejó de agradarle.

Mierda, volví a pensar en voz alta.

Alisa me miró.

—Tienes razón—soltó una risita—. En fin, quería pedirte ayuda para poder celebrar su día especial. No me lo estás preguntando, pero la verdad es que no soy nada creativa.

¿Y qué le hacía pensar que yo sí lo era?

—El señor Eliam es de las personas a las que les incomodan las demás personas, así que opino que una fiesta sorpresa en la que solo esté su familia debería de agradarle.

Eso fue lo primero que me llegó a la mente. Y fue también la idea que a ella le gustó.

Y menos mal, porque fue mi única opción.

Por esa razón, al siguiente día nos encontrábamos sentadas en medio de aquel elegante comedor. Massiel y Mara se encontraban desayunando. Alisa se preparaba un vaso de café con leche y por mi parte, solo me limité en mirar las redes sociales en mi teléfono. Ese día acordamos algo muy importante: Ninguna de nosotras debía felicitar a Eliam. Teníamos que aparentar que el once de Marzo era un día común en esa casa.

Sí, era una manera un poco cruel de prepararle a alguien una sorpresa. Cumplir años, a veces puede llegar a ser un día lleno de ilusiones y darse cuenta que nadie lo recuerda, puede romper tu corazón.

—Buenos días—saludó Eliam con seriedad, entrando al comedor.

Su traje negro se encontraba impecable, libre de cualquier tipo de arrugas. Toda aquella elegancia que él portaba iba acompañada por una corbata roja, un reloj negro en su muñeca y un exquisito perfume.

Eliam Ibarra olía delicioso.

Y yo, bueno, a lo mejor y olía a culo.

—Buenos días papá—respondió Massiel.

—Bendición papi—Mara le sonrió.

Él se acercó a ella y plantó un beso en su frente, para luego tomar asiento a su lado.

—El día se siente diferente—comenzó a hablar Eliam mirándonos a cada una por un pequeño instante—. Está más brillante, más resplandeciente ¿Por qué será?

—No sé de qué hablas papá—habló Massiel al mismo tiempo que negaba con la cabeza—. Es un día como todos los demás. Aburrido y estresante.

Eso dolió.

Dolió porque Eliam mantuvo la esperanza de que al menos una de sus hijas recordara su cumpleaños, pero ante aquella respuesta su semblante volvió a decaer. Alisa se acercó a él haciendo que el hombre levantara la cabeza y la observara, pensando quizás en que recibiría al menos un abrazo de su parte. Sin embargo, sintió aún más decepción cuando lo que recibió de parte de ella fue una grande jarra de jugo.

—¿Quieres?

—No—la miró serio—. El jugo de naranja no me gusta. Y lo sabes.

Alcé las cejas sorprendida.

—A mí tampoco me gusta—comenté, haciendo que todos me miraran—. Antes me gustaba, pero dejé de tomarlo desde el día que me tocó viajar a otro estado por asuntos de la universidad. Ese día me tomé un vaso de jugo de naranja. Vomité en la primera curva. Puedo jurar que el vómito tenía olor a naranja.

Me reí recordándolo. Alisa me miró, pidiéndome a gritos que me callara.

—Espero que todas, tengan un feliz día—expresó Eliam mientras se levantaba de la silla.

—¿No vas a desayunar?

—No—negó el hombre—. No tengo hambre.

Y sin decir algo más, con paso firme se alejó del lugar. Sentí pesar por él. Aunque fuese el hombre más amargado del mundo entero, percibir su rostro lleno de tristeza y decepción, hizo mi corazón estremecerse.

—Pobrecito mi papi—dijo Mara—. Estaba triste.

—Por un momento quise llorar—habló Massiel haciendo gestos con sus manos—. Mi papá estaba pidiendo a gritos que alguien lo abrazara. Y eso nunca pasa. Menos mal que se fue, porque quería ir a abrazarlo.

Sonreí.

—Yo también quería abrazarlo—volvió a hablar Mara.

—Lo importante es que estará feliz en su fiesta sorpresa—intervino Alisa dándole un sorbo a su café con leche y luego miró a sus sobrinas—. Ustedes dos, suban a su habitación a cambiarse de ropa. Hoy no irán a clases. Necesitamos organizar todo.

Ambas se levantaron del asiento dirigiéndose hacia sus respectivas habitaciones a cambiarse el uniforme. Cuando quedamos a solas, Alisa apoyó los codos encima de la mesa y me miró con tranquilidad.

—He notado que Massiel está un poco más cercana a ti.

—Sí—sonreí—. Digamos que se disculpó conmigo.

Alisa alzó las cejas.

—¡Eso me alegra!—exclamó con sinceridad—. Massiel tiene el carácter de Eliam, pero cuando se arrepiente de algo, ella se disculpa. Eliam puede tratarte mal y luego arrepentirse, pero jamás se va a disculpar contigo.

La quedé mirando.

¿Cómo le decía que Eliam se había disculpado conmigo dos veces?

¿Cómo le decía que además me había regalado mi fruta favorita?

—Al menos no se parece en eso a su padre—fue lo único que le dije.

—Así es—ella sonrió—. Samara ¿Tienes hijos?

—¡No!—me alarmé—. ¿Me veo tan vieja?

—No necesariamente debes ser vieja para tener un bebé. Cualquier mujer que haya comenzado su ciclo menstrual puede quedar embarazada.

Sonreí avergonzada. Sabía a la perfección aquello que ella había comentado, pero casi siempre cuando me sentía nerviosa o con varios pensamientos inundando mi cabeza, mi lengua se enredaba y terminaba diciendo estupideces.

—Lo sé. Es que estaba pensando en otra cosa.

Sí, en Eliam.

En que se había disculpado conmigo. No se disculpaba con nadie, pero conmigo lo había hecho.

¿Qué tenía yo de especial?

Alisa me quedó mirando, hasta que la persona que entró al comedor se robó toda su atención. El hombre esbozó una sonrisa mirándola. Sus ojos eran como la miel, tenía el cabello oscuro, la piel como la canela y una fina nariz. No sabía mucho sobre los demás empleados que trabajaban en esa casa, pero de ese en especial, me habían informado que era el chofer de Eliam.

—Buenos días, señoritas.

—Buenos días—respondí de manera educada.

La mujer desvió la mirada hacia su vaso de café y ni siquiera se molestó en contestar el saludo. Su actitud me pareció muy extraña.

—¿Usted no va a contestar?—le preguntó Esteban.

—No tendría por qué hacerlo.

Agrandé los ojos sorprendida.

Yo estaba ahí, en medio de un chisme, siendo feliz.

—Es importante que las personas de esta casa sean educadas, señorita. Recuerde que es una figura pública y el apellido Ibarra es de gran importancia en la sociedad—comentó Esteban con cierta diversión en su voz—. ¿Verdad Samara?

—¿Yo que tengo que ver contigo?

Esteban sonrió y volvió a desviar su vista hacia la pelinegra, quien no levantó la vista. Solo estaba ahí sentada, con una mirada fría que demostraba amargura. Primera vez que la veía tan seria.

—Eliam debe estar esperándote en su oficina, deberías irte.

—¿No me quieres aquí?

—Esteban—pronunció su nombre a regañadientes.

—Tranquila—volvió a sonreír—. Te haré caso y me iré, pero no te librarás muy fácil de mí. Por cierto, con esa ropa te ves demasiado hermosa.

Por poco me atraganto con mi propia saliva.

Alisa lo miró a los ojos, con mala cara. Esteban volvió a sonreírle y decidió dar la vuelta para comenzar a caminar hacia la salida, encontrándose de frente con Massiel y Mara quienes ya se habían cambiado de ropa.

—¡Hola Esteban!—lo saludó la niña con alegría.

—Hola, Marita.

—Prometo contarte luego—me susurró Alisa.

Ay chama, pero yo quería ese chisme más rápido que inmediatamente.

Solté un suspiro e intenté mentalizarme que para poder saber qué relación había entre Alisa y Esteban, debía esperar.

Yo odiaba esperar. No había algo que me diera más ansiedad que eso.

Bueno, pensar en mi futuro también me producía ansiedad.

Ese día fue emotivo y me gustó pensar que no solo lo fue para mí. Estar ahí se sintió agradable, solo por el simple hecho de estar rodeada de personas que apenas conocía, pero que amenazaban con mudarse a mi corazón. Me sentí en familia. En esa familia que nunca tuve, porque la mía no fue ese ejemplo de amor incondicional que siempre esperé. Mi madre le fue infiel a mi padre y desde ese momento todo cambió en mi vida.

Se acabó la familia feliz.

Se acabó el amor.

Fue ahí cuando me prometí, que si la vida me permitía tener mi propia familia, entonces sería la mejor esposa y la mejor madre.

—¡Samara!—escuché un grito que me hizo salir de mis pensamientos.

—Disculpa, florecita.

—¿Te gusta mucho cocinar?—preguntó con sus ojos grises fijos en mí.

—Me encanta—sonreí—. Sueño con tener mi propia repostería.

—¿Y yo puedo ser tu ayudante?—volvió a hablar la niña, con los ojos llenos de ilusión.

—Tú serás la jefa, yo seré tu empleada—le respondí sonriendo—. ¿Te parece?

—Sí.

Alisa soltó una carcajada ruidosa que me asustó.

—No quiero ni pensar en lo que ustedes dos hablan cuando están a solas—siguió riéndose—. Pero me agrada saber que por fin Mara encontró esa compañía que le hacía falta. Una loca compañía, pero compañía después de todo.

Reí.

—Más respeto por favor, o me veré en la obligación de renunciar.

—¡No!—chilló la pequeña, asustada.

Alisa volvió a reírse por la reacción de su sobrina. Yo me acerqué y planté un beso en su frente, para luego seguir batiendo la mezcla de la torta, mientras que la mirada de Mara se encontraba fija en cada uno de mis movimientos. Massiel por su parte llenaba una cantidad exagerada de globos.

La niña extendió su mano y tomó de la mesa un pequeño trozo de chocolate blanco. Eliam no la dejaba consumir muchos dulces y al parecer, ella aprovechaba en hacerlo cuando él estaba ausente. Esa regla me parecía absurda. No le permitía a sus hijas consumir dulces y era el dueño de una empresa que fabricaba chocolates.

Sí, chocolates.

Aunque conociéndolo, era más fácil para él fabricar limones.

Le saldría más fácil.

Cuando el reloj marcó las ocho y treinta de la noche, comenzamos a preocuparnos. Por lo que me habían dicho, Eliam nunca demoraba tanto en su oficina. Siempre era puntual para irse y puntual para llegar. Todos los días llegaba a casa a las ocho en punto de la noche, menos ese día.

Menos el día en el cual sus hijas lo esperaban con tantas ansías.

Mara se encontraba sentada en el mueble, pintando uno de sus libros para colorear, pero con una mirada triste. Y Massiel se limitó a sentarse a su lado, cruzada de brazos y con una mirada llena de molestia.

—Mi papá no vendrá—dijo entre dientes—. Seguramente tuvo que atender un compromiso más importante que su familia. Siempre es así.

—¿Qué puede ser más importante que sus hijas?

La chica rodó los ojos.

—Todo.

—No creo que sea así—me negué.

En el fondo esperaba que no fuera tan mierda.

—Tú no lo conoces, Samara—volvió a hablar ella, con una mirada que demostraba molestia, pero a la misma vez tristeza—. Una reunión con sus socios o alguna entrevista con alguno de sus clientes, es más importante que cinco minutos con sus hijas.

Miré a Alisa pidiéndole a gritos que hablara. Lo único que ella hizo fue encogerse de hombros, indicándome que ella tampoco sabía que hacer o decir. Respiré profundo e intenté pensar en una posible resolución para ese problema. Hasta que una idea sacudió mi cabeza.

—Iré a buscarlo a su oficina.

Alisa frunció su entrecejo.

—¿Estás segura de eso?

—Sí—afirmé—. Por nada del mundo, permitiré que todo lo que sus hijas prepararon para él, haya sido en vano.

—Es muy arriesgado Samara. Yo conozco a Eliam, y sé que por hacer eso, él podría...

La interrumpí, sabiendo lo que vendría.

—Si me despide, al menos me iré sabiendo que hice algo bueno por él y por sus hijas.

Eliam Ibarra era arrogante.

Sin embargo, yo era intensa. 

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